Una obra magistral del francés Thierry Wolton intitulada “Una historia mundial del comunismo”, llegó a su tomo III dedicado a “Los cómplices”, un
relato acusatorio del que no escapan escritores como Sartre o Aragon,
pero que tangencialmente serviría de acusación a muchos, muchísimos
venezolanos que siguen siendo simpatizantes del comunismo.
El ensayista francés, Thierry Wolton, acaba de ser galardonado con el premio Prix Aujourd’hui por su obra magistral Une Histoire mondiale du Communisme,
cuyo tercer tomo, acaba de ser publicado por la Editorial Grasset
titulado Les complices (Los Cómplices) en el que analiza las simpatías,
incluso, la complicidad, de los intelectuales franceses con un régimen
como el comunismo que ha sido culpable del asesinato de millones de
seres humanos.
Diez años de investigación,
centenas de testigos entrevistados, miles de libros leídos, toda una
vida ha invertido Thierry Wolton para dar a la luz pública un inmenso
capítulo de la historia contemporánea aún ignorado y que engloba todo un
mundo de países que vivieron bajo la tutela del marxismo-leninismo, y
países que todavía hoy imponen a su población el régimen totalitario
inventado por Lenin y Stalin: China, Corea del Norte, Cuba, Venezuela,
Nicaragua. El primer tomo de la Historia Mundial del Comunismo, “Les
bourreaux” (Los verdugos) (Grasset, 2015), versa sobre los dirigentes de
los Jemeres Rojos, y los ideólogos del maoísmo y del estalinismo; el
segundo tomo “Les victimes” (2015), sobre los millones de muertos en el Gulag y los movimientos de masa comunistas.
El tercer tomo, “Los Cómplices”,
trata de todos los países no comunistas en los que, como en Francia,
los intelectuales, fascinados por el comunismo, fueron amigos o
mantuvieron una actitud complaciente con los regímenes comunistas. Un
volumen en el que el autor revela la ausencia de lucidez ante la
realidad de la represión masiva y del totalitarismo, hechos evidentes,
que dominaban en la URSS, según el axioma de la época: “mejor equivocarse con Jean-Paul Sartre que tener razón con Raymond Aron”,
y hoy siguen dominando en China, en Cuba, en Corea del Norte, en
Venezuela, como lo denuncia el autor en una reciente entrevista.
El autor atribuye la simpatía particular, “la ceguera de los intelectuales franceses, y en general del mundo hacia la ideología del comunismo”
al legado cultural de varios siglos de la Ilustración, a la noción de
progreso que le es inherente y que ha nutrido el proyecto comunista.
Pero el caso específico de Francia, el autor lo atribuye al hecho de que
la mayoría de los intelectuales, como el caso de Sartre, etc., vivieron
y continuaron publicando durante la Ocupación alemana, se plegaron al
sistema de censura, y en el momento de la Liberación, sufrieron de un
complejo de culpabilidad, sintiéndose en la necesidad de buscar la
manera de borrar ese pecado original y entonces se sumaron al tren de
los vencedores de Stalingrado, del Ejército Rojo, pero también al
infierno que ese régimen representaba, mirando hacia otro lado o
justificando la necesidad de la represión en aras de salvación de un
régimen que proveía la felicidad en la tierra para los desposeídos y
profetizaba la igualdad sobre la tierra.
El autor cita nombres como el de
Sartre que se dedicó a apoyar a la URSS, a China y a cuanto movimiento
terrorista aparecía en el firmamento: las Brigadas Rojas en Italia, los
terroristas alemanes, su apoyo incondicional al régimen cubano, etc.
Pero los dardos más certeros de Thierry Wolton los dirige al gran poeta
Louis Aragon, que considera como el “bellaco de mayor envergadura”
al que se le excusa de su complicidad con el estalinismo en tanto que
militante del Partido Comunista Francés, bajo el pretexto de que se
trata de un gran poeta, mientras que no se le perdonan a Celine, también
un gran escritor, sus simpatías con el nazismo y su antisemitismo. El
autor se rebela contra esa ley que hoy día se mantiene en vigor, la de
dos pesas y dos medidas: a unos se les perdona y a otros no, cuando
ambos incurrieron, o en la participación, o en el apoyo a millones de
crímenes. Wolton ilustra su relato con citaciones de los escritores
identificados con el comunismo, como también, la evolución de muchas
personalidades de la política francesa a los que les dedica el capítulo “La ceguedad voluntaria”.
La trilogía de Thierry Wolton
abarca 3.500 páginas en total. En las diversas entrevistas que el autor
ha acordado, no disimula que su obra fue motivada por la indignación, su
fuerza ha sido inspirada por la pasión de dar a conocer hasta dónde
puede llegar la sumisión de inteligencias esclarecidas en los supuestos
herederos del siglo de las Luces y convertirlas en propagandistas de un
sistema asesino. Y hasta dónde puede llegar todavía hoy la negación de
un proyecto que cuenta con 80 millones de víctimas, que no sólo
sufrieron en carne propia la represión, sino que murieron en una soledad
total, sufriendo el escarnio de una propaganda mentirosa que les valió
el desprecio y el odio hasta de su propia familia. Pienso en el caso de
los exiliados y los combatientes anti-castristas cubanos, tratados de “gusanos”
que hasta época muy reciente, fueron ignorados por los organismos de
solidaridad internacionales, en particular, por los latinoamericanos. El
caso de la ignorancia en relación de la situación venezolana, o el
apoyo al chavismo-madurismo de sectores de la izquierda latinoamericana,
muchos de los cuales fueron favorecidos por la solidaridad venezolana
cuando fueron víctimas de las dictaduras en sus respectivos países, es
una prueba de esa ceguera que hoy denuncia Thierry Wolton y que en el
caso francés sigue siendo de actualidad, como lo vemos cada día en el
apoyo que se le prodiga al régimen de Maduro en los círculos de
izquierda. Sin pestañar, Jean-Luc Melenchon y acólitos afirman que los
130 muertos durante las manifestaciones en Venezuela fueron obra de la
oposición que está armada con armas de guerra. Que Leopoldo López, ha
sido condenado por poseer un arsenal de guerra en su casa. Que los
presos políticos, son políticos que han utilizado la violencia contra el
Estado por lo que en un régimen democrático, y en Francia, también
serían condenados.
La ceguedad y la condescendencia
de los políticos demócratas latinoamericanos con respecto al régimen
castrista y su inconsciencia al no percatarse de la obra de destrucción
que desde el interior obraban los grupos adeptos a La Habana,
carcomiendo las frágiles instituciones democráticas que comenzaban a
retoñar, son los grandes responsables del retroceso que ha sufrido la
democracia en el continente. Que un país como Venezuela, que sufrió una
herida profunda en su naciente democracia cuyas consecuencias las está
viviendo todavía de manera dramática, decidiera otorgarle a Fidel Castro
un borrón y cuenta nueva, como si nada hubieses sucedido, y
estableciera relaciones diplomáticas sin oponerle condición alguna,
antes por el contrario, se le ofrecieran puertas abiertas, es un hecho
que merece reflexión. Un mínimo de coherencia y rigor, son
indispensables por parte de quienes tienen en sus manos el destino de
los pueblos.
Esperemos que la obra de Thierry
Wolton contribuya a reflexionar y a corregir la norma de eximir unas
dictaduras y condenar a otras.