lunes, 30 de noviembre de 2020

 VENEZUELA. La Oposición: Nuevas perspectivas, pero más peligrosas


ALONSO MOLEIRO

LA GRAN ALDEA


La llegada del mes de enero marcará un verdadero hito en materia de cierre de ciclos para las fuerzas democráticas del país en su agónica lucha por dejar atrás la pesadilla chavista.

El profético 2021 habrá llegado irremediablemente, sin Hugo Chávez presente, pero con el chavismo empotrado en las entrañas del Estado venezolano como la expresión por excelencia de la dimensión fallida de la nación, habiendo consumado una catástrofe económica con gravísimas consecuencias en el orden socialeconómicocultural y político sin que nadie lo haya podido evitar.

Se habrán cumplido cinco años de haber electo una Asamblea Nacional a la cual no le fue respetado en absoluto su sagrado fuero constitucional, acentuando los aditamentos bananeros de la revolución bolivariana, y dos años de la irrupción de Juan Guaidó como Presidente interino desde la Asamblea Nacional, consagrado el fraude de las elecciones presidenciales del mes de mayo anterior.

“La dictadura ha desplegado sus redes; Venezuela vive bajo un régimen de fuerza. Parece extinto el tiempo de los argumentos y las razones morales”

Un intervalo de tiempo en el cual Maduro, Cabello y los chavistas han dejado claro hasta donde están dispuestos a llegar y lo que son capaces de hacer con tal de retener el poder, en el marco de la grave decadencia moral de la República.  Un drama que encuentra a la Oposición venezolana dividida en tres facciones, parte importante de las cuales pierde demasiado tiempo discutiendo e intrigando en el marco de sus propios confines para salvaguardar sus haberes minúsculos.

La promesa de una primavera

La arrolladora popularidad que tuvo Juan Guaidó cuando asumió la Presidencia de la Asamblea Nacional descansaba en una certeza algo vaga, pero sin duda presente como una hipótesis en parte del país nacional: La posibilidad de que quedaran en las Fuerzas Armadas zonas de sensibilidad que hayan podido interpretar cabalmente el fraude de las presidenciales de mayo de 2018, y el llamado a asumir con honradez el pacto constitucional de 1999. El primer secuestro que tuvo lugar en la Venezuela chavista es el del derecho a la alternabilidad política.

Conscientes de que había organizado unas elecciones presidenciales amañadas, y que no tenía ya militancia para salirse con la suya, Nicolás Maduro y sus seguidores se habían amurallado en torno al Palacio Federal Legislativo el 5 de enero de 2019, para que la Asamblea Constituyente lo juramentara como Presidente reelecto. Los recuerdos de las atrocidades cometidas por la Policía y la Guardia Nacional en contra de los manifestantes de 2017 estaban todavía muy frescos. Fueron colocados policíascolectivos y militares con tanquetas como mecanismo disuasivo hacia los inconformes.

Cuando Juan Guaidó se logró zafar milagrosamente de ser llevado a prisión, tomado por sorpresa rumbo a La Guaira por funcionarios del Sebin, todavía en los albores de 2019, muchas personas creyeron que ahí podía estar planteada una ruptura de las cadenas de mando en las entrañas del Estado chavista que sintetizara lo que, sin dudas, era un malestar político y social extendido y objetivo.

El estado de quiebra de Venezuela era inédito. Estaba claro para quién quisiera verlo que Maduro forjó las elecciones de 2018 para reelegirse como Presidente. Aquello era la primera vez que sucedía desde 1952.

Salir del infortunio

Guaidó comenzó a tener alocuciones convincentes en aforos crecientes,  con un mensaje nítido que proponía el desarrollo acordado a una transición política, con opciones inclusivas al chavismo, y que traía consigo un tono adecuado para las Fuerzas Armadas. Como Presidente del Parlamento, fue reconocido inmediatamente por la comunidad democrática internacional. Dirigiéndose a las masas desprovisto de medios masivos, súbitamente se convirtió en una esperanza popular

En noviembre de 2018 la sociedad venezolana estaba dominada por la quietud y el vacío. En marzo de 2019 parecía fundamentada la posibilidad de activar una transición a la democracia. El reto lanzado desde la Asamblea Nacional asumía en su totalidad las dimensiones de la crisis de estado que generó la necrosis de la corrupción chavista.    

"Los esfuerzos hechos en el campo internacional y en el frente interno, si bien alcanzaron cotas importantes y hasta insospechadas, no pudieron carburar”

La juramentación de la nueva investidura de Guaidó, en la calle y ante una multitud desbordada, hizo germinar en muchas personas la idea de la inminencia del cambio político en paz. Aunque tampoco fue posible, puede haber sido este uno de los intentos que lo puso más cerca. Todas las ciudades y pueblos se desbordaron de millones personas que decidieron salir al mismo tiempo a la calle a acompañarlo, y a pedirle a Maduro que se fuera.

Ahí estaba un dirigente joven, de origen popular, sin pasados ominosos o errores particularmente graves a cuestas. Su irrupción generó una genuina curiosidad y renovó el interés internacional en el problema de Venezuela. Un dirigente que lucía aplomado frente a la magnitud del monstruo chavista, y que insistía en la existencia de una vía política y no violenta para conjurar la usurpación política. 

Uno de los motores se apagó en el aire

A la distancia queda claro que aquella operación política descansaba sobre la gestación de un movimiento militar que generó dos pronunciamientos desiguales e insuficientes, y que estaban en desarrollo desde que el gobierno de Maduro decidiera imponerle al país su hegemonía.

Las sospechas que flotaban en el ambiente de entonces tenían algún fundamento: Luego de 2017, el chavismo estaba cruzando sin disimulos la raya amarilla hacia la consolidación de su dictadura y era previsible que aquello trajera consecuencias. Miraflores ya había neutralizado varias conspiraciones que tocaban zonas neurálgicas del Ejército y la Armada en el tiempo reciente.  Una de ellas, se supo después, iba a tener lugar el mismo día de las elecciones presidenciales de 2018.

