KARL KRISPIN
Resulta una paradoja que en el siglo XXI aun subsistan las tiranías y las sociedades sigan sufriendo de infantilismo político. Especialmente en nuestra sociedad occidental donde coincidimos, por lo menos desde la aprobación del Bill of Rights en 1689, en haber hecho de la libertad el bien más sagrado y común a la humanidad. En nuestras comarcas hispanoamericanas, la lucha histórica por sobreponerse a la sociedad rural y al caudillo, trajo no pocas luchas por democratizar, modernizar y laicizar las naciones. Desde la misma institucionalidad que alertaba sobre el despotismo, personalistas y premodernos lograron aprobar reelecciones continuas e indefinidas para eternizarse en el poder. Las tiranías se han perpetrado en nuestras propias narices prevaricando con los instrumentos de la ley.
Si contamos con el hecho de que no hace ni un siglo que el orbe atestiguó la presencia de los más grandes tiranos de la historia: Stalin, Mao y Adolf Hitler, tenemos que la humanidad da unos brincos tan insostenibles como preocupantes. Por un lado es capaz de crear un Tolstoi con una fe incuestionable en la cultura de la paz y un Stalin con una devoción inamovible por los campos de exterminio. El desaseado poeta Mao escribía sus cursis versos en la mañana y en la tarde ejecutaba por millones. Hitler fue capaz de que la nación más culta de Europa sepultara a sus filósofos y compositores. La libertad no hay que darla por sentada ni es un bien permanente: hay que defenderla a diario y no dejar que los tiranos, camuflados de agentes del Paraíso, nos desmonten el futuro. En Venezuela tuvimos país hasta 1998. La ruptura del orden constitucional no la selló el TSJ. Viene desde el 4 de febrero de 1992 y continúa muchísimo peor en estos días de disolución.
Los tiranos gustan de disfrazarse. El verde oliva, la franela repetida con que nivelan a la población son las señales de su horroroso gusto. El traje de Stalin, de Mao, el de Kim Jong-Un y el liquilique negro pactan el color sombrío para que no haya luz. Los tiranos le gritan a la ciudadanía, la apresan, la hieren, la aniquilan, la inhabilitan. Si hay algo que podamos reconocerle a Donald Trump es que no cohonestará con la satrapía genocida cubana. El daño que le hizo Barak Obama al mundo libre yendo a recogerle la baba al tirano Raúl es indecible. Mi amigo Saúl Godoy recientemente escribió que los EEUU tendrían que hacer un muro no contra los migrantes mexicanos sino contra la metástasis de la tiranía cubana que puede tocar a las puertas del Capitolio. Es increíble que en esta centuria luminosa haya sujetos que acorralen a un pueblo en sus tarjetas de presentación. Con letras manchadas de sangre.
@kkrispin
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