TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL 30
TULIO HERNANDEZ
I. A las 3:00 de la tarde, en la sala Nasyria del Palacio Madama, sede del Senado italiano, en pleno centro de Roma, Alessandro Maran, vicepresidente del grupo del Partido Democrático, dibujó solidario un compromiso contundente.
“No dejaremos solo al pueblo venezolano”, dijo. Antes le había explicado a las alrededor de setenta personas que colmaban la sala el por qué la convocatoria a una asamblea nacional constituyente, realizada por el gobierno conducido por Nicolás Maduro, era una argucia política inaceptable en cualquier democracia de cualquier lugar del planeta.
Debo confesar que me impresionó lo preciso de la información y el obvio conocimiento de la situación venezolana. Pero lo entendí bien cuando me explicaron que Maran, un activo legislador romano, era un profundo seguidor de la política latinoamericana y por ende de la venezolana.
De hecho mi presencia en aquella sala era producto de una iniciativa de Maran. El senador supo que luego del incidente por el cual Nicolás Maduro amenazó con enviarme a prisión –igual que hizo con César Miguel Rondón, uno de los grandes del periodismo venezolano–, me encontraba en la vecina Madrid y decidió promover una sesión para que explicara in situ, a parlamentarios y periodistas italianos, la tenebrosa persecución a la opinión libre que padecemos actualmente en Venezuela.
II.
A partir de ese momento comprendí la situación de profunda tensión y expectativa que suscita, también a escala internacional, la constituyente mediante la cual el gobierno rojo quiere saltarse la realización de las elecciones que prevé la Constitución, pues de seguro perdería. Ratifiqué, también, el creciente grado de comprensión entre la clase política europea de la tragedia que vivimos los venezolanos sometidos desde hace largos años al desmantelamiento –ético, económico, institucional, político y social– de nuestra nación.
En el presidium se encontraban también Pierfernando Casini, presidente de la Comisión de Exteriores del Senado; Gian Carlo Sangalli, jefe del grupo del PD en la Comisión de Exteriores; Paolo Mesa, director del Centro de Estudios Americanos; y Raffaelle Lorusso, secretario de la Federación Nacional de la Prensa Italiana.
Todas las intervenciones dejaron en claro por lo menos tres cosas. La preocupación por la defensa incondicional de la democracia y sus principios donde quiera que estos se hallen amenazados. El conocimiento preciso de la amenaza y los padecimientos que desde hace por lo menos una década nos ha tocado vivir. Y las acciones que todos ellos, cada uno en su terreno, han hecho para impedir que un gobierno de facto se posesione definitivamente de Venezuela.
III.
Finalizando la sesión, Paola Severini, moderadora del evento, directora de Angelipress.com, un portal de mucho peso en Europa, persona absolutamente comprometida con la lucha de los demócratas venezolanos, me pidió unas palabras finales. Lo hice. Terminé agradeciendo de nuevo y comenté que luego de las cinco intervenciones sentí que me iba con la sensación de que en aquel grupo de legisladores, activistas y dirigentes políticos y gremiales había un compromiso inteligente y afectivo con nuestro país.
Que esa era una buena noticia para nosotros que en algunos momentos nos hemos sentido muy abandonados por la comunidad internacional. Y que me encargaría de dar la buena nueva a través de esta columna dominical que aparecerá precisamente el día en el cual, para bien o para mal, una nación puede terminar de dirimir pacíficamente un largo conflicto o entrar en un baño de sangre sin retorno inmediato.
IV.
De regreso al lugar donde me hospedo, abrumado por el peculiar cielo azul de Roma en verano, pensaba en las veces que se repitió la frase: “En Venezuela se juegan dos modelos de vida. Uno que apuesta a la convivencia pacífica entre los diferentes. Otro que apuesta al aplastamiento de aquella parte que no comparte las ideas de quien ejerce el poder”.
Escribo esta nota tres días antes del domingo 30 y ahora entiendo la angustia impotente que, en días como este, sienten los venezolanos que han tenido que irse a vivir fuera del país.
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