Los militares fueron tentados a dar el paso para restaurar el hilo constitucional cuando tomó vuelo la iniciativa de hacer ingresar unilateralmente la ayuda humanitaria desde el extranjero, en un inusitado esfuerzo de presión internacional alentado por el discurso de los Estados Unidos aquel 23 de Febrero de 2019. Por primera vez en muchísimo tiempo, las amenazas y el aumento de tono beligerante de los Estados Unidos en una crisis internacional de su incumbencia tuvo resultados tan intrascendentes. Maduro mantuvo la serenidad y las “opciones sobre la mesa” no pasaron de ser zapatazos al suelo.

Esta fue una jornada que llevó los títulos de buena parte de la prensa internacional, y que recibió muchas críticas luego de su fracaso. El carrusel de conciertos y la ración de espectáculos probablemente fueron innecesarios. En Cúcuta tuvieron lugar episodios desdibujados por parte de cierta dirigencia de la Oposición. Todavía hay leyendas circulando en torno al mal uso dado a parte de esos recursos abonados.

Dos meses después, el 30 de abril, el ex director del Sebin, Cristopher Figuera, junto a otros factores vinculados a Leopoldo López, concretaron un intento de pronunciamiento militar que generó una enorme ilusión popular durante la primera hora de la mañana, pero que fue neutralizado con facilidad poco después de nacer. Varias unidades comprometidas en la asonada, afirma López, se inhibieron en el último minuto. Aquello parecía develado antes de cristalizar.

El fin del consenso Guaidó

La sensación de que en las Fuerzas Armadas quedaba algún vestigio republicano, alguna zona de sensibilidad leal a la democracia como principio, se comenzó a disipar lentamente luego del fracaso del 30 de abril. En adelante, el proceder de Guaidó perdió la aleación que lo hacía parecer una opción prometedora. López fue acusado de nuevo de proceder de manera inconsulta y precipitada. Luego se supo que buena parte de la Oposición desconocía la operación.

Los dos extremos políticos de la Oposición, ubicados a la izquierda y la derecha del G4 o Gplus, -el radical, liderado entre otros por María Corina Machado; y el moderado, cuya cabeza más conocida era Henri Falcón-, aguardaron por Guaidó unos tres meses, y decidieron a continuación desprenderse de su órbita para fortalecer sus opciones, desarrollando discursos para diferenciarse. 

“En Barbados y Oslo se adelantó el más depurado y fundamentado de todos los esfuerzos para el diálogo político y la transición pacífica de este tiempo”

El debate en las filas democráticas se encrespó con mayor intensidad. La falta de una visión colectiva agudizó el caos de opinión. Los sectores radicales no le perdonaron jamás a Guaidó su pacto con Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo. Cuestionaron a López haber pretendido entenderse con Vladimir Padrino o Maikel Moreno para procurar una transición negociada. Fustigaron las nuevas rondas de negociaciones infructuosas con el chavismo.

En el campo de la Oposición moderada aumentó de tono el discurso cuestionando “las aventuras” de Leopoldo López, denunciando el carácter draconiano de las sanciones y exigiendo a Guaidó acordar en los términos propuestos por Rodríguez Zapatero para asistir a unas elecciones. El intento de golpe fue ridiculizado. Los caminos de Guaidó, han afirmado, “son una fantasía”: Es necesario recorrer la ruta electoral, aún en los actuales términos. Los sectores civiles e intelectuales que acompañaban a cada una de esas facciones aumentaron su carga crítica y fomentaron una postura descreída hacia la existencia y fines de la Presidencia interina, una plataforma producto de una realidad institucional incontrovertible, la de la Asamblea Nacional, la única instancia genuinamente democrática que tenía a mano la nación.

La rutina inercial actual

La marcha de Guaidó comenzó a perder tracción una semana tras otra. El dirigente guaireño seguía empeñado en emitir declaraciones donde formulaba hipótesis que lucían superiores al tamaño de sus posibilidades. La pandemia desembarcó en el país para cercenarle la calle y obrar en favor del estatus. A su barca se le empezó a secar progresivamente el mar.

La soldadura político-militar chavista seguía incrustada en el Estado venezolano, sin que ningún trastorno social o económico le conmueva o le importe, independientemente de las estrategias, de las encuestas, de la pobreza, del voto, del volumen de las manifestaciones, de las fallas en los servicios, de las victorias políticas o del tono de la opinión pública. Aquello que sonaba en Guaidó conciso e innovador, comenzó a parecer redundante y circular. Las promesas y llamados a la movilización perdían contenido y propósito

Los esfuerzos hechos en el campo internacional y en el frente interno, si bien alcanzaron cotas importantes y hasta insospechadas, no pudieron carburar. La tristemente célebre “Operación Gedeón”, ofreció un saldo tan deslucido y ruborizante, que ni siquiera la Oposición tuvo los arrestos de asumir públicamente sus consecuencias

“El primer secuestro que tuvo lugar en la Venezuela chavista es el del derecho a la alternabilidad política”

Hoy el mandato de Guaidó luce atenuado. El recalentamiento existente fomenta el desencanto y el escepticismo. Se desatan las bacterias de la entropía y la intriga subalterna. Algunos de sus antiguos compañeros en la Oposición no sólo lo desconocen, sino que lo enfrentan. El grueso del país se vuelca hacia su propio infortunio y pierde interés en la política.

Juan Guaidó sigue expresando la realidad de un pacto político sólido de un grupo de partidos claramente mayoritarios que parece consciente de que se aproximan a un nuevo desierto. Ni siquiera el llamado de la “responsabilidad de proteger”, tuvo mayores impactos. Su capital político sigue teniendo elementos rescatables y es el interlocutor por excelencia de la democracia venezolana ante los foros multilaterales y la comunidad internacionalSu esfuerzo ha sido honesto. Tanto a él como a sus compañeros les tocará, de nuevo, hacer un alto en el camino. El rediseño de una nueva estrategia tiene que traer consigo elementos para una genuina autocrítica.

