ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
La explicación de lo que nos está pasando tiene muchas posibilidades, pero el aspecto militar es fundamental. Todo deriva de su influencia, todo lo tiene como esencia, aunque otros factores no dejen de pesar. La semana pasada traté de detenerme en los rasgos del militarismo chavista para sugerir una primera mirada de lo que me viene pareciendo medular para el entendimiento de la crisis venezolana, y ahora sigo en lo mismo.
¿Por qué las cosas han llegado hasta las situaciones extremas que padecemos? Es una historia que empieza el 4 de febrero de 1992, cuando una logia militar se extiende desde de la sombra del samán de Güere para anunciar su presencia en el momento y su hegemonía del futuro. Con una cartilla elemental, los juramentados hacen reverencias ante el tótem vegetal de la patria para imponerla a la fuerza en una situación que juzgan intolerable. La decadencia de la democracia representativa es evidente, hasta el punto de que no resulte difícil encontrar entonces simpatías para una intentona destinada a derrumbar un edificio debilitado en sus bases, pero la ineptitud de los protagonistas del golpe permite su supervivencia.
El establecimiento sale bien del primer empellón porque los adversarios son realmente inútiles, casi unos tontos de capirote, pero la irresponsabilidad de quienes deben juzgarlos y castigarlos ofrece una solución de supervivencia que será puente para su acceso al gobierno. Les permite pensar con calma, aun cuando no tengan muchas ideas en la cabeza; les ofrece ocasión de disfrazar sus intenciones hasta cuando sea posible. En consecuencia, desvelan su primera mentira: se proclaman respetuosos de las formas republicanas y de los procedimientos democráticos. Mientras les sirvan, desde luego, para hacer una comedia ante la miopía de los políticos y frente a un público que se conforma con su papel de espectador cautivo y entusiasta.
A partir del triunfo electoral de Chávez la farsa llega a su apogeo. Los protagonistas de la asonada aceptan el sendero electoral porque es lo más accesible, lo que tienen a mano después de su exhibición como maletillas, o porque es la ofrenda de una democracia incapaz de dar nuevos frutos. Y, en especial, porque el cabecilla está en el tope de la popularidad. La gente acepta su flirteo, no importa lo que haga, y permite que juegue a placer con su destino. Es decir, que mienta sin contención para que todos olviden la raíz militar que ha germinado en mentiroso abono. Por ejemplo, desconociendo los resultados del referéndum constitucional de 2007, cuyos contenidos impone pese a su derrota en las urnas. U ofreciendo la simulación de la candidatura “rival” del comandante Arias Cárdenas, acogida con alborozo por los líderes de la oposición y por millones de electores pese a sus antecedentes de conspirador fracasado y a su cercanía personal con el jefe de los juramentados de Güere. Por allí anda el comandante Arias Cárdenas, en las alturas de poder después de trabajar como repartidor de leche durante el gobierno del doctor Caldera y después de recorrer el país con una gallina en el sobaco, engalanado con las virtudes del golpista que sigue el manual de instrucciones originario.
Pero ¿a qué viene todo esto? Solo para insistir en un punto: los chavistas son, en esencia, golpistas. No son ni pueden ser otra cosa. Para ellos lo demás es añadidura, o tema superfluo. Asuntos como socialismo, revolución, justicia social y lucha de clases los tienen sin cuidado. Solo se sienten a gusto con el objetivo de sus cabezas cuadriculadas, especialmente si desarrollan mañas exitosas para taparlo. Quizá sientan consideración por la vaguedad de lo que pueda significar el patriotismo resumido en un árbol centenario que dice de todo y que, por lo tanto, no dice nada; o que se ajusta al capricho de quienes tienen un propósito de dominación que no congenia con los aparatos legales, ni con intereses que no sean los suyos, ni con ideas que desconocen y temen. Son golpistas congénitos y permanecen atados a su origen, aunque lo disimulen cada vez con menos éxito. Son sujetos pragmáticos que dependen de respuestas ocasionales, porque de otra manera se les mueve el piso y llegan a los despeñaderos de la confusión. De allí sus alternativas de sobrevivencia, pero también su contumacia y su peligro. Supongo que esta descripción pueda servir a una sociedad que antes los amó y ahora los detesta.
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