‘Che’ Guevara, el mito desteñido
JOANI SANCHEZ
Hace casi cuatro décadas, cuando aprendía el abecedario, me tocó
decir mi primera consigna política, la misma que repiten todavía cada
mañana miles de niños cubanos: “Pioneros por el comunismo, seremos como
el Che”. Con la diferencia de que hoy la figura del guerrillero está muy
cuestionada en muchas partes del mundo, menos en Cuba.
El hombre que posó para tantos fotógrafos, que quedó inmortalizado en
un retrato con boina y mirada perdida, no está superando bien el juicio
de la Historia. En estos tiempos, en que la violencia y la lucha armada
son cada vez más reprobadas públicamente, emergen los detalles de sus
desmanes y las víctimas de aquellos años comienzan, finalmente, a ser
escuchadas.
Ernesto Guevara, el argentino que ha cautivado a cineastas,
escritores y periodistas, no atraviesa un buen momento. Poco importa si
su rostro sigue reproduciéndose en infinidad de camisetas, banderas o
ceniceros en todo el planeta, porque su mito se destiñe en la medida en
que se conoce más al personaje que realmente fue. La verdad sale a flote
mientras él se hunde.
A este deterioro contribuye también la mercantilización sin medida
que se ha apoderado de esa imagen con barba rala y ceño prominente. La
voracidad material de sus herederos, el inescrupuloso uso que han hecho
sus propios compañeros de batalla de su nombre y la frivolidad de los
consumidores de reliquias ideológicas agregan ácido corrosivo a su
leyenda.
El Che se ha convertido en un negocio, en un buen negocio para los
nostálgicos que escriben libros sobre esas utopías que tanto faltan hoy.
Son textos para endiosar a un hombre que hubiera perseguido a buena
parte de sus actuales admiradores por llevar un piercing en la nariz, pelo largo o un residuo de marihuana en el bolsillo.
Como ironía de la vida, el culto guevariano se extiende entre gente
que nunca hubiera podido encajar en el estricto molde que el argentino
diseñó para el “hombre nuevo”. Ese individuo debía moverse por “el odio
como factor de lucha” y saber convertirse en una “selectiva y fría
máquina de matar” llegado el momento, según advirtió en su último
mensaje público en 1967.
¿En qué pueden parecerse el Che y esos pacifistas, ecologistas o
antisistemas que hoy lo veneran? ¿Cómo encajan quienes dicen querer
mayores espacios de libertad para el ciudadano con un hombre que ayudó a
someter a toda una sociedad a los designios de unos pocos? ¿En qué
punto se conecta ese idealismo con un señor que quiso cambiar América
Latina desde la mirilla de un fusil?
La temprana muerte de Guevara y el no haber envejecido en el poder no
son elementos suficientes para sostener su leyenda. Los biógrafos
complacientes que retocaron cada pasaje de su vida han contribuido a su
endiosamiento, y también sus viejos compañeros de ruta necesitados de un
“mártir” para el panteón de los revolucionarios, de un John Lennon sin
guitarra o de un Jesús sin corona de espinas.
En octubre de 2016 la imagen adusta de Che Guevara que había
señoreado por más de 30 años en la plaza principal de la Universidad
Nacional de Bogotá, en Colombia, desapareció del muro del auditorio León
de Greiff. El borrado de aquel rostro provocó una agria controversia
entre los estudiantes y poco después el grupo de simpatizantes del
argentino terminó por volver a pintar el mural.
El encontronazo puso en evidencia algo más que las diferencias
ideológicas de los estudiantes: mostró el choque de dos tiempos. De un
lado, un momento en que Guevara era visto como un libertador
latinoamericano que, subido en su moto o empuñando su arma, representaba
una figura quijotesca dispuesta a enfrentar los molinos imperialistas.
Del otro, una época en que se ha llegado a comprobar el fracaso del
modelo que el guerrillero quiso imponer.
No hay mentís más rotundo al hombre que en la Sierra Maestra alcanzó
los grados de comandante que el rancio totalitarismo en que derivó la
Revolución Cubana. Ningún golpe contra su imagen ha sido tan duro como
la deriva prosoviética que tomó Fidel Castro tras la muerte del Che y
las posteriores “concesiones” al mercado que debió hacer cuando el
subsidio del Kremlin se acabó abruptamente.
El pasado año, justo cuando se cumplía medio siglo de la muerte de
Guevara en Bolivia, la Fundación Internacional Bases, de corte liberal,
comenzó una campaña de recolección de firmas en la plataforma Change.org
para eliminar todos los monumentos y otros homenajes al Che en la
ciudad de Rosario, donde nació. La ONG argentina lo llamó heredero del
“legado asesino del comunismo”. Más de 20.000 personas han firmado la
demanda.
A finales de diciembre pasado la polémica llegó hasta Francia cuando
el Ayuntamiento parisiense, gobernado por la alcaldesa socialista de
origen español Ana Hidalgo, albergó la exposición Le Che à Paris.
Varios intelectuales y académicos firmaron una carta de protesta
escrita por el periodista y exiliado cubano Jacobo Machover en la que
exigían la retirada inmediata de la muestra.
El autor del libro La cara oculta del Che contó en su misiva
varias de las facetas más escamoteadas en las historia oficial. Guevara
“asistía a los fusilamientos” llevados a cabo tras juicios sumarios en
el primer año de la Revolución y “los cubanos, que le temían, lo
llamaron el carnicerito de La Cabaña”. En 1964, desde
la tribuna de Naciones Unidas se vanaglorió de sus actos: “Hemos
fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”.
Hidalgo respondió con un mensaje en la red social Twitter que calentó
aún más los ánimos y en el que aseguró que “la capital rinde homenaje a
una figura de la revolución convertida en icono militante y romántico”.
La alcaldesa parisiense cerró su trino con un emoticono en forma de
puño cerrado, a la vieja usanza revolucionaria.
Con su gesto, Hidalgo se sumó a una de las más elaboradas campañas
publicitarias surgida del laboratorio castrista, una en la que se
distorsiona el pasado y se ensalza a Guevara, mientras se esconde la
extensa crueldad que cabía en su persona.
Para varias generaciones de cubanos que hemos repetido desde muy
temprana edad el compromiso de ser “como el Che”, todas estas polémicas
vienen a ser como una sacudida. Las bofetadas que nos sacan del estado
hipnótico que traen la ignorancia y el adoctrinamiento cuando se
conjugan.
Sin embargo, el golpe más demoledor que he presenciado a la figura
del llamado “guerrillero heroico” vino de un compatriota. En medio de
una fiesta habanera un joven universitario se percató de que el invitado
alemán estaba vestido con una de esas camisetas con la famosa
instantánea que tomó el fotógrafo Alberto Korda.
“Igual te podrías poner una camiseta con el rostro de Charles
Manson”, dijo el estudiante al turista, y la frase quedó flotando en el
aire mientras la música parecía detenerse. Risas nerviosas y silencio.
Nadie defendió a Che Guevara.
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