El logro más importante de Guaidó -y es todo un logro- se expresa en la rotundidad de los informes de Naciones Unidas en torno a la crisis venezolana, que tienen carácter histórico, que legitiman la narrativa de la iniciativa opositora desde hace seis años, y en el trabajo persuasivo hecho en torno a esta institución, de enorme valor político estratégico y con oportunidades para desarrollos futuros. En Barbados y Oslo se adelantó el más depurado y fundamentado de todos los esfuerzos para el diálogo político y la transición pacífica de este tiempo.

La era de perogrullo

Se afirmará que si la dictadura continúa ha sido gracias a que los dirigentes son malos, que no hubo una estrategia clara, a que no se invocó la Convención de Palermo, ni se aprovechó la presencia de Trump en el poder. Se hablará de Churchill y de la transición chilena. Se le enrostrará a Guaidó haber aceptado asistir a determinadas negociaciones en detrimento de otras, de no haber pedido de voz en cuello una intervención militar; de no haber solicitado antes la Responsabilidad de Proteger, de no haberse suicidado en el nombre de todos; de no haber ordenado la marcha a Miraflores.

Se dirá que el comienzo del fin se gestó en las protestas de 2017, en las conversaciones de República Dominicana, en la Toma de Caracas, en las gestiones abortadas del revocatorio o en la tesis del abandono del cargo. El colaboracionismo autosatisfecho lamentará que el G4 no se haya decidido a prestar su concurso asistiendo a las elecciones presidenciales de 2018, incluso a sabiendas de que les fue impedida su participación premeditadamente.

Algunos expertos recalentados del extraradio prescribirán nuevas soluciones obvias y tardías, del tipo “volver a la política” o “rescatar la agenda social” acotando el problema venezolano a la resolución de problemas parciales. Prescribiendo casas del partido y citas desencaminadas de Rómulo BetancourtTodo se ha intentado y todo habrá que volverlo a intentar. ¿No estaríamos hoy en el mismo lugar de haber emprendido alguna, o todas las opciones anteriores?

La dictadura ha desplegado sus redesVenezuela vive bajo un régimen de fuerza. Parece extinto el tiempo de los argumentos y las razones morales.   Dialogando con los carceleros para obtener dos horas adicionales de recreo, o colocando una bomba a la celda en el nombre de la libertad, el problema es el mismo. El fracaso no es uno: Son tres. El de cada una de las facciones de la disidencia democrática. El rompecabezas hay que volverlo a comenzar y el camino será más largo si no hay unidad.

domingo, 29 de noviembre de 2020

PRESIDENTE GUAIDÓ IMPULSA EN LA CALLE LA CONSULTA POPULAR Y LA ABSTENCIÓN EL 6D


LA PATILLA. 


El presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, salió este sábado a las calles de Caracas a continuar promoviendo “cara a cara” la consulta opositora sobre el fraude electoral de Nicolás Maduro del 6 de diciembre, para las cuales también llama a no participar.

“El 6 de diciembre lo que hay que hacer es facilito: nada”, dijo Guaidó, citado en una nota de prensa de su equipo, sobre los comicios que considera un fraude.

“Pero el 12 de diciembre para la calle a demostrar que somos una mayoría organizada y movilizada”, agregó en referencia a la consulta opositora que se realizará de forma presencial ese día y por la cual se preguntará a los ciudadanos si rechazan los comicios del 6 de diciembre.

En su cuenta de Twitter, también destacó que ante la censura de los canales habituales para divulgar información por parte del régimen, las únicas herramientas que existen son el boca a boca, las redes sociales y el encuentro con la gente, por ello, repartió volantes y conversó con las personas sobre el objetivo de la consulta, así como sus razones para pedir la abstención.

“Hay mucha gente que aún no sabe que se robaron los partidos, que se robaron las siglas”, dijo en referencia a que varios partidos adversos a Nicolás Maduro fueron intervenidos por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

¿ELECCIONES EN VENEZUELA?...... POR FAVOR!


ARMANDO DURÁN


A una semana escasa de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre y de la consulta electoral promovida por Juan Guaidó con el apoyo de los cuatro principales partidos de oposición, el tristemente célebre 4G de Henry Ramos Allup, Julio Borges, Leopoldo López y Manuel Rosales, no nos queda más remedio que ocuparnos de estos hechos políticos que nada significan realmente. 

En primer lugar, me parece necesario señalar que la crisis venezolana y las únicas respuestas exclusivamente político-electorales que le ofrecen el régimen y la presunta dirigencia de la oposición a los venezolanos solo sirven para ahondar aun más la distancia abismal que separa a las élites políticas de los ciudadanos. De ahí la indiferencia absoluta de los venezolanos ante las dos convocatorias de carácter electoral que les hacen el régimen y la oposición para los próximos días. Tanto las elecciones parlamentarias organizadas por las autoridades electorales de Mauro para renovar de acuerdo con el mandato constitucional la totalidad de la Asamblea Nacional electoral elegida en diciembre de 2015 y de paso salir de Juan Guaidó “legalmente”, como la consulta popular convocada por la oposición, por medios electrónicos desde el sábado 5 de diciembre hasta el 12, cuando la votación será presencial, para preguntar si queremos que Maduro se quede dónde está o se vaya bien lejos de Venezuela. Pregunta sin auténtica significación política, porque los venezolanos la han respondido con firmeza desde hace años, en repetidas urnas electorales, en la consulta popular de julio de 2017 y las continuas y con frecuencia masivas protestas de calle. 

Una realidad que a pesar de la poca credibilidad que tienen las encuestas que se realizan en Venezuela, incluyendo las de empresas que en otros tiempos tuvieron mucho peso, Consultores 21 y Datanálisis por ejemplo, se hace muy palpable en los más recientes sondeos de opinión, en los que la inmensa mayoría de los electores sostienen que no piensan participar en ninguna de estas convocatorias, tres cuartas partes de la población rechaza al régimen por lo que ha hecho todos estos años y a la dirigencia opositora por lo que no ha hecho, y todos ponen en evidencia que sus prioridades muy poco o nada tienen que ver con lo que afirmen o nieguen unos y otros. Sobre todo en materia electoral, presunta esencia del sistema democrático transformada por el régimen en trampa caza bobos para permanecer en el poder hasta el fin de los siglos, gracias a la su experiencia en manipulaciones electrónicas y ventajismo, desde el tradicional clientelismo electoral hasta el simple amedrentamiento. Una experiencia venezolana-cubana muy exitosa desde que en la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, celebrada el 25 de julio de 1999, en la que con poco más de 60 por ciento de los votos emitidos, los candidatos del régimen obtuvieron, sin que la oposición protestara, 124 de los 131 escaños en juego, ese el recurso político habitual para no romper los tenues hilos que desde 1999 le permiten barnizar la hegemonía del régimen con una capa de formalidades que a su vez le han servido para certificar que los orígenes del régimen son democráticos.

