LAS INCERTIDUMBRES DE LA REALIDAD POLITICA VENEZOLANA
MICHAEL PENFOLD
Actuar de cualquier otra forma puede ser moralmente correcto, pero es social y políticamente, muy poco efectivo.
MICHAEL PENFOLD
PRODAVINCI
Cualquier ejercicio de proyección de los escenarios políticos que
se despliegue para el caso venezolano va a encontrarse con una
dificultad predictiva.
La razón es que bajo ningún escenario las variables relevantes están
bajo el control ni del gobierno ni de la oposición. La otra causa es que
los escenarios más probables no son intrínsecamente los más estables.
La dinámica plantea una serie de paradojas con la que se enfrentan
permanentemente todos los actores políticos, tanto internos como
externos, que actualmente están lidiando con la profunda crisis
económica, social e institucional del país. Este trance también promueve
distintos tipos de inconsistencias por parte de estos mismos actores,
que en muchos casos conlleva a posturas irracionales, lo cual complejiza
aún más la utilidad de cualquier esfuerzo prospectivo.
Varios ejemplos permiten ilustrar la situación. Maduro puede desear
ser reelecto para otro periodo presidencial –así sea ilegítimamente–,
pero la decisión de la comunidad internacional de reconocerlo escapa
totalmente a su ámbito de influencia. Maduro puede prometer que una vez
reelecto va a modificar su política económica para evitar los errores
que llevaron al chavismo a quebrar la economía venezolana y a colapsar
la industria petrolera; pero aun si lo hace, el financiamiento externo
que requiere para darle credibilidad a un potencial programa de
estabilización es de tal envergadura, que la posibilidad de
implementarlo depende exclusivamente de la voluntad de los organismos
multilaterales e incluso de la decisión de los chinos de desembolsar los
recursos necesarios para enfrentar este conjunto de reformas. Maduro
puede ordenar, debido a su férreo control sobre las autoridades
electorales, que se cumpla la fecha de realización de los comicios
presidenciales del 20 de mayo, pero lo cierto es que, así como esos
comicios fueron pospuestos en abril, si los cuadros internos de la
coalición oficialista se mantienen descontentos y si así lo desearan,
podrían nuevamente ejercer suficiente presión como para postergar su
realización.
Lo mismo ocurre con la oposición. Los partidos políticos de la unidad
pueden exigir elecciones libres, pero el cambio en las condiciones
electorales pareciera ir más allá de su propia voluntad de acción.
Declarar fraude, dejar de postular candidatos y llamar a la abstención
no garantiza absolutamente nada. Algo parecido sucede con el tema
internacional. La oposición en el marco de la unidad puede llamar a
aislar al gobierno internacionalmente, a escalar sanciones económicas e
individuales, pero aún si eso ocurriese, las posibilidades de que este
tipo de castigos produzca un quiebre definitivo en la coalición
oficialista son bastante inciertas. Nueve meses después del inicio de la
primera ola de sanciones, los castigos no parecen haber tenido los
efectos políticos esperados, pues el impacto de estas medidas dependen
estrictamente de las reacciones de diversos factores domésticos
relevantes y no solo de sus consecuencias financieras, económicas y
sociales.
Estos resultados tan decepcionantes son curiosamente consistentes con
la evidencia empírica internacional que muestran cómo las sanciones
rara vez generan una crisis de ingobernabilidad definitiva que conlleve a
cambios de regímenes y cómo tan sólo en algunos casos, cuando están
bien coordinadas globalmente, pueden inducir a procesos de negociación y
a ciertos cambios de comportamiento, como fue el caso de Irán,
Birmania, Libia o Sudán. En el caso venezolano, los niveles de
coordinación internacional son muy altos, especialmente entre los
Estados Unidos, Europa y la mayor parte de los países latinoamericanos,
por lo que es más probable que estas presiones induzcan a una nueva
negociación y concesiones parciales sustantivas que a un colapso final
del régimen político venezolano.
Esta realidad pareciera indicarnos que la capacidad de la oposición
de imponerse por la vía exclusivamente electoral o internacional es
mucho más limitada de lo que se hubiese anticipado algunos meses atrás.
O, en todo caso, esta misma situación comienza a señalarnos que, más
importante que las probabilidades asignadas a un determinado escenario,
es la capacidad de coordinación de la oposición para jugar en varios
tableros simultáneamente, que es lo que a fin de cuentas puede
determinar la efectividad para precipitar un cambio político definitivo
en el país. Una capacidad de coordinación que en los actuales momentos
es inexistente.
