Ramon Peña
Sin pretender paralelos históricos, existen circunstancias
comparables entre lo acontecido en nuestro país en 1957 y el momento
político actual. Ambos son instantes de dictaduras –con distintos
empaques- pretendiendo imponer tramposos recursos electorales. Aquella,
inventando un plebiscito inconstitucional, la de ahora, una apremiada y
fraudulenta elección presidencial. Dos artificios fulleros con un solo
propósito: perpetuarse en el poder.
Pero sobresalen también las diferencias entre ambas historias. La
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, si bien implacablemente represiva,
exhibía una economía estable, expansiva y protectora del ingreso real de
los ciudadanos. Al margen de la política existía seguridad y paz
social. Hoy, por el contrario, se vive un proceso de destrucción global
inédito en todo el continente. La cáfila gobernante, cínica, obtusa y
rapaz, lleva a la ruina todo, hasta sus propios pilares de poder.
Vale comentar que a escala continental, en 1957 el tiempo de los
dictadores en América Latina se estaba viniendo abajo, de diez solo
quedaban cuatro; hoy, la caída corresponde al socialismo bolivariano: de
los compadres de nuestra dictadura solo sobreviven dos.
En cuanto a la conducción política de las fuerzas democráticas, la
resistencia en 1957 fue ejemplar, como narra Simón Alberto Consalvi en
un esclarecido ensayo (*). La oposición a las intenciones continuistas
de Pérez Jiménez triunfó teniendo como clave la unidad bajo la dirección
de la Junta Patriótica. La iglesia, los gremios profesionales, los
sindicatos, los estudiantes se aglutinaron para repudiar y combatir.
Entonces, como ahora, tampoco había medios libres, pero funcionaron los
multígrafos y fueron consistentes y determinantes las acciones de calle.
Hoy, el clamor es por unidad y combatividad. Nos hemos equivocado,
pero hay que cortar la energía de los errores. Somos mayoría y contamos
con el respaldo de la comunidad internacional. Enfrentemos a este
régimen de gigantescas debilidades y melladas fortalezas. Aprendamos de
1957…
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