Bananeras
MARIO VARGAS LLOSA
EL PAIS
Como el Cid Campeador, el Generalísimo Rafael Leónidas
Trujillo, dictador de la República Dominicana por treintaiún años
(1930-1961), sigue llevando a cabo proezas después de muerto. No son
patrióticas, sino asesinatos internacionales, como se asegura en La rapsodia del crimen. Trujillo vs Castillo Armas (Grijalbo), libro que acaba de publicar el historiador y periodista dominicano Tony Raful.
¿Alguien
se acuerda todavía del coronel Carlos Castillo Armas? La CIA, el
presidente Eisenhower y su secretario de Estado, John Foster Dulles, lo
pusieron al frente de un golpe de Estado que organizaron en 1954 contra
el gobierno progresista de Jacobo Arbenz, en Guatemala, que se había
atrevido a hacer una reforma agraria en el país y a cobrarle impuestos a
la todopoderosa United Fruit. Tres años más tarde, el 26 de julio de
1957, aquel apocado coronel fue misteriosamente asesinado a balazos en
un palacio de gobierno que, de manera muy oportuna, se había quedado esa
noche sin escoltas ni funcionarios. Nadie creyó que el asesino fuera el
solitario soldadito al que se incriminó. Se tejieron toda clase de
conjeturas y fantasías sobre este crimen, pronto olvidado en los
incesantes torbellinos políticos de lo que se llamaba entonces las
repúblicas bananeras de Centroamérica.
Según Tony Raful, fue nada menos que Trujillo quien lo mandó
matar. Las razones que esgrime son bastante persuasivas. El
Generalísimo, que se jactaba de ser el enemigo número uno del comunismo
en América, colaboró con la CIA, igual que otro tirano, Somoza, en la
preparación del golpe y dio dinero y envió armamento a Castillo Armas.
Cuando estuvo en el poder, le pidió que le entregara al general Miguel
Angel Ramírez Alcántara, quien había organizado una invasión
antitrujillista que fracasó, que lo invitara a Guatemala y que lo
condecorara con la Orden del Quetzal. El ingrato de Castillo Armas no
hizo ninguna de las tres cosas que le había prometido, y, además, se
permitió burlarse de Trujillo y su familia en una recepción, de lo que
fue inmediatamente informado el hombre fuerte dominicano.
Entonces Trujillo mandó a Guatemala a su asesino y
torturador favorito, Johnny Abbes García, un oscuro periodista hípico al
que hizo coronel y jefe del temible SIM (Servicio de Inteligencia
Militar). Abbes había sido informante secreto entre los exiliados
dominicanos de México y cometido numerosas fechorías de sangre al
servicio del Generalísimo, de modo que su aterrizaje en Guatemala, como
agregado militar adscrito a la legación diplomática dominicana,
anticipaba sangre. Para llegar a Castillo Armas, Abbes García se sirvió
del más fascinante personaje del libro de Tony Raful, Gloria Bolaños,
una joven que había sido reina de belleza y era entonces amante del
dictadorcito guatemalteco. La entrevista que celebraron los tres es
antológica: Abbes García explicó a Castillo Armas que Trujillo le
enviaba decir que había una conspiración para matarlo, urdida por los
dos ex presidentes progresistas, Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, y
que, si Castillo Armas lo autorizaba, él se encargaría de despachar al
otro mundo en un dos por tres a ese par de “comunistas”. Según Gloria
Bolaños, informante de Raful, Castillo Armas agradeció la oferta pero la
rechazó: eso habría sellado su suerte. Trujillo dio órdenes de que el
coronel fuera eliminado. Esta vez Johnny Abbes García hizo bien su
trabajo (no así cuando intentó matar al presidente de Venezuela, Rómulo
Betancourt, pues la bomba que le puso, también por orden de Trujillo,
sólo le chamuscó las manos).