Al agotamiento y la angustia que les produce la crisis humanitaria a los ciudadanos, y la pérdida de esa magia con que el régimen vende sus mentiras como si fueran verdades, debemos añadir que estas elecciones parlamentarias ni siquiera le sirven ya al régimen para darle cobertura democrática al ejercicio cada vez más totalitario del poder. Del mismo modo que la comunidad internacional democrática desconoce la legitimidad de Maduro como presidente de Venezuela desde la farsa electoral de mayo de 2018, desconoce también la legalidad de esta convocatoria, tan farsa electoral como aquella. Una denuncia colectiva que será mucho más desoladora la semana que viene, porque estas votaciones se harán a la vista de millones y millones de venezolanos cuya única obsesión es escapar de Venezuela cuanto antes y al precio que sea. 

Esta es situación que padecen los venezolanos desde agosto de 2018, cuando un dólar de Estados Unidos costaba 6 millones de bolívares, y cuando para encarar esta circunstancia asfixiante, Nicolás Maduro anunció a tambor batiente una salvadora “reconversión monetaria.” Primero, para quitarle a nuestro signo monetario cinco ceros – nueve años antes Hugo Chávez le había quitado tres – y notificar que la paridad oficial del dólar y el bolívar sería, a partir de ese momento, de 60 bolívares, en esta ocasión denominados “soberanos.” Presunto reordenamiento de las finanzas públicas de Venezuela, que desde ese instante hunde al país en la oscuridad de un abismo que la hiperinflación y la indetenible desvalorización del bolívar – ayer, jueves 26 de noviembre, la cotización del dólar superó la barrera del millón de bolívares — hacen cada día más sombrío.

El efecto más ostensible de aquel disparate se hizo presente de inmediato y semana a semana, a medida que las previsiones económicas y financieras del régimen se hacían añicos, comenzó a producirse un hecho único en la faz de la tierra. La ausencia física absoluta de la moneda oficial. O sea, de las monedas y billetes de banco. Una desaparición que comenzó por la escasez de billetes, que muy pronto, como muchísimos otros artículos de consumo, se añadieron a los productos que se negociaban en el mercado negro. Hasta que sencillamente terminaron de desaparecer por completo.

Hoy en día los bienes y servicios solo se venden y compran mediante transferencias electrónicas o tarjetas de débito. Además tengamos en cuenta que los precios de todo, si bien se cotizan en bolívares que se devalúan a diario, se venden y se cobran en dólares al cambio del momento. Mientras, los sueldos, salarios y pensiones de vejez se siguen pagando en bolívares que no valen absolutamente nada. En este escenario inaudito, la crisis, y la imposibilidad ciudadana para resistir sus descomunales efectos, esos mismos millones de venezolanos a los que unos y otros convocan a votar por esto o contra aquello, se sienten a bordo de una barca que hace agua por todas sus costuras y está a punto de zozobrar en medio de una tormenta que no parece tener fin. 

La farsa electoral del 6 de diciembre y la inexplicable consulta electoral convocada en paralelo por los partidos de la oposición resultan pues hechos irrelevantes para la inmensa mayoría de los venezolanos. Sin embargo, no podemos pasarlos por alto como si tal cosa. En sus dos versiones, el régimen ha depositado sus esperanzas en que estas elecciones sea una oportunidad para “normalizar” el funcionamiento de un Poder Legislativo inexistente, y la oposición cree en la posibilidad de combinar la eventual abstención masiva el 6 de diciembre con una sólida participación de los ciudadanos en la consulta popular que culmina el 12 de diciembre. Fenómeno que a su vez le permitiría a Guaidó y a los partidos que lo apoyan conservar la legitimidad de su Presidencia interina y su representatividad más allá del 6 de diciembre.

 Ahora bien, ¿de veras creen estos partidos que con la consulta que ellos han convocado se reactivará la esperanza de cambio político profundo que en su momento personificó Guaidó? ¿O será que prefieren no pensar en la sistemática incapacidad de ese frente opositor para articular en estos 20 años de chavismo hegemónico una estrategia común que a corto plazo le permita restaurar en Venezuela la libertad y el orden constitucional? ¿Acaso habrán olvidado que la opción Guaidó se disipó en el fiasco de la ayuda humanitaria, en el desastre de su llamado a la rebelión cívico militar el 30 de abril y por ultimo en el irremediable paso en falso que dio al sentarse en Oslo primero y en Barbados después a una mesa de negociaciones con representantes de Maduro, no para negociar el cese de la usurpación y el fin de la dictadura, sino las condiciones mínimas para participar en unas elecciones parlamentarias que finalmente se realizarán este 6 de diciembre y en las que ahora han decidido no participar? 

En definitiva, estos eventos electorales son la última carta del régimen y de Guaidó para no desaparecer del todo en el escenario de una nueva Asamblea Nacional, quizá presidida por Jorge Rodríguez, el gran negociador del régimen con los partidos de oposición y con la comunidad internacional, y tal vez el único dirigente chavista en condiciones de aprovechar a fondo el respaldo de Cuba, Irán, Turquía, Rusia y China, para entender el ascenso de Joe Biden a la Presidencia de Estados Unidos el 20 de enero, como instrumento para negociar el inicio de un proceso transición, sin Maduro pero con participación de un chavismo no contaminado directamente de crímenes y violaciones flagrantes de los derechos humanos, como parte una de una negociación global y nuevas relaciones de Estados Unidos con sus aliados naturales en el mundo, pero también con los que no lo son. 