Tres son las variables, más allá de la interacción entre gobierno y
oposición, de las cuales depende tanto la materialización como la
estabilidad de todos los escenarios en Venezuela: la cohesión interna
del chavismo, la credibilidad de un escalamiento de las sanciones
internacionales y el acceso al financiamiento externo.
La estabilidad de todos los escenarios, incluso uno en el que Maduro
decida quedarse en el poder, va a depender exclusivamente de si puede
superar los escollos que estas tres variables terminan planteando:
1. ¿Alguno de los
factores de poder dentro de la coalición oficialista va a vetar o no la
materialización de un resultado político que afecte sus intereses tanto
en el corto como en el largo plazo?
2. ¿Induce o no el
escenario a los Estados Unidos y a la Unión Europea a continuar aislando
económica, financiera y políticamente a Venezuela?
3. ¿Genera el escenario
las condiciones institucionales para que los organismos multilaterales
(y también los chinos) estén dispuestos a financiar la estabilización
macroeconómica y la reconstrucción de la industria petrolera?
La viabilidad de cualquier escenario será ineludiblemente medida
contra estas tres preguntas. Si alguno de los escenarios potenciales no
pasa el “baremo” de estas interrogantes, entonces es sencillamente
inestable aun si llegase a producirse.
Es por eso que un escenario como la reelección ilegítima de Maduro
–que puede ser considerado el más probable– es, sin duda, el más
inestable de todos. Y otros que lucen muy poco probables, como el de las
elecciones libres, siendo poco plausibles, pueden ser considerados,
fácilmente, los más estables. En cambio, hay escenarios intermedios
(como la implosión del chavismo o una transición electoral a través de
un tercero) que, aun siendo menos probables que la reelección de Maduro,
son también más estables, aunque son a su vez mucho más probables que
la deseada materialización de unas elecciones libres. Esta incertidumbre
sobre el futuro venezolano es precisamente lo que obliga a los
distintos actores, tanto nacionales como internacionales, a realizar un
cálculo que involucra un intercambio entre lo que es más probable frente
a lo que es más estable, pero también entre lo que es más deseable y
aquello que es más viable.
Por si fuera poco, la dimensión temporal para determinar la
probabilidad de ocurrencia de los diferentes escenarios también importa.
El 20 de mayo es sin duda un parterrayo. Si llegara a darse la
elección presidencial para esta fecha, tal como hoy pareciera que
pudiese ocurrir, los escenarios que hablan de elecciones libres o de una
implosión del chavismo pasan a ser un conjunto vacío, al menos en el
corto plazo. En efecto, con la realización de las elecciones, los
resultados políticos pasan a ser binarios: o se reelige a Maduro o hay
una transición porque gana un tercero (en este caso, Falcón) aun sin
condiciones electorales. Esta es la principal causa por la que esta
dimensión temporal del análisis de los escenarios termina siendo un
verdadero hito: marca un antes y un después y termina descartando
algunas de las tantas posibilidades que pudieran darse en Venezuela.
La fecha electoral de mayo, al igual que aquélla que también había
sido aprobada por la inefable Asamblea Constituyente para antes de
abril, sigue siendo una proposición extremadamente problemática si no
viene acompañada de unos acuerdos mínimos que garanticen la legitimidad
internacional de estos comicios.
Una reelección ilegítima de Maduro plantea unos riesgos tan altos
para todos los actores relevantes que lo sostienen, que sus costos
pueden llegar a ser prohibitivos. La reelección de Maduro, en el fondo,
termina trasladando todos los costos de su ilegitimidad al resto de los
factores de poder de la coalición oficialista, a cambio de unos
beneficios inciertos que están muy concentrados en un círculo interno
cada vez más restringido. Esta es su mayor fuente de inestabilidad.
El presidente Rómulo Betancourt resumía este tipo de disyuntivas
históricas en torno al bizarro pragmatismo de los agentes de poder que
circundan a los sistemas autoritarios, afirmando que los aliados son
leales hasta que un buen día dejan de serlo. Ésta era la manera criolla
de Betancourt de subrayar lo sorpresivo, pero también lo tremendamente
transaccional que terminó siendo la política venezolana durante las tres
décadas posteriores a la muerte de Gómez.
Si Maduro no es capaz de garantizarles una clara legitimidad a los
distintos factores de poder que más temen las sanciones internacionales
–condición que hasta ahora no está presente–, aunque logre imponer la
fecha, va a tener que luchar desesperadamente por su propia estabilidad,
pues los costos y los riesgos asociados a este escenario son
verdaderamente altos.