Johnny Abbes había dejado todo perfectamente preparado y
salió del país antes del atentado, para borrar las huellas. A partir de
allí, toda la conspiración adopta las sorpresas y enredos de un
verdadero vodevil. Después del asesinato de Castillo Armas, los
militares y amigos ¿a quién buscan? ¡A Gloria Bolaños! Estaban
convencidos que la joven amante había sido pieza clave de la emboscada.
¿Quién salva a Gloria Bolaños de la cacería? ¡Johnny Abbes García! Se
vale para ello de otro asesino profesional, el pistolero cubano Carlos
Garcel, quien saca a la muchacha en auto por la frontera hacia El
Salvador, donde Abbes García la está esperando; allí ambos se embarcan
en un avión privado que los traslada a Ciudad Trujillo, como se llamaba
entonces la capital dominicana.
Desde este momento, Gloria Bolaños reemplaza al infeliz
Castillo Armas, e incluso a Johnny Abbes García, como la protagonista
del libro de Tony Raful. Se convierte en una periodista de armas tomar,
que, desde la poderosa radioemisora trujillista, La Voz Dominicana,
acusa diariamente a los amigos “liberacionistas” de Castillo Armas de
haberlo asesinado y de inventarse la historia del “soldadito comunista”
para enredar las pistas. Al mismo tiempo protagoniza un episodio
tragicómico cuando Héctor Trujillo, apodado el Negro, hermano del
Generalísimo y presidente fantoche de la República, la convoca a su
oficina y le entrega un cheque firmado por él y sin cifras: “Ponga usted
la cantidad”, le dice, “para que nos acostemos juntos”. La exreina de
belleza salta sobre él y le hubiera arrancado una oreja si no llegan a
tiempo los escoltas a salvar al mandatario rijoso de la fierecilla
guatemalteca.
Es un misterio saber cómo a Gloria Bolaños no le ocurre nada
después de perpetrar este casi magnicidio a mordiscos y cómo llega a
Miami, donde todavía vive, en un barrio elegante y en una casa llena de
flores de plástico en la que hay una foto —ocupa toda una pared— del
coronel Carlos Castillo Armas y una llama votiva a sus pies. También hay
fotos de Trujillo y de la dueña de casa con tres generaciones de la
familia Bush: los dos expresidentes y Jeff, que fue gobernador de
Florida, abrazándola. Hay asimismo una foto de ella con Ronald Reagan y
muchas más de ella sola, cuando era Miss Guatemala.
¿Trabajó doña Gloria Bolaños para la CIA desde muy joven y
fue gracias a ello que pudo entrar sin dificultad a Estados Unidos y
obtener la residencia? Es otra de las preguntas que quedan flotando en
la mente del lector cuando cierra esta hechicera investigación, La rapsodia del crimen.
En todo caso, lo cierto es que esta señora sabe muchas cosas más de las
que dice, y algunas de las que dice no pueden ser más sorprendentes.
Por ejemplo, que la noticia oficial de la muerte de Johnny Abbes García
en Haití, el 30 de mayo de 1967, asesinado por los tonton macoutes
(había traicionado al sátrapa Duvalier, para quien trabajaba) es falsa.
Que fue una fabricación de la CIA, a la que también servía Abbes hacía
varios años, y de él mismo, a fin de despistar a sus muchos enemigos. En
verdad, habría huido a los Estados Unidos, donde, luego de hacerse una
operación de cirugía plástica que le cambió la cara —pero no la voz—,
vive todavía, tranquilo y feliz, próximo a cumplir los noventa años.
¿Ella lo ha visto? Sí, una sola vez, hace pocos años. Tocaron la puerta
una madrugada, salió a abrir y vio un hombre envuelto en un gran abrigo y
una bufanda gruesa. Identificó inmediatamente la música de su voz: “¿No
me reconoces, Glorita?”. Ella está segura de que, en cualquier momento,
ese “cumplido caballero” volverá a aparecer.
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© Mario Vargas Llosa, 2017
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