¿Chavismo y madurismo?
ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
A no pocos políticos les ha dado por establecer diferencias entre el
chavismo y el madurismo. No han faltado últimamente los análisis que se
empeñan en hablar de dos fenómenos distintos, especialmente por parte de
quienes se manifestaron como partidarios entusiastas del “comandante
eterno” y ahora se afanan en mostrar sus distancias frente al régimen de
la actualidad. Algunos se lanzan de frente en la proclamación de la
supuesta diversidad y otros lo hacen con cierto comedimiento, como
apenados por la posición que ahora asumen, pero en ambos casos pretenden
hacernos ver la existencia de dos hechos de diferente naturaleza, ante
los cuales se pueden presentar posiciones que no tienen que ser
necesariamente idénticas. Los cinco años de la muerte del fundador de la
“revolución” han dado pie a tal especie de deslindes, pese a que el
mandón de la actualidad ha insistido en proclamarse como sucesor y
albacea testamentario de un teniente coronel en cuya gestión se
encuentra el origen de un solo desastre sin desmarques ni variantes.
Sectores que se ha alejado sin ocultamiento del régimen actual,
hasta el punto de formar tienda aparte; ministros y altos empleados del
primer capítulo de la “revolución” que no fueron llamados a formar parte
de la nomenklatura reinante, o a quienes se cerraron las puertas de
palacio; negociantes a quienes les fue de maravilla cuando comenzó el
“socialismo del siglo XXI” y ahora no obtienen las mismas ganancias, o
ninguna; figuras solitarias del oficialismo a quienes les parece que
todavía tienen un prestigio digno de protección; aspirantes que
terminaron con los proyectos en el sótano, y hasta personas que piensan
de buena fe consideran que el “comandante eterno” hizo un estupendo
gobierno y que Maduro, pese a que se presenta como su párvulo favorito,
lucha empeñosamente contra esa inmarcesible “eternidad”. Hasta ciertos
voceros de la oposición se animan a participar en el juego de las
diferencias, porque les parece más fácil luchar contra Nicolás que
meterse con la memoria de Hugo Rafael. Ciertamente no son lo mismo desde
el punto de vista superficial –el primero fue más hábil, y el segundo
no es espabilado; el padre maneja mejor el micrófono que el hijo; uno
tuvo charreteras y el otro carece de adornos–, pero su calidad de
cabezas de una deplorable fauna única los junta e identifica sin
posibilidad de equívocos.
El empeño en establecer tales distancias no encuentra apoyo en la
realidad. El segundo capítulo es hijo del primero, no solo porque se
estableció ante la sociedad en el testamento leído por el jefe anterior,
sino también porque sus figuras son las mismas de antes, con algún
retoque sin importancia, y porque lo que ahora se hace desde la alturas
del poder es la continuación de lo llevado a cabo, para perjuicio de la
sociedad, desde el desplazamiento de la democracia representativa. Las
mismas personas, o casi las mismas. Los mismos discursos vacíos y sin
relación con los problemas populares. El mismo tono cansón y monocorde,
sin sorpresas ni alegrías. La misma política, sin variaciones pese al
crecimiento de los problemas. La misma corrupción, aunque algunos
aseguran que la de la hoy es peor que la del ayer cercano. Y los mismos,
los mismos militares, pese a que también algunos consideren que son
mayores en cantidad y en influencia los del alto mando del sucesor. El
crecimiento de la crisis económica ha servido de palanca a los
buscadores de diferencias, a los empeñados en ver dos fenómenos
diversos, pero olvidan que el abandono material y el desprecio de las
necesidades del venezolano encuentran abono y raíz en las
improvisaciones y en la irresponsabilidad del aventurero que inventó el
“bolivarianismo”.
Una patología muestra sus llagas y sus excrecencias mientras
crece, mientras se resiste a la posibilidad de una cura o simplemente
porque no tiene remedio, porque la lleva en la sangre y la trasmite a la
parentela. El crecimiento de la patología hace que el último de quienes
la padecen se vea distinto, más putrefacto y más cercano al cementerio,
aunque los pasos de la defunción sean morosos, pero el apestado es el
mismo. No se trata de dos organismos distintos. Si lo entendemos así,
dejando de lado los rebuscamientos, se harán más obligantes su combate y
su erradicación.
epinoiturrieta@el-nacional.com
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