Es evidente que el gobierno puede hacer prevalecer sus preferencias,
pues tiene el control institucional y la capacidad de represión para
hacerlo, tal como lo hizo en agosto del año pasado cuando impuso la
Asamblea Constituyente, pero sería cuestión de meses antes de que el
país entrara en otro periodo de altísima inestabilidad. Este primer
escenario, aunque es el más probable, da la impresión de que no pasa el
baremo de la cohesión interna del chavismo ni el potencial escalamiento
de las sanciones ni garantiza el acceso a los recursos financieros
externos. Es por eso que no es posible descartar que las elecciones del
20 de mayo terminen siendo pospuestas nuevamente por las propias
presiones oficialistas, y que Maduro se vea obligado a volver a ganar
tiempo tratando de improvisar una nueva ronda de negociación.
Ahora bien, si Maduro termina imponiendo la fecha de la elección,
también existe la posibilidad que Falcón gane aunque no estén dadas las
condiciones electorales. La probabilidad de ocurrencia de este otro
escenario es claramente menor. Las encuestas dan a Falcón 8 puntos en
promedio de ventaja frente a Maduro. Una vez que se controla por
aquellos electores que están seguros de ir a votar, esta diferencia
prácticamente se evapora. Falcón, para inmunizarse frente a los efectos
más negativos de la abstención opositora, así como del condicionamiento
social del voto provocado por el carnet de la patria, tendría que
duplicar la diferencia entre los votantes dispuesto a acudir a las urnas
a 16 puntos en las encuestas.
Este resultado va a depender exclusivamente de una campaña electoral
que esté magníficamente bien ejecutada, algo así como la campaña
unitaria de Capriles del 2013 que, en poco menos de un mes, redujo la
ventaja de 20 puntos con la que contaba un ungido Maduro después de la
muerte de Chávez. Para ello, Falcón necesita un apoyo formal de la
Unidad (al menos de una parte representativa) y también requiere de un
mensaje que le permita conectarse emotivamente con todos los venezolanos
descontentos.
Lamentablemente, Falcón hasta ahora no ha logrado ninguno de estos
objetivos, pues la campaña no ha tenido mayor impacto y tampoco ha sido
capaz de movilizar masivamente ni a la base opositora ni al chavismo
inconforme. La evolución de la mayoría de las encuestas más bien muestra
a un Maduro que permanece estable, al igual que Falcón, mientras que el
único que sube es un evangelista como Bertucci que ha terminado por
restarle votos potenciales al exgobernador de Lara.
Si Falcón logra efectivamente dar un vuelco a la campaña y si también
modifica su estrategia política, entonces quizás algunos factores
descontentos del chavismo comiencen a ver su posible triunfo como un
mecanismo de salida atractivo frente a un nefasto escenario de
continuismo, que tendría para ellos unos costos extremadamente altos.
Este escenario, en caso de que llegase a materializarse, lograría
superar las tres preguntas del baremo y, evidentemente, el país entraría
rápidamente en un proceso de transición tanto política como económica.
¿Qué podría ocurrir si las elecciones fuesen pospuestas? Esta
posibilidad abre dos escenarios potenciales: uno en el que comienza a
implosionar el chavismo y otro en el que se abre una nueva negociación
internacional que podría facilitar la realización de unas elecciones
libres. La posposición de la fecha sería considerada como una derrota
política para Maduro. La suspensión pasaría a mostrar a toda su base de
apoyo que efectivamente enfrenta serias restricciones internas y que,
por lo tanto, no está en capacidad de seguir aspirando a la reelección
presidencial. La postergación de la fecha también se convertiría en una
derrota para Falcón.
Esta coyuntura ineludiblemente llevaría al chavismo a plantearse una
sucesión presidencial que, muy probablemente, ante la ausencia de un
liderazgo fuerte, sería un proceso conflictivo, desordenado e incluso
violento. En un escenario de esta naturaleza es posible que observemos
una alternabilidad dentro del chavismo sin que necesariamente eso
implique una transformación radical de las condiciones electorales para
la oposición, pero sí el inicio de un proceso de liberalización política
que incluya la legalización de los partidos y la liberación de los
presos políticos. Este escenario probablemente superaría el baremo de
las restricciones creadas por la coalición oficialista y, si es visto
como políticamente estable, quizás encuentre mayor disposición de
financiamiento de algunos actores internacionales como los rusos y los
chinos. En cuanto a las sanciones, las mismas probablemente no escalen, y
quizás sean relajadas, pero tampoco serán removidas hasta tanto el país
no logre reinstitucionalizar su democracia.
