La «crisis del pernil» en Venezuela se convierte
en una revuelta de los más pobres
Ludmila Vinogradoff
ABC
Inflación
desorbitada, desabastecimiento crónico y promesas incumplidas se han
combinado para provocar una revuelta contra la miseria con la que los
venezolanos están viviendo estas fiestas. Una protesta que no es
política, como otras revueltas impulsadas por la oposición, sino social,
provocada por la penuria de la vida cotidiana, animada por los sectores
más pobres de la población y que incluso ha llegado a zonas
habitualmente fieles al chavismo.
La inflación de 2.500 por ciento al cierre de 2017
ha disparado los precios hasta unos niveles insoportables. Y entre
carestía y escasez, muchos venezolanos se plantean si este año no podrán
despedir el año tomando las tradicionales doce uvas, que han alcanzado
unos precios astronómicos. Tampoco habrá los productos habituales en una
mesa de fin de año: jamón, manzanas, nueces y ni siquiera una copa del
tradicional ponche crema.
La revuelta popular la ha desatado la llamada «crisis del pernil».
A bombo y platillo el presidente, Maduro prometió a la población más
pobre y a la militancia chavista la importación masiva de perniles para
Navidad. Pero no pudo cumplir su promesa, lo que provocó una ola de
protestas en el país, especialmente en las zonas más desfavorecidas.
Ayer la protesta se mantuvo en la localidad de Catia,
al oeste de Caracas, donde los manifestantes se apostaron en la avenida
Sucre para exigir los alimentos prometidos. «Nos engañan... La comida,
los juguetes de los niños fueron una porquería», clamaban los
manifestantes, según informaba «El Nacional». Es sintomático que muchos
de los manifestantes de estos días sean chavistas portadores del «carnet de la patria», con el que esperaban acceder a los paquetes con los míticos jamones.
Pero Maduro no cree que la culpa sea suya, sino de Portugal, Colombia y EE.UU.,
como es habitual en su discurso del sabotaje externo. El mandatario
venezolano acusó al gobierno de Portugal de sabotear la importación de
perniles. Pero la cancillería portuguesa negó que tenga ninguna
responsabilidad en los fallos de abastecimiento y subrayó que no tienen
«el poder de sabotear» la importación del alimentos. La acusación fue un
bumerang para Maduro, que quedó en posición muy desairada después de
que la empresa agroalimentaria lusa Raporal indicase que el Gobierno
venezolano debe 40 millones de euros a varias firmas lusas por un cargamento de jamones navideños enviados en 2016.
Tras intentar culpar a Portugal por la crisis, el Gobierno arremetió contra Colombia. Freddy Bernal,
ministro de Agricultura Urbana, dijo ayer en su cuenta de Twitter que
2.200 toneladas de jamón se encuentran retenidas en la frontera
colombiana, con la supuesta malévola intención de que los venezolanos no
coman jamón en estas fiestas. «Informo a Venezuela que 2.200 toneladas
de pernil están retenidas en Colombia», señaló al tiempo que insistía en
que «el saboteo no sólo es» de Estados Unidos, que habría provocado la
crisis por «congelarle las cuentas a los que les venden comida al país».
El fantasma de EE.UU. y sus sanciones siempre aparece en toda crisis
interna venezolana.
«El Gobierno colombiano desde hace 7 días
mantiene retenidos los perniles en la frontera de Paraguachón (entre La
Guajira y el estado venezolano Zulia)», insistió Bernal, que es también
el encargado de distribuir las bolsas de comida de los denominados Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP),
los soviets chavistas para el reparto de comida. El ministro incluso
intentó sacar pecho al asegurar que «el 60 % del pernil que hasta ahora»
se ha distribuido «es gracias a la compra efectuada a los productores
nacionales».
Maduro jamás ha reconocido la galopante inflación que
este año podría cerrar en 2.500 por ciento, según señaló el economista
consultor de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD),
Asdrúbal Oliveros. En este sentido, la oposición ha advertido de que si
el Gobierno no cambia la política económica, Venezuela no superará la
hiperinflación.
Un ejemplo que parece menor, pero que es
indicativo de la miseria cotidiana es el disparatado precio de las uvas
para este fin de año. El precio de las uvas varía dependiendo de su
procedencia. Por el kilo de uva criolla se llega a pagar entre 200.000 y
450.000 bolívares (4,5 dólares al cambio paralelo de 100.000) el kilo,
mientras que el kilo de uva importada o uvas globo cuestan hasta 900.000
e incluso 1.500.000 bolívares (15 dólares) el kilo. El sueldo mínimo en
Venezuela es de 277.000 bolívares (2,7 dólares). En el mejor de los
casos, un buen sueldo rara vez supera los 6 millones de bolívares (60 dólares mensuales).
Siguiendo
con la mesa de Nochevieja, el precio de las avellanas y nueces va desde
los 800.000 hasta el millón de bolívares (10 dólares) el kilo, las
manzanas importadas pueden costar hasta 400.000 bolívares (4 dólares) el
kilo y las mandarinas nacionales, a 30.000 el kilo.
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