HUMBERTO GARCIA LARRALDE
El tema vuelve a concentrar la atención dados los estragos de la
hiperinflación desatada por las desastrosas políticas de la dictadura de
Nicolás Maduro. Recientemente el economista Francisco Rodríguez,
actualmente asesor de Henri Falcón, abogó por la dolarización[1],
alabando la experiencia de Ecuador. En el pasado hemos argumentado en
contra de esta medida por la extrema vulnerabilidad externa de la
economía venezolana, dependiente de un solo producto de exportación (el
petróleo), cuyos precios internacionales son muy volátiles. Al
dolarizar, las variables monetarias quedarían sujetas a los saldos de la
balanza comercial –siendo que hoy Venezuela no puede obtener
financiamiento internacional– y a las decisiones de la Reserva Federal
(Emisor) de los EE.UU.
El ejemplo favorable de dolarización del Ecuador obedeció, en parte, a
que las condiciones mencionadas fueron positivas, es decir, ese país
disfrutó de términos de intercambio a favor, con precios altos del
petróleo (hasta finales de 2014). Ahora que han bajado, Ecuador ha
tenido que ajustarse el cinturón. Cabe señalar, asimismo, que la
dependencia del petróleo es bastante menor al caso venezolano: en 2016
ocupó poco menos de la tercera parte de los 16,8 millardos de dólares
exportados.
Pero ciertamente, el anclaje monetario en una divisa estable y
confiable pararía en seco la pavorosa hiperinflación que hoy nos
arruina, abriéndole oportunidades a la población a recuperar rápidamente
sus niveles de vida. Francisco Rodríguez pareciera sugerir que el único
obstáculo a considerar fuese la necesidad de cambiar la Constitución.
Pero es menester pasearse por varios problemas.
1) La gestión fiscal se vería sometida a una muy severa chaqueta de
fuerza –precisamente el efecto buscado con la dolarización—que, en las
actuales circunstancias, podría resultar muy dolorosa. En 2017 la
contracción económica redujo los ingresos fiscales de fuentes distintas a
la actividad petrolera, en un 90% con relación a 2015. La recaudación
petrolera, dependiendo del tipo de cambio utilizado para calcular los
impuestos a esa industria en 2017, ha podido compensar parcialmente tal
caída, pero recordemos que su producción se redujo en un 18% con
relación a 2015 y el precio petrolero (en dólares) apenas mejoró
levemente. De ahí que, para financiar sus gastos, el sector público tuvo
que incurrir en un déficit del 12% del PIB, según Francisco Rodríguez.
Como sabemos, esta brecha se financió emitiendo dinero sin respaldo en
el orden de Bs. 120 billones (120 x 1012), motor principal de la
hiperinflación. Acabar con las posibilidades de este financiamiento al
eliminar el bolívar es, desde luego, lo que se busca, pero debe
contemplarse la dificultad que ello acarrea a gastos que son muy
resistentes a la baja, en particular, las remuneraciones de empleados y
obreros. Según el informe del gobierno a la Securities and Exchange
Commission de los EE.UU. para 2016, el total de estas remuneraciones
estaban por debajo del monto del déficit que, en ausencia de
posibilidades de endeudamiento externo, debería desaparecer. Por otro
lado, el poder adquisitivo del salario mínimo integral (salario mínimo y
bono de alimentación) se redujo en más del 70% desde finales de 2015 a
causa de la hiperinflación, por lo que sería sumamente cruel seguirlo
comprimiendo para intentar cuadrar las cuentas. Lo que queda es dejar de
pagar la deuda externa, opción que presentaría otros problemas.
2) La tasa que propone Francisco Rodríguez para convertir bolívares a
dólares sería –para estos momentos—de Bs. 68.000/$, lo que implicaría
vender a los residentes (tenedores de la moneda nacional) unos $3
millardos de las reservas internacionales. Quedarían apenas $6 millardos
en reservas como colchón, pero Venezuela enfrenta un cronograma de
pagos de deuda de unos $8 millardos anuales, en promedio, para la
próxima década. La revolución tecnológica en la producción de crudo
(fracking en EE.UU.) y las políticas por contener la demanda por
combustibles fósiles en muchos países hacen poco previsible que
incrementos en sus precios vengan al rescate. ¿Cuáles serían las
implicaciones de un abierto default para la recuperación económica?
3) Se plantean serios problemas para el sistema financiero. De
acuerdo con el balance consolidado de la Banca Universal y Comercial
para noviembre de 2017 (último que ha publicado el BCV), la cartera de
crédito al sector privado, cambiada a dólares a la tasa antes sugerida
(Bs. 68.000/$), quedaría reducida a apenas $500 millones (¡NO
Millardos!), monto ridículamente insuficiente para financiar las
necesidades de reactivación de la economía. El capital de toda la banca
sería de unos ínfimos $35 millones. Y el default antes referido
excluiría fuentes externas de financiamiento.
4) Finalmente, habría que evaluar si la tasa de conversión sugerida
(o cualquier otra) es mayor o menor que aquella que equilibrase hoy el
poder de compra interno y externo del bolívar, pues ello resultaría en
precios internos de los bienes mayores o menores que en el caso de una
estabilización exitosa unificando el tipo de cambio (Bs/$) en torno a
sus valores de equilibrio.
Las consideraciones anteriores vienen a cuento para señalar la
necesidad incontrovertible de negociar un generoso financiamiento
externo con los organismos multilaterales, sujeto a un radical ajuste
estructural, para que la dolarización produjese los resultados
esperados. Las condiciones exigidas, saneamiento de las cuentas públicas
y eliminación de los controles a la economía doméstica, serían las
mismas que en el caso de unificar y estabilizar el tipo de cambio
manteniendo el bolívar (en este caso se añadiría como condición eliminar
la emisión de dinero sin respaldo). Este financiamiento permitiría
cubrir los déficits del sector público, reestructurar la deuda externa
(hacerla pagable) y fondear el sistema bancario, mientras la economía se
reactivase. Por supuesto, supondría un cambio de gobierno. Dolarizando o
conservando el bolívar con un programa de estabilización apropiado, la
economía respondería favorablemente y mejorarían los ingresos reales de
la población. Es decir, se esperaría un ajuste expansivo, contrario al
severo ajuste contractivo a que nos ha sometido Maduro.
Las reflexiones anteriores no pretenden negar de plano la opción de
dolarizar sino contribuir a evaluarla en el marco de los problemas
referidos. Decidir al respecto exige ponderar la ventaja de aplacar
inmediatamente la hiperinflación vs. una mayor vulnerabilidad externa de
nuestra economía. Ambas opciones –dolarización o un programa de
estabilización conservando el bolívar— requerirían de un generoso
financiamiento internacional. Invito a mis colegas a profundizar en los
pro’s y los contra’s de ambas considerando éstas (y otras)
restricciones. En todo caso, debe quedar claro que la dolarización no es
la panacea mágica que muchos quisieran hacernos creer.______________________________________________________
[1] http://americasquarterly.org/content/por-que-venezuela-deberia-contemplar-la-dolarizacion
Humberto García Larralde, presidente Academia Nacional de Ciencias Económicas, humgarl@gmail.com
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