Angel Oropeza
Cuando se pregunta en estos días sobre la fotografía psicológica de los venezolanos, el rasgo “desánimo” aparece con preocupante énfasis. A pesar de no saber en realidad qué porcentaje tiene hoy este atributo como el principal descriptor de su conducta, el fenómeno parece lo suficientemente expandido como para merecer una reflexión.
Los vaivenes del ánimo son una característica natural del ser humano. En este sentido, el desánimo es uno de los polos de un ciclo psicológico que forma parte de nuestra arquitectura emocional básica. A pesar de su condición cambiante y por tanto pasajera, el problema está cuando un grupo considerable de personas lo padece simultáneamente, lo cual lo convierte en un fenómeno social de consecuencias políticas, por lo general en perjuicio de esas mismas personas. Este peligro se exacerba cuando además hay grupos políticos entrenados para aprovechar estos períodos de desaliento en beneficio propio.
Precisamente en el arte de la utilización política de los estados de ánimo colectivos, el militarismo venezolano ha recibido la estrecha asesoría de los laboratorios cubanos de guerra psicológica. Una de sus enseñanzas es aprovechar los períodos temporales de debilidad anímica de la población para tratar de avanzar rápidamente con medidas que apuntalen al régimen, antes que esa temporalidad culmine.
Para muestra, baste solo un botón. En las elecciones regionales de diciembre de 2012, el régimen supo sacarle provecho a la desmoralización opositora luego de la derrota de Capriles ante Chávez 3 meses antes, lo que se tradujo en una gigantesca abstención del bando democrático que pudo retener solo 3 gobernaciones. Pocos meses más tarde hubo que convocar elecciones presidenciales de nuevo. Según el CNE, Maduro ganó por tan solo 1%. Hasta para Lucena habría sido imposible fabricar ese 1% si la oposición hubiese mantenido el control que tenía, y que perdió producto de la abstención, en estados claves como Zulia, Táchira, Carabobo, Monagas o Nueva Esparta. Hoy el presidente es Maduro y no Capriles, por el desánimo de diciembre de 2012. Igual ocurrió en 2005, cuando el desánimo terminó generando una abstención que ha provocado, entre otras cosas, el vergonzoso CNE que hoy tenemos.
El régimen sabe perfectamente cómo aprovechar los “bajones” anímicos de la población en perjuicio de ella misma. Cuando la gente al final reacciona, se da cuenta tarde de lo que perdió y ya no le queda más remedio que lamentar su error y reiniciar la lucha pero desde una posición más desventajosa y de menor poder, habiendo perdido terreno que antes había avanzado.
Hoy la estrategia es la misma. El adelanto de elecciones de gobernadores, las arremetidas de la fraudulenta constituyente, la reafirmación del golpe de Estado usurpando las funciones de la AN con el fin principal de seguir rematando al país, lo hacen aceleradamente para aprovechar el cansancio anímico y la poca capacidad de reacción de parte importante de la población.
Si sabemos que ese es el juego del régimen, nadie debería caer en su trampa. Por ello la insistencia en que, a pesar de las provocaciones habidas y por venir, nada nos debe desviar de la lucha constitucional, que es el único escenario en el que el gobierno tiene todas las de perder, y de la Unidad opositora, única garantía de materializar el cambio necesario.
El régimen sabe que contra el pueblo no puede. Aterrado y sin apoyo popular, pero con mucha plata y recursos, su esperanza es disuadir a la gente, desanimarla y convencerla de que no vale la pena. Lo que le queda es jugar con su mente, generarle desesperanza y alimentar su desánimo. Enfrentemos el reto de evitar ser de nuevo víctimas de sus cálculos y de quienes, algunos seudoopositores incluidos, saben aprovecharse de los ciclos emocionales en su propio beneficio.
Decía Cicerón que cuanto más grande la dificultad, mayor la gloria. Hemos avanzado mucho. Cuidado con el empeño en destruir lo que se ha conquistado hasta ahora y regresar a errores que nos vuelvan a alejar de la meta.
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