Es demasiado prematuro para adelantar opiniones sobre un futuro tan incierto como el de la Venezuela post electoral, pero dependiendo de lo que ocurra en estas dos consultas electorales, quizá, y solo quizá, surja un factor que contribuya realmente a despejar las primeras y más apremiantes incógnitas de la ecuación venezolana.

 HENRI FALCÓN QUIERE SER PRESIDENTE

   SEBASTIAN DE LA NUEZ


LA GRAN ALDEA


Henri Falcón probablemente se levanta cada mañana y se coloca ante el espejo, con el cepillo de dientes metido en la boca, y le dice al espejo: «Hey, tú, el del copete: ¡Vas a ser presidente, campeón!». Ha sido el mejor alcalde chavista en el océano de alcaldes chavistas corruptos y holgazanes que fue la red de municipios venezolana durante la primera década del siglo XXI y, aunque el listón no estaba muy alto sino más bien por el suelo, desempeñó una gestión exitosa. Ahora tiene esta ambición atravesada entre pecho y espalda, y dice que hay que castigar a Maduro con el voto consciente. ¿Consciente de qué, de su inutilidad?  

Hay una imagen muy criolla, sobre todo en cierta generación que está comenzando a pasarse de rosca: La del pura sangre que viene de atrás y se cuela por los palos para ganar sorpresivamente la carrera, cuando el que ha ido delante hasta entonces cree que ya tiene asegurada la victoria. Seguro que en algún momento de su vida Henri Falcón ha sido un aficionado de la hípica. Seguro que en el dominó le gusta ahorcar con la cochina. Seguro que en las bolas criollas confía en que su último tiro desplazará las bolas enemigas para que la suya se arrime al mingo.

Un día de 2016 asistí a una de las reuniones que hacia un grupo de reflexión política, cada tantos sábados, en el Hotel President de la avenida Bolivia, cerca de Plaza VenezuelaHenri Falcón llegó de último con su séquito. Hay personas que, independientemente del cargo que ocupen, no van con acompañantes a los actos y reuniones, sino con séquito. En este venía su jefa de Prensa y un camarógrafo. Si un político va a una reunión a reflexionar sobre su país y se lleva un camarógrafo, no va a reflexionar sino a derrochar físico. Habló junto con otras personalidades, entre ellas el Padre Luis Ugalde, aunque no las escuchó. Falcón es el tipo de persona que solo se escucha a sí misma. Como al principio de su carrera pública, de la mano de Chávez, le salieron bastante bien las cosas que se escuchó a sí mismo como alcalde del municipio Iribarrenestado Lara, ha creído que la vida es así todo el tiempo. Por eso le pasó lo que le pasó en mayo de 2018.

Y sí, no cabe duda de que fue un alcalde exitoso. Era el tipo de funcionario del cual uno pensaba: Caramba, no parece chavista. Al igual que de José Vielma Mora. Tipos demasiado eficientes, una rara avis dentro del chavismo.

Pues sí, lo eran. Henri Falcón es hoy más chavista que nunca, porque lo que hace es entorpecer el progreso. Al menos, el progreso de la unidad opositora. Su caudal en Lara parece estar compuesto por militares retirados y ex empleados suyos, de cuando estaba en la Alcaldía de Iribarren o en la Gobernación, bajo el marco su partido Avanzada Progresista. Con ese escuálido cargamento le brinda su apoyo a Timoteo Zambrano y su Movimiento Ciudadanos Cambiemos dentro de la Alianza Democrática, y el acto, esta vez en La Guaira, sería para juramentar la Estructura Electoral (se respetan las mayúsculas excesivas del flyer original).

¿Todo ello con los dólares sacados del mismo pote de donde los saca Luis Parra, por ejemplo?

En Barquisimeto dicen dos cosas; que Falcón está rayado y que es más falso que una moneda de un euro con la efigie de Chávez.

Falcón lo asesora Eduardo Semtei. El periodista Kico Bautista estuvo detrás de él en la fracasada campaña de 2018. Ahí está, con él, el politólogo Mario Perdigón. Ah, seguro que también tiene a su lado dos o tres camarógrafos.

En fin. Cuando ocurrió el levantamiento del 11 de abril de 2002, Falcón era alcalde y Luis Reyes Reyes, otro chavista redomado, gobernador de Lara. Marisabel de Chávez, entonces actriz estelar en el reparto, se entendía bien con Henri Falcón, sobre todo por su cercanía con Luis Miquilena; además, su querida tía Elsy trabajaba para el alcalde. Pero eso no significó que, en la madrugada de la defenestración del galáctico, la primera dama, huyendo de la capital, al aterrizar en tierra larense ni el compatriota golpista Reyes Reyes, ni el entonces alcalde Falcón, se le acercaran para brindarle su apoyo. Ni de broma. Los dos se escondieron hasta ver cómo se desarrollaban los acontecimientos y entonces, sí, salir con sus vestiduras rasgadas. Henri Falcón fue ligeramente más valiente durante el 11 de abril: No escurrió el bulto como su compañero de partido y marcó distancia. Dijo poco más o menos que él no sabía nada del asunto «y lo único que pido es que me dejen trabajar». Así pasaron las horas hasta que el país retomó la senda del proceso y tanto Reyes Reyes como Falcón decidieron, entonces y sólo entonces, aparecerse ante Marisabel para ponerse a la orden. Y la primera dama, con elegantes maneras, sencillamente los mandó al carajo.

¿Podría fiarse un elector cualquiera de un individuo en un cargo de responsabilidad pública que escurre el bulto de esa manera antes que brindarle protección o mostrar, al menos, solidaridad en tan aciaga hora, a la desamparada mujer del jefe que viene a refugiarse en su terruño?

Un hombre con un currículum exitoso como alcalde, eso es Henri Falcón, aunque después se le trabara su gran proyecto Transbarca al distanciarse del supremo comandante. Tiene una historia como gerente de un municipio, también como conductor de un estado. De un tiempo a esta parte quiere ser presidente, pero no haya cómo; se presentó a las pantomimas de 2018 y obtuvo un poco más de un millón 820 mil votos (21%). Al final lo que hizo fue darle un tenue barniz de legitimidad a la farsa de Maduro.

