Marta de la Vega
Impunes y con crueldad actúan grupos civiles armados, que el Cardenal Jorge Urosa, también víctima de sus desafueros en esta Semana Santa, ha exigido al gobierno que desmantele. Presenciamos el martes 11 de abril, luctuosa recordación de una emboscada contra manifestantes indefensos, uno más entre los monstruosos hechos de barbarie que se multiplican a diario: el asesinato a sangre fría, en plena calle, de un supuesto opositor, golpeado y tirado al suelo por un grupo, despojado de su moto y sus pantalones sacados a la fuerza, para después ultimarlo de varios tiros de revólver, sin que ni vecinos, ni policía alguna, ni autoridades de ningún tipo, lo hayan impedido.
También fuerzas de seguridad, policías “bolivarianos”, agentes secretos y guardia nacional reprimen brutalmente y asesinan a jóvenes manifestantes con la complicidad y encubrimiento de gobernadores oficialistas, así como torturan de manera salvaje y sistemática a víctimas de detenciones arbitrarias y a presos políticos, con responsabilidad de militares del más alto rango en la cadena de mando, como un ministro de justicia hoy vocero de perdón y reconciliación.
No es reciente. Fue parte de la estrategia de control y sometimiento de Chávez, aunque se ha agudizado con Maduro, como pudimos escuchar en el informe de la valerosa abogada Tamara Suju ante la Corte Penal Internacional de La Haya.
Para vergüenza de la civilidad y la decencia, defensores del chavismo y sus connotados intelectuales y periodistas, invalidan toda protesta al calificarla de guarimbera. Como si fueran inocentes, echan la culpa a los otros y anuncian un reino de amor y paz mediante mentiras, manipulación e intolerancia.
Mientras, como si tuvieran “patentes de corso”, autoproclamados chavistas irrumpen con consignas deshonrosas y amenazas, como ocurrió al final de la ceremonia del miércoles Santo en la Basílica de Santa Teresa, antes de que saliera la procesión del Nazareno de San Pablo. Insultaron, vejaron, hicieron huir a feligreses aterrados y golpearon a su salida de la iglesia al Cardenal Jorge Urosa, quien oficiaba el acto. Pero no hay justicia, ni pasa nada.
Una vez más se imponen el fanatismo y el sectarismo criminales, de los que parecen no darse cuenta oficialistas que a los adversarios del gobierno llaman fascistas, escuálidos, de derecha, terroristas, como si no conociéramos los demócratas las prácticas terribles de las que son capaces los revolucionarios de salón y seguidores de Chávez, cuya responsabilidad es determinante en el horror cotidiano al que han sido conducidos los ciudadanos.
Se cierran así las posibilidades de un reencuentro sincero y un diálogo efectivo con el régimen mafioso y militarista que domina Venezuela bajo el mandato de Nicolás Maduro. Para que la soberanía usurpada vuelva a la gente, solo elecciones pueden destrancar el juego perverso de un poder sin contrapesos. Maduro y sus acólitos criminalizan toda protesta, persiguen, difaman, condenan sin juicio y mienten sin pudor para someter por coacción económica o por miedo a la población. La camarilla que controla el poder, aunque cree dominar, no gobierna porque no tiene ni autoridad moral ni capacidad de ejercer el mando legítimo. Sin escrúpulos se ha apoderado de los poderes públicos. Oportunistas obtienen pingües ganancias y negociados turbios amparados en sus vínculos con los que manejan a su antojo el país, controlan las finanzas e imponen a la población una indefensión sin límites y extremas carencias.
No está de más recordar a Rousseau: “tirano es el rey que gobierna con violencia y sin miramiento a la justicia y a las leyes”…“Tirano y usurpador son, pues, perfectamente sinónimos”. Y a Santo Tomás de Aquino (1224-1274), Doctor de la Iglesia desde un 11 de abril de 1567, con su tesis de justificada resistencia a la tiranía, la peor forma de gobierno.
También fuerzas de seguridad, policías “bolivarianos”, agentes secretos y guardia nacional reprimen brutalmente y asesinan a jóvenes manifestantes con la complicidad y encubrimiento de gobernadores oficialistas, así como torturan de manera salvaje y sistemática a víctimas de detenciones arbitrarias y a presos políticos, con responsabilidad de militares del más alto rango en la cadena de mando, como un ministro de justicia hoy vocero de perdón y reconciliación.
No es reciente. Fue parte de la estrategia de control y sometimiento de Chávez, aunque se ha agudizado con Maduro, como pudimos escuchar en el informe de la valerosa abogada Tamara Suju ante la Corte Penal Internacional de La Haya.
Para vergüenza de la civilidad y la decencia, defensores del chavismo y sus connotados intelectuales y periodistas, invalidan toda protesta al calificarla de guarimbera. Como si fueran inocentes, echan la culpa a los otros y anuncian un reino de amor y paz mediante mentiras, manipulación e intolerancia.
Mientras, como si tuvieran “patentes de corso”, autoproclamados chavistas irrumpen con consignas deshonrosas y amenazas, como ocurrió al final de la ceremonia del miércoles Santo en la Basílica de Santa Teresa, antes de que saliera la procesión del Nazareno de San Pablo. Insultaron, vejaron, hicieron huir a feligreses aterrados y golpearon a su salida de la iglesia al Cardenal Jorge Urosa, quien oficiaba el acto. Pero no hay justicia, ni pasa nada.
Una vez más se imponen el fanatismo y el sectarismo criminales, de los que parecen no darse cuenta oficialistas que a los adversarios del gobierno llaman fascistas, escuálidos, de derecha, terroristas, como si no conociéramos los demócratas las prácticas terribles de las que son capaces los revolucionarios de salón y seguidores de Chávez, cuya responsabilidad es determinante en el horror cotidiano al que han sido conducidos los ciudadanos.
Se cierran así las posibilidades de un reencuentro sincero y un diálogo efectivo con el régimen mafioso y militarista que domina Venezuela bajo el mandato de Nicolás Maduro. Para que la soberanía usurpada vuelva a la gente, solo elecciones pueden destrancar el juego perverso de un poder sin contrapesos. Maduro y sus acólitos criminalizan toda protesta, persiguen, difaman, condenan sin juicio y mienten sin pudor para someter por coacción económica o por miedo a la población. La camarilla que controla el poder, aunque cree dominar, no gobierna porque no tiene ni autoridad moral ni capacidad de ejercer el mando legítimo. Sin escrúpulos se ha apoderado de los poderes públicos. Oportunistas obtienen pingües ganancias y negociados turbios amparados en sus vínculos con los que manejan a su antojo el país, controlan las finanzas e imponen a la población una indefensión sin límites y extremas carencias.
No está de más recordar a Rousseau: “tirano es el rey que gobierna con violencia y sin miramiento a la justicia y a las leyes”…“Tirano y usurpador son, pues, perfectamente sinónimos”. Y a Santo Tomás de Aquino (1224-1274), Doctor de la Iglesia desde un 11 de abril de 1567, con su tesis de justificada resistencia a la tiranía, la peor forma de gobierno.
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