VENEZUELA. La Oposición: Nuevas perspectivas, pero más peligrosas
ALONSO MOLEIRO
LA GRAN ALDEA
La llegada del mes de enero marcará un verdadero hito en materia de cierre de ciclos para las fuerzas democráticas del país en su agónica lucha por dejar atrás la pesadilla chavista.
El profético 2021 habrá llegado irremediablemente, sin Hugo Chávez presente, pero con el chavismo empotrado en las entrañas del Estado venezolano como la expresión por excelencia de la dimensión fallida de la nación, habiendo consumado una catástrofe económica con gravísimas consecuencias en el orden social, económico, cultural y político sin que nadie lo haya podido evitar.
Se habrán cumplido cinco años de haber electo una Asamblea Nacional a la cual no le fue respetado en absoluto su sagrado fuero constitucional, acentuando los aditamentos bananeros de la revolución bolivariana, y dos años de la irrupción de Juan Guaidó como Presidente interino desde la Asamblea Nacional, consagrado el fraude de las elecciones presidenciales del mes de mayo anterior.
“La dictadura ha desplegado sus redes; Venezuela vive bajo un régimen de fuerza. Parece extinto el tiempo de los argumentos y las razones morales”
Un intervalo de tiempo en el cual Maduro, Cabello y los chavistas han dejado claro hasta donde están dispuestos a llegar y lo que son capaces de hacer con tal de retener el poder, en el marco de la grave decadencia moral de la República. Un drama que encuentra a la Oposición venezolana dividida en tres facciones, parte importante de las cuales pierde demasiado tiempo discutiendo e intrigando en el marco de sus propios confines para salvaguardar sus haberes minúsculos.
La promesa de una primavera
La arrolladora popularidad que tuvo Juan Guaidó cuando asumió la Presidencia de la Asamblea Nacional descansaba en una certeza algo vaga, pero sin duda presente como una hipótesis en parte del país