Henri Falcón le gusta correr, por lo visto, pegado a la baranda, para colarse en la recta final y tomar a los demás por sorpresa. Es una estrategia como otra cualquiera. Espuelas tiene, gríngolas como que también. Y un hándicap demasiado bravo que lastra su futuro: El estigma chavista.

Eso es como haber pagado cárcel por asesinato: La justicia se hizo, pero el estigma nunca te abandonará. Se puede ser ex presidente, por ejemplo, pero nunca a nadie han llamado ex asesino.

 

 SOLIDARIDAD PROSCRITA


          RAMÓN PEÑA


Dar de comer al hambriento dejó de ser bíblica misericordia, ahora es un delito. La ONG Alimenta La Solidaridad, que dirige el joven activista Roberto Patiño, es objeto de persecución, allanamientos y orden de captura contra Patiño. El hecho punible: preparar diariamente comida para 25 mil niños, madres embarazadas y ancianos en comedores populares de Caracas y 13 estados del país. El supuesto crimen es agravado porque también han cocinado miles de almuerzos para humildes trabajadores sanitarios de hospitales públicos durante los meses de la pandemia.

Hace más de un año, Naciones Unidas calificó las críticas condiciones de vida en Venezuela como Emergencia Humanitaria Compleja, comparable a la situación de países en guerra o sufrientes de  terribles desastres naturales. Desplegó, en consecuencia, el Plan de Respuesta Humanitaria, cuyo propósito es atender la calamidad alimentaria y sanitaria que afecta a una inmensa mayoría de ciudadanos. Es en este marco que se inscribe la razón de ser y la acción de la ONG Alimenta La Solidaridad, hoy en la mira de la policía del régimen.

La realidad que subyace en la vindicta pública contra ésta y también otras ONG’s como Caracas Mi Convive, Acción Solidaria, Cáritas, todas de reconocida solidaridad social, es que contrastan y ponen de relieve la insensibilidad y la incapacidad del Usurpador para atender los estómagos vacíos y la salud postergada de las grandes mayorías. Vemos cómo las llamadas bolsas Clap, ese torvo medio de control político de los necesitados, escasean cada día más y, cuando llegan, apenas contienen arroz, harina y pasta. Solo buenas para agregarle anemia al hambre colectiva.

La inseguridad alimentaria afecta a 73% de los venezolanos. Condición propicia para que candidatos a la farsa electoral parlamentaria hoy hagan campaña repartiendo sardinas y mortadela. Al régimen y sus adláteres, no les conviene la solidaridad de las ONG’s, les estorba para su propósito de administrar demagógicamente el hambre.

 

sábado, 28 de noviembre de 2020

ENERO 2021


      ISMAEL PÉREZ VIGIL


Con mayor frecuencia vemos que analistas, periodistas, “opinadores” de oficio, y toda clase de personas influyentes –esos que hoy denominamos con el anglicismo de influencers– desgranan en prensa y redes sociales su preocupación acerca del futuro político de Venezuela. No es para menos. Con la llegada de enero de 2021 se nos viene encima una muy complicada y difícil etapa.

¿Qué vamos a hacer?. Y más concretamente: ¿Cuál será la estrategia de la oposición para enfrentar al régimen dictatorial, autoritario, que gobierna al país? La pregunta no es retórica y como ven, la personalizo, no va dirigida solo a los políticos, a los partidos, sino a todos los venezolanos que nos oponemos a este régimen de oprobio.

No creo descubrir la rueda al describir la situación con la que nos vamos a encontrar a partir de enero de 2021, pues muchos ya lo han hecho. Simplemente la voy a resumir para que todos nos ubiquemos en la misma situación.

Comencemos por el lado del régimen; éste se dispone a elegir el 6D una Asamblea Nacional a su medida. Poco le importa cuántos concurran y voten en el proceso. Su CNE siempre puede poner el número que le resulte más conveniente; como hizo con la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que “acomodó” un número de votantes con el único requisito de que fuera superior al de la consulta popular opositora efectuada dos semanas antes, el 16 de julio de 2017.

Tampoco le importa mucho que a esa “elección” no concurra la oposición democrática. Más bien todo su esfuerzo estuvo claramente dirigido a que no concurriera para evitar riesgos innecesarios o verse en la necesidad de perpetrar un fraude mayor. Le basta y sobra con su oposición a la medida, la constituida por sus execrados aliados de la izquierda y los de la llamada “mesita”, que es improbable que puedan darle un “susto” mucho menos sí para colmo van divididos en varios pedazos. Alguno de estos grupos, individualmente o “convenientemente”, lograrán alguna diputación, pero en un número que ni siquiera estará cerca de poner en peligro el objetivo del régimen de contar con los 2/3 de la futura AN.

Tampoco le quita el sueño al régimen no tener la aprobación de la comunidad internacional; después de todo tampoco la elección de la ANC y las presidenciales de 2018 la tuvieron, y allí está el gobierno de facto. Al régimen le basta con que sus aliados internacionales –Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua, Turquía, y algunos otros– reconozcan dicha Asamblea y acepten gustosos los acuerdos internacionales que ésta les va a aprobar, para dar “seguridad jurídica” y tapar todos los negocios y trapacerías que ahora están realizando.

El régimen persigue tres objetivos importantes: uno, sacarse de encima la actual AN dominada por la oposición y que le aprobó un gobierno interino; dos, asestarle un golpe noble a la oposición democrática, que a partir de enero no contará con una representación parlamentaria ni con un gobierno interino que puedan ser reconocidos internacionalmente y tres, contar con una AN que facilite los negocios del régimen con sus socios internacionales

Del lado de la oposición, enero de 2021 se presenta poco auspicioso. La oposición, a pesar de ser la mayoría en el país, de acuerdo con la última medición electoral en la que participó y de acuerdo con todas las encuestas, permanece inmovilizada, desanimada, lamentándose de su suerte, totalmente postrada, desmoralizada y dividida.