La otra posibilidad es que se abra un nuevo proceso de negociación
internacional que conlleve a elecciones libres. Este proceso será
radicalmente diferente al que hemos visto en el pasado, en particular en
Dominicana, pues el chavismo asistirá a este proceso de negociación en
búsqueda de una amnistía a cambio de concesiones irreversibles en el
sistema electoral y también aceptando reformas institucionales que
garanticen la restauración del funcionamiento del Estado de derecho. El
chavismo no acudirá a esta nueva ronda de negociaciones con miras a
quedarse en el poder, sino con miras a obtener beneficios que impidan su
persecución judicial y que le permita, como en la revolución
sandinista, poder volver al poder pocos años más tarde.
Sin embargo, este escenario es sólo plausible si los factores de
poder real dentro del chavismo, sobre todos los que desean controlar la
sucesión o los que se sienten amenazados por las sanciones, obligan al
gobierno a actuar de esta forma, algo que parece poco probable. El
chavismo siempre va a preferir el escenario alterno de producir una
sucesión dentro de sus propias filas, precisamente para evitar tener que
entrar en una negociación con estas características. En caso de que
llegase a materializarse la negociación, debido a la presión interna e
internacional, este escenario podría superar positivamente todas las
preguntas del baremo.
Es indudable que las condiciones de cambio político en Venezuela son
muy grandes: el país ya tronó. El gobierno solo le queda bloquear
cualquier salida, tanto del frente opositor (dividiéndolos) como de sus
propias entrañas (purgándolos).
Sin embargo, tal como hemos visto, existe una probabilidad muy alta
de que, en el corto plazo, Maduro se mantenga ilegítimamente en el
poder. Sus incentivos individuales de insistir con las elecciones
presidenciales en mayo son cada vez más fuertes, pues sabe que
suspenderlas tendría consecuencias duraderas. Paradójicamente, durante
ese mismo período, la probabilidad que un cambio político se llegue a
presentar continuará creciendo, precisamente porque su permanencia en el
poder es esencialmente inestable.
Curiosamente, la probabilidad de un cambio democrático,
indistintamente de la ruta planteada, es más baja que la posibilidad de
una implosión del chavismo que muy posiblemente desencadene una segunda
ronda de sucesión dentro de la misma revolución bolivariana. Por el
contrario, la ruta democrática que plantea la oposición en cualquiera de
sus alternativas es más estable, pero también refleja unos escenarios
que tienen una menor probabilidad de ocurrencia que el mismo quiebre
interno del chavismo.
¿Cuál es la razón que explica la baja probabilidad por parte de la
oposición venezolana para precipitar una transición democrática? Una
razón lógica está relacionada con la falta de unidad dentro del campo
opositor, que cada vez muestra estar más plagada de mayores escisiones
internas, pero también está referido a la incapacidad para jugar
simultáneamente en distintos tableros, lo cual le permitiría a la
oposición maximizar las probabilidades de éxito tanto de una como de
otra alternativa y le impediría al gobierno cambiar de juego cada vez
que se sienta amenazado. En vez de construir la unidad alrededor de
contenidos y resultados, la oposición se ha dividido alrededor de la
discusión sobre los medios y las rutas para restaurar la democracia,
olvidándose de los resultados colectivos y de los valores
constitucionales que todos deberían compartir indistintamente del tipo
de tablero en el que terminan moviendo sus piezas más importantes.
Es urgente aprender a transformar la adversidad en oportunidad, y la
única forma de hacerlo es acercando posiciones, compatibilizando
objetivos y garantizando que el triunfo de una ruta no se transforme en
la derrota del otro. La mejor manera de garantizar esto es asegurando
que cualquier alternativa termine alcanzando los mismos objetivos que
hayan sido previamente consensuados. Si la unidad se llegase a construir
sobre estos cimientos, la voluntad de cambio político, gracias a un
país que mayoritariamente desea vivir en democracia e impulsar el
crecimiento económico, sería sencillamente indetenible.
Faltan cinco semanas para el 20 de mayo. Si queremos jugar simultáneamente en varios tableros, entonces debemos aceptar que el objetivo es ganar y es también posponer. Ganar
supone movilizar electoralmente a la sociedad, lo cual es una acción
estrictamente unitaria. Posponer implica hacer creíble la amenaza de
retiro del evento presidencial una vez movilizada la sociedad, si las
condiciones electorales más importantes no son modificadas. Tal como
hemos visto en ambos casos, el resultado podría llevarnos al lugar que
la mayoría de los ciudadanos tanto anhelamos para Venezuela.Actuar de cualquier otra forma puede ser moralmente correcto, pero es social y políticamente, muy poco efectivo.
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