TRINO MARQUEZ
La decisión de la MUD de
abstenerse en las votaciones presidenciales convocadas por la asamblea
constituyente, a las que se agregarán los comicios legislativos, encara solo al
reto de impedir que las elecciones sigan degradándose y maquillando a un
régimen que viola continuamente su propia legalidad. Existen pocos mandatarios que
asuman la frase de Fidel Castro: ¿votar? ¡Para qué!, si el pueblo ya se
pronunció a favor de la revolución. El autoritarismo avanza ahora en otra
dirección. Desde el final de la Guerra Fría, el objetivo de las autocracias de
izquierda ha consistido en prostituir el voto. Vaciarlo de cualquier carga
explosiva que permita pensar en la salida del poder central de la élite
gobernante.
En el caso de
Venezuela, el oficialismo ha permitido que la oposición triunfe en varias
gobernaciones y alcaldías. Obtenga algunos diputados nacionales o regionales. Pero,
jamás aceptará de por las buenas que el poder se vea seriamente comprometido
por una elección presidencial. Maduro dejará el poder únicamente en medio de
una crisis gigantesca, que fracture el bloque dominante, cuyo vértice más filoso
son las Fuerzas Armadas. Cuando el costo de mantenerlo en el poder sea superior
a los beneficios que su disfrute proporciona, entonces se producirá el quiebre
y se abrirá el espacio para el cambio. Unas elecciones para Presidente pueden
provocar la ruptura, pero no estas, organizadas para que gane el gobernante.
Los cambios en
Túnez, Egipto y Libia –la llamada Primera Árabe- fueron el reflejo del cambio
en los términos de la ecuación. Sostener a tiranos como Alí, Mubarak y Gadafi suponía
un costo demasiado elevado. Había que
salir de ellos para que los países que gobernaban no se desintegraran. Lo que
ha ocurrido después es otra historia. Lo primero era desalojar a los déspotas.
Venezuela se
halla frente a un reto similar. El país está en medio de un dramático proceso
de desintegración, sin que la expresión sea una metáfora. Los venezolanos se
han esparcido por toda América y varias naciones europeas. Hasta Australia han
ido a parar numerosos compatriotas. La diáspora venezolana, como la llama Tomás
Páez, ha hecho que huyan casi cuatro millones de compatriotas. Después del 22 de
abril, la estampida será todavía más numerosa. Muchos de esos venezolanos están
pasándola mal, pero al menos mantienen viva la llama de la esperanza. Piensan
en una vida mejor en el futuro cercano. En cambio, una inmensa mayoría de
quienes no quieren o no pueden irse sufren penurias semejantes, pero sin
esperanza. O, peor aún, con desesperanza porque el porvenir les luce más opaco
que el presente, ya ruinoso. El informe más reciente de Encovi es desolador. Venezuela
es una sociedad en escombros.
Los electoralistas
platean que participar en los comicios representa una oportunidad excepcional
para discutir acerca de los problemas del país y proponer soluciones. Por
supuesto que toda elección, incluso con este CNE y con esas condiciones
ilegales e inconstitucionales, sirve de escenario para ventilar los problemas nacionales
y plantear respuestas. Ahora bien, en este ambiente de descomposición global,
en el cual se conocen de antemano los resultados porque el mecanismo ha sido
diseñado para asegurar el triunfo a Maduro, la intención de ir a los comicios
debe contener algo más sustantivo que exhibirse como candidato, denunciar las
privaciones y proponer un programa de
gobierno. Vestirse de Caperucita frente al lobo feroz no resulta muy
aconsejable. La elección debería
inscribirse dentro de una estrategia general de luchas por reconstruir el país y
recuperar la democracia. Ese plan es urgente y esencial diseñarlo. La gente que
padece todo el rigor de la incompetencia de los rojos podría entender que se
les convoque a sufragar, e incluso podrían asumir con entereza la previsible
derrota, si asumiesen que el 22 de abril constituye solo un tramo más del largo
y arduo camino que conduce a rescatar Venezuela del foso donde la hundió el
cubanismo de Chávez y Maduro.
A los votantes
no se les puede pintar pajaritos en el aire. El enfrentamiento con el madurismo
es será cada vez más duro porque el deterioro aumentará, el costo de salida del
oficialismo crecerá y la fuerza con la que se aferrará al poder se elevará. Se
necesita un proyecto que recupere la emoción, la esperanza y la dignidad de los
venezolanos, acosados y envilecidos por el carnet de la patria, los clap, los
subsidios monetarios, la falta de empleos de calidad, la hiperinflación, la
escasez de alimentos, medicinas y efectivo, la inseguridad personal, la
mendicidad, los apagones, el deterioro del transporte colectivo, la diáspora y
las demás plagas provocadas por el régimen en dos décadas.
Los ciudadanos
necesitan formarse alguna idea de la cadena de eventos que desencadenarán la
crisis del régimen y conducirán a la salida del grupo que secuestró el Estado.
La MUD propone la creación de un Frente Amplio Nacional con el objetivo de
lograr elecciones limpias y competitivas, y rescatar la democracia. Coincide
con los planteamientos de los rectores, las academias, la Conferencia
Episcopal, el movimiento estudiantil, Fedecamaras y otras organizaciones que
han denunciado el atropello al Estado de Derecho. Ese objetivo de carácter
general hay que afinarlo incluyendo la dimensión social, hasta convertirlo en
un proyecto en el cual los venezolanos se vean retratados.
@trinomarquezc
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