Descontando la fracción que se anotó con el régimen para concurrir al proceso electoral, la oposición se fragmenta en varios pedazos.

Desde el punto de vista organizativo vemos un primer sector, constituido por una gran mayoría que se agrupa en el llamado Frente Amplio, pero que no tiene una clara estrategia de acción y movilización. Hasta el momento ha decidido dos cosas: una, abstenerse de participar en el proceso electoral del 6D, cuyas consecuencias prácticas vimos más arriba; y la otra es emprender, al parecer sin mucho ánimo y no unánimemente, la tarea de organizar una “consulta popular”, sobre la que hay algunas dudas importantes y no se termina de tener claro sus aspectos organizativos, lo que compromete –a gran escala– sus probabilidades de éxito.

Hay un segundo sector, que algunos denominan más “radical”, pero menos numeroso y representativo, aunque un tanto más ruidoso y activo en redes sociales, parece resignado a esperar una improbable intervención internacional externa, que algunas veces han definido eufemísticamente de “fuerte”, denotando así su carácter aparentemente militar, pero que sin embargo inmediatamente niegan, preguntándose “quien ha dicho tal cosa…” Su tarea, en buena medida, se concreta en diferenciarse y criticar todas las iniciativas de la oposición mayoritaria, a la que obviamente aspira reemplazar en el tablero político.

En lo organizativo también, hay un tercer sector, constituido por los disidentes del llamado chavismo, que no terminan de romper con el supuesto “ideario” de Hugo Chávez Frías, pero que obviamente no se identifican con el actual régimen madurista. Algunos de sus factores más significativos ya tienen más de un lustro de disidencia, pero tampoco ha sido fácil su plena incorporación al conjunto de la fuerza opositora.

Pero lo más grave es que fuera del marco organizativo de la oposición está la inmensa mayoría de ciudadanos comunes, del pueblo venezolano. Algunos, afiliados a organizaciones de la sociedad civil que, en el mejor de los casos, deambulan sin rumbo alrededor de los partidos; otros que rechazan a los partidos, con las ya clásicas consignas “antipolíticas” y “antipartidos”; otros, la gran mayoría, el peor de los casos, que permanecen inertes, desmovilizados, frustrados, apáticos, frente a la situación política del país, buscando desesperadamente una solución individual a sus penurias.

Afortunadamente, en este sector ciudadano y de la sociedad civil, hay una inmensa mayoría de ciudadanos que cada día se manifiesta y protesta por los más diversos motivos, con una motivación claramente política pero poco precisa en su intención de orientarse y organizarse en contra del régimen y que en consecuencia es poco eficaz.

Ante el panorama, la “oposición mayoritaria” tiene varias tareas que llevar adelante, sobre todo a partir de enero de 2021. Una es interna; y me refiero a lo interno de cada organización, para concluir –o iniciar– sus procesos de renovación, volverse más democráticos y participativos, tarea pendiente desde hace varios años, que al no resolverse deja puertas abiertas a que se produzcan las disidencias que vimos recientemente, que dio origen a los llamados “alacranes” y “mesitas”. Otra tarea, también interna, es dirimir rápidamente o diferir las disputas internas por el control político de la coalición opositora, para lograr orientar y canalizar políticamente todas esas protestas espontáneas, diarias, que se producen en el país.

Sin embargo hay una importante tarea externa que llevar adelante y es la de continuar la relación con la comunidad internacional que ha venido apoyando desde hace un par de años al gobierno interino y que ahora se le hará más difícil concretar ese apoyo, al no contar con una representación parlamentaria, ni con un gobierno interino.

Para esa tarea son importantes dos elementos; uno de ellos se volverá cada vez más peligroso a partir de enero de 2021, fecha en la cual el régimen controlará todas las instituciones del estado, sus recursos, el sistema de justicia y carcelario, todo el aparataje represivo; me refiero a mantener la denuncia de las violaciones de los DDHH y la situación crítica en la que vive el pueblo venezolano por la compleja crisis humanitaria.

El segundo elemento que en este contexto de inamovilidad en el que estamos inmersos no se debe despreciar y adquiere gran importancia es participar en la “Consulta Popular”, que más allá de la especulación o argumentación de su carácter vinculante con base en el Artículo 70 de la Constitución, su significado puede ser mostrar al mundo, a la comunidad internacional, a nosotros mismos y al régimen, que la oposición venezolana sigue viva, activa y en disposición de luchar contra la dictadura que la oprime.

En este contexto es importante que no olvidemos que 2021 es año electoral –de gobernadores, alcaldes, concejos, asambleas legislativas–- y que al llegar a la mitad del periodo del presidente usurpador, se abre la posibilidad, nuevamente, de un proceso revocatorio. Por eso es necesario abrir nuevamente la discusión: ¿Nos vamos a mantener en una posición abstencionista? ¿Vamos a luchar por unas elecciones justas, democráticas, imparciales, etc.? Son preguntas que a nadie gustan, pero es una realidad política que está allí, que se nos viene encima y a la cual habrá que dar respuesta.

Una vez más reitero mi posición que la oposición democrática tiene que aprovechar todas las oportunidades para alcanzar mayores niveles organizativos, que permitan mantener la presión, nacional e internacional, para llegar a una negociación que acabe con este régimen de oprobio.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 

Élie Halévy y la era de las tiranías


ANTONIO RUBIO PLO


REAL INSTITUTO ELCANO


Se han cumplido 150 años del nacimiento del historiador y filósofo Élie Halévy (1870-1937), quien, según Nicolas Baverez, sería el eslabón perdido entre los dos grandes pensadores del liberalismo francés, Alexis de Tocqueville y Raymond Aron. Precisamente este último atribuyó a la influencia de Halévy su abandono de las ideas socialistas que había abrazado en su juventud. Su opción por el liberalismo no le permitiría aceptar desde entonces ningún socialismo que no fuera al mismo tiempo liberal, hoy podríamos decir socialdemócrata, una corriente más bien minoritaria en la década de 1930 porque era más intensa la atracción que ejercía la URSS estalinista sobre los partidos e intelectuales de izquierda. Halévy, profesor de Historia del socialismo en la Escuela Normal parisina, rechazaba todo socialismo que no fuera liberal ni democrático, y que tuviera acusados rasgos organizadores y jerárquicos.

