Trino Marquez
La inmensa mayoría de los
venezolanos que emigraron del país durante los últimos años de Hugo Chávez y el
periodo de Nicolás Maduro, tienen suficientes motivos para estar indignados y
protestar.
Primero,
fueron acorralados por la grave situación económica y social. De repente, el
país que había vivido en medio de la borrachera petrolera, cuando el crudo se
movía en la escala de los $120 por barril y el gobierno gastaba sin la menor precaución,
se vio en medio de la inflación, la escasez y el desabastecimiento de comida y
alimentos. La economía de puertos que pretendió imponer el socialismo petrolero
resultó insostenible. La misma mezcla letal de socialismo con crudos a altos
precios llevó al oficialismo a pensar que era posible expropiar y confiscar empresas
sin que semejante disparate tuviera consecuencias letales sobre el empleo y la
producción. Luego de varios años de excesos se vieron los resultados: millones
de personas fueron compelidos a salir de Venezuela porque no tenían dónde
conseguir un empleo que les permitiera labrarse un futuro esperanzador, y
además estaban acosados por el hampa y la inseguridad personal. Acorralamiento
y expulsión son expresiones que resumen las razones por las que cientos de
miles de nuestros compatriotas abandonaron la nación.
Esa
inmensa masa no ha salido por una guerra con otra nación, por la pugna entre
ideologías o religiones extremas, por el enfrentamiento entre etnias, razas o
regiones que se rechazan mutuamente. Ha huido por la insensatez y crueldad de una casta gobernante que
representa una minoría exigua, pero soberbia y prevalida del control que posee
de las Fuerzas Armadas, el TSJ y el CNE. Control con el cual intenta tiranizar
a toda una sociedad que la rechaza.
El
chavismo-madurismo hace pocos años apoyó a los indignados madrileños que se
reunían diariamente en Puerta del Sol a atacar el statu quo español. Respalda a
los piqueteros kirchneristas que le hacen papelillo la vida a Mauricio Macri en
Argentina. Ha bombeado financieramente a las Madres de la Plaza de Mayo, sobre
cuya bondad y honestidad hay serias dudas. Aupó a los cocaleros de Bolivia
cuando estos trancaban carreteras siguiendo las órdenes de Evo Morales. Financió
a los grupos antiglobalización que se desplazaban por todas partes del mundo
donde se reuniera el Grupo de los 8 o el Grupo de los 20. No existe protesta
antisistema que no haya recibido el respaldo económico y organizativo del
socialismo del siglo XXI. Allí donde existía o existe una voz contra el
capitalismo y la democracia, allí se dirige la chequera generosa del madurismo colocando
su músculo financiero, no importa cuánto represente el auxilio y cuánto les
cueste este apoyo a los venezolanos en términos de medicinas, salud y
alimentos.
Quienes
han repudiado a los representantes de la dictadura criolla, y a algunos de sus
familiares, en Madrid y otras ciudades
del exterior han sido antes que verdugos, víctimas de la ferocidad del
gobierno de Maduro. En España viven varios miles de venezolanos que no cobran desde
hace años sus pensionados, a pesar del acuerdo firmado entre Venezuela y esa
nación. Numerosos jóvenes que cursaban postgrados en distintas universidades
del mundo, han tenido que abandonar los estudios para dedicarse a realizar
actividades que les permitan obtener algún ingreso. Precariedad, inestabilidad
y miseria sintetizan el signo dominante de la vida de buena parte de ese
contingente.
Esos
venezolanos exiliados observan a sus pares vernáculos luchando en las calles de
Venezuela en condiciones precarias contra unos robocops que no sienten el menor respeto por la vida ajena, ni por
los derechos humanos. Ven que la guerra asimétrica no se libra entre nuestra
nación y una potencia imperial, sino entre un gobierno corrupto e inhumano y
una población que sólo exige el cumplimiento de la Constitución.
El
repudio hacia venezolanos que simbolizan la dictadura madurista es una manera hiriente
de integrarse y participar en las protestas que se libran en Venezuela desde
hace mes y medio. Este no es un fenómeno nuevo en el planeta. Lo mismo ocurrió
con los españoles, luego del triunfo de Franco; con los cubanos, después de
Fidel declararse comunista; con los chilenos, durante la larga y cruel tiranía de
Pinochet.
Esos episodios
seguirán sucediendo con los venezolanos mientras esa minoría arrogante que se
instaló en el poder pretenda acabar con la democracia e imponer una dictadura.
Esas formas de lucha, ciertamente atávicas e indeseables, muestran la enorme
fractura existente en la sociedad que las genera. Para que las heridas se
curen, no basta con condenar a quienes las practican, sino acabar con las
causas que provocan el odio. Lo que hace el régimen es atizar el fuego de los
indignados y el escrache.
@trinomarquezc
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