Sociedad de ciudadanos: el camino a la unidad
MARTA DE LA VEGA
TAL CUAL
¿Qué es lo que distingue a la horda o turba
transgresora y sin límites de una sociedad de ciudadanos? ¿La barbarie de la
civilización? ¿Qué es lo que nos hace humanos y no bestias? ¿Qué separa un
Estado de derecho de un Estado forajido o fallido? ¿Qué caracteriza la
situación de una sociedad realmente justa frente a una sociedad atomizada,
anarquizada, sin regla alguna?
La civilidad, que consiste en el sentido del
honor, en el respeto a las normas, en el reconocimiento del otro como mi
semejante, como mi prójimo (próximo), en el respeto a las diferencias entre las
personas, en el sentimiento de humanidad, en la recíproca comprensión, en la
conciencia de pertenencia al género humano, en el cumplimiento de los
compromisos adquiridos. La civilidad es parte de la ética política, es
una virtud cívica que facilita la convivencia y desarrolla el valor de la
confianza en la palabra y en las acciones del otro. Saber a qué
atenerse con los otros y percibir a los demás, no como nuestro potencial
enemigo sino como nuestro conciudadano.
Los recientes hechos que han conmocionado la
opinión pública nacional e internacional parecen negar que estemos en una
sociedad de ciudadanos.
Desde el despojo violento y brutal de los plátanos que en una carreta callejera
un humilde vendedor ambulante ofrecía a la venta por parte de una poblada
enardecida y sin frenos que saqueaba todo a su paso, hasta la horrible y
monstruosa masacre del 15 de enero de 2018. Documentada en vivo y
directo por las propias víctimas quedó la muerte de un grupo de jóvenes
declarados en rebelión bajo el liderazgo del comisario Óscar Pérez contra el
gobierno de Maduro.
No cabe duda de que lo ocurrido en El
Junquito, cerca de Caracas, ha sido una inmoral e ilegal ejecución
extrajudicial. Sin disimulos. Con extrema crueldad y
despiadadamente. Sin respeto a la palabra y a la rendición manifestada
expresamente por Pérez y algunos de sus acompañantes. Sin que dispararan ni un
tiro, los rebeldes, tildados sin previo juicio de asesinos y terroristas,
fueron acribillados con saña, con engaño, con manipulación y violando las
negociaciones para entregarse, con un uso desmesurado de fuerza letal.
Los documentos probatorios han quedado
registrados audiovisualmente. De las propias fuerzas militares salieron los
tiros que mataron a uno de los miembros del colectivo paramilitar “Tres raíces”
que vinieron a cumplir el trabajo sucio de asesinar. Y fueron las fuerzas de
choque del gobierno las que silenciaron con su muerte a los dos policías que
habían asesinado al jefe violento con credenciales ilegítimas que formaba parte
de los grupos ilegales financiados por el gobierno. Es claro el sentido
del castigo. Paralizar de miedo a la población. Que nadie se atreva a alzar su
voz pues sufrirá el mismo final atroz.
Si el grupo de jóvenes vilmente asesinados
se había declarado en guerra contra un gobierno considerado tiránico,
delincuente, ilegítimo, se ha cometido un crimen de guerra y se han violado
flagrantemente tratados internacionales vigentes, convención de Ginebra,
Estatuto de Roma y derecho al debido proceso para cualquier indiciado de
infringir la ley.
De manera salvaje fueron violados el
inalienable derecho a la vida, la Constitución Nacional y el derecho a la
justicia, aparte de los derechos humanos más elementales.
No solo a las víctimas sino a sus
familiares, que fueron atropellados en medio del dolor y la impotencia frente a
un “gobierno del mal”, como caracterizó Aquiles Esté en New York Times el régimen de Maduro y sus
secuaces.
Es un
deber ético de ciudadanos y dirigentes políticos, económicos y sociales,
conjuntamente subordinar sus intereses particulares a favor de la unidad como
bien superior para derrotar el régimen criminal.
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