Aron también leyó La era de las tiranías, una comunicación que Halévy presentó el 28 de noviembre de 1936 en la Sociedad Francesa de Filosofía. Allí nuestro autor presentó una tesis que todavía hoy puede resultar controvertida para algunos. Un cuarto de siglo antes de que Hannah Arendt publicara Los orígenes del totalitarismoÉlie Halévy exponía los rasgos coincidentes del comunismo, fascismo y nazismo, y hablaba de que se estaba viviendo una era de las tiranías. El término tiranía había sido cuidadosamente elegido por el autor. En su opinión, la palabra dictadura no expresaba la realidad de los hechos. Durante la república romana, en circunstancias excepcionales se establecía el régimen provisional de un dictador, pero esto no implicaba la supresión de todas las libertades. En efecto, a lo largo de la historia se han sucedido regímenes de este tipo, muchos de ellos ejercidos por hombre de uniforme que, tarde o temprano, debían de dar paso a los civiles. Las nuevas tiranías, por el contrario, habían venido para quedarse. Y tampoco estos regímenes antiliberales podrían ser calificados de despotismos, un término que hubiera encajado mejor en el Antiguo Régimen e incluso en esa versión “amable” representada por el despotismo ilustrado del siglo XVIII.

Halévy prefería la expresión “tiranía”, que definía como una forma de corrupción de la democracia que llevaba a la instauración de un poder personal, la confiscación de las libertades, la exaltación de las pasiones populares y la demagogia. Quienes construían sus análisis con los cimientos del materialismo histórico o del positivismo sociológico no podían estar de acuerdo con las tesis de Halévy. Pero esos fundamentos para el análisis de la política y de la historia no podían satisfacer a un profesor apasionado por la filosofía de Platón y erudito historiador de la Inglaterra del siglo XIX, donde se había consolidado un régimen parlamentario que, como tantos liberales franceses, hubiera querido para su país. Los estudios de Halévy se centraban, principalmente en el pasado, a modo de instrumento para descifrar el presente y reflexionar sobre el futuro. Fue un historiador profundamente interesado por la filosofía política, pues pretendía ir a la raíz de los hechos.

En un pensador liberal como Élie Halévy la tiranía guarda una estrecha relación con el aumento del poder del Estado. Estatalismo y tiranía resultan expresiones equivalentes. Según nuestro autor, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de 1917 fueron los hitos que inauguraron la era de las tiranías, aunque asegura que existieron otros precedentes en la historia de la Francia contemporánea: el régimen jacobino que implantó el estado de sitio en 1793 fue la preparación para el cesarismo napoleónico de años posteriores; la revolución de 1848 abrió el camino para el cesarismo posterior de Napoleón III, aplaudido a la vez por los socialistas sansimonianos y la burguesía conservadora… Este enfoque contrasta con el mucho más extendido de que la burguesía se hizo en los dos casos con el poder para hacer frente a la revolución. En realidad, según Halévy, los dos Napoleones suponen un triunfo del estatalismo que para nuestro autor marca el inicio de toda tiranía. Sin embargo, lo esencial de su tesis es que al término de la guerra de 1914 empezaron a surgir o a consolidarse las tiranías en Europa. Algunos de los ideólogos de las nacientes tiranías habían tomado postura contra la derrota o la frustración surgida de la contienda. Pero tanto en Rusia, como en Alemania e Italia, todos coincidieron en instaurar un régimen de guerra en tiempos de paz, en el que la política era la continuación de la guerra por otros medios. El enemigo que derrotar no era el extranjero sino los propios compatriotas opuestos a la tiranía. En un caso surgió el llamado comunismo de guerra (1918-1920), y en los otros la progresiva proscripción de todos los adversarios políticos por medio de leyes habilitantes. Como señala Halévy en el caso de Rusia, un grupo de hombres armados decretó que ellos eran el Estado, aunque otro tanto podría haberse dicho del fascismo y del nazismo. El gobierno cayó en manos de una secta armada que se impuso en nombre del supuesto interés de todo el país. Del mesianismo se pasó a la violencia, y de la violencia a la tiranía. Y todo ello rodeado de un poderoso aparato de propaganda, encargado, en expresión de Halévy, de “la organización del entusiasmo”.

Élie Halévy era un lector habitual de Platón y sin duda conocía lo que dice el filósofo griego en el diálogo Gorgias: la tiranía nace de la anarquía. Pero también puede nacer del miedo. El miedo a los oligarcas, según Platón, lleva a que los ciudadanos apoyen la llegada de un tirano al poder. Escribirá también en el libro VII de La República que la tiranía es el peor de los sistemas posibles y nada tiene que ver con la monarquía de reyes filósofos que él preconizaba. En ese mismo libro describe una realidad, repetida constantemente a lo largo de todas las épocas, la de que el tirano vive en el miedo, está sometido a la angustia y termina por ser el más desgraciado de los hombres.

Halévy coincidió también con Tocqueville en la apreciación de que la tiranía puede aparecer también en un régimen de asamblea. La soberanía parlamentaria no está libre de la tentación de aprobar leyes que socaven los derechos y libertades fundamentales. Esto explica por qué el autor de La democracia en América era partidario del bicameralismo para Francia, pues fue testigo de estos acontecimientos tras la revolución de 1848. Luis Napoleón Bonaparte, presidente elegido por sufragio universal, daría tres años después un golpe de estado que lo convirtió en emperador.

Con su comunicación sobre las tiranías, Élie Halévy pretendía prevenir a las democracias liberales de su época acerca de las nuevas tiranías, unos regímenes belicosos consagrados a las guerras de clases y a las guerras nacionales. Es una advertencia para todos los tiempos: los partidos totalitarios son partidos de guerra civil, y solo entienden la política no como una competición entre adversarios sino como una lucha contra los enemigos. “O nosotros o ellos” es un lema combativo, implícito o no, que sirve para justificar a las tiranías.