¿Monroismo demodé o defensa de la Democracia hemisférica?
Emilio Nouel V.
Aunque
EE.UU sigue siendo, y quien sabe por cuanto tiempo más, el país más poderoso
del planeta en muchos sentidos, su peso e incidencia en el ámbito internacional
ha ido mermando.
No
hay estudioso o analista que no reconozca esa realidad incontrovertible. Su
poder no es el de hace medio siglo a pesar de que compartía entonces con la
Unión Soviética el protagonismo en un mundo bipolar.
Ha
corrido mucha agua bajo el puente, y esa ya no es la situación actual. La
correlación de fuerzas y los equilibrios geopolíticos son otros; y hoy hasta se
habla de un “Nuevo orden chino”, y quizás sea este mundo “balanceado” lo
más conveniente para la gobernabilidad del planeta que vivimos. Pero independientemente de que a uno le parezca
positivo o no ese hecho, cualquier análisis que se haga sobre el papel
global que ha adquirido y mantiene EE.UU, debe partir de esa constatación, lo
cual, por supuesto, no resta a ese país el carácter de nación admirable, ejemplar y
determinante en diversos campos.
Sin
embargo, cuando leemos por ahí que a algún descaminado se le ocurre pedir la
aplicación de la Doctrina Monroe para llamar la atención a los gobernantes
estadounidenses sobre las andanzas de Rusia en nuestro continente,
concretamente en Venezuela, no deja de producirnos cierto asombro, sobre todo,
por venir de personas que supuestamente tienen ciertos conocimientos y
experiencia política en lides nacionales e internacionales.
Echar
mano de la célebre Doctrina en estos tiempos es poco menos que un anacronismo,
un recurso demodé y un despropósito político. Ni siquiera los mismos
norteamericanos apelan a tal visión en pleno siglo XXI.
Resulta
curioso como la utilización de ese expediente va al encuentro del discurso de
líderes del Foro de Sao Paulo y/o de la izquierda latinoamericana, que plantea para
nuestro hemisferio el dilema absurdo de “Monroísmo versus bolivarianismo”,
a lo Indalecio Liévano Aguirre.
Como
es harto conocido, la Doctrina Monroe, formulada más bien por John
Quincy Adams, siendo este Secretario de Estado de EE.UU, fue presentada por el
presidente James Monroe hace 194 años y respondía a unas circunstancias
particulares. Tal declaración está sintetizada en la frase
“América para los americanos”. Al
momento de ser proclamada, por cierto, no tuvo rechazo de los latinoamericanos,
sino más bien fue bienvenida. Era vista como el símbolo de una ideología
compartida por todos los americanos que enfrentaba a los Imperios europeos de
entonces. Posteriormente, ha sido mitificada por unos y demonizada por
otros.
La doctrina se resumía en 4
puntos: 1) EEUU no intervendría en las colonias europeas existentes; 2) Se
mantendría apartado de Europa, sus alianzas y guerras; 3) El continente
americano, en lo sucesivo, no podrá ser colonizado por las potencias europeas;
4) Cualquier intento de extender el sistema político de Europa a los
territorios americanos sería considerado peligroso para la paz y seguridad
americanas.
Sin embargo, con base en
esa doctrina algunos gobernantes norteamericanos se sintieron autorizados para
intervenir en el entorno continental. Así, Henry Kissinger lo ha admitido al
decir que tal doctrina convirtió al océano que separaba a Europa de EE.UU en un
foso protector, al tiempo que daba a este país “la libertad para conquistar
el continente americano”.
Se ha dicho, a mi juicio,
equivocadamente, que el ideal panamericanista enarbolado por muchos líderes y
pensadores de nuestro hemisferio es monroísmo que esconde el propósito de
dominio norteamericano.
El ideal panamericanista
parte de la primigenia visión de principios compartida por los que se rebelaron
contra las potencias europeas. Mariano Picón Salas pondera ese ideal cuando
refiere la común misión de América, que había aproximado el pensamiento
emancipador de todo el hemisferio y hecho dialogar a Jefferson y Miranda.
Según algunos, el
monroísmo y el bolivarianismo habrían marcado tempranamente las Américas. De un
lado los anglos, y del otro, los hispanos.
La
historiadora Silvia Hilton ha señalado que sin embargo las propuestas de
Bolívar y Monroe coincidían en los puntos más importantes, particularmente
en la promoción de un sistema americano.
No
obstante, la Doctrina Monroe debe ser considerada hoy una antigualla. Al igual
que el bolivarianismo supuestamente rescatado por el populismo militarista
izquierdizante. Traer aquella visión a estos tiempos para justificar una
intervención, es una sugerencia inconveniente, un exabrupto histórico sin
sustento alguno en la realidad actual, una estupidez política.
En
efecto, Rusia, en su afán por recuperar el poderío perdido -“siempre tentada por los demonios del
imperialismo” dice Kissinger- hoy
venida a menos, está apuntalando un gobierno tiránico y corrupto en nuestro
país, al asistirlo financieramente, a cambio de petróleo, impulsados por un
interés geopolítico evidente.
EE.UU ha
sido un país amigo y socio durante siglos. Nos vinculan fuertes lazos
históricos, políticos, económicos y valores compartidos. De eso no hay
duda. Más allá de los desencuentros e incomprensiones mutuas, nos hermanan
intereses estratégicos hemisféricos; de modo que tiranías como la rusa, la
venezolana o cualquiera otra, con seguridad encontraran a las naciones de
América unidas en defensa de la democracia y las libertades, y no a partir de
ideas desfasadas en el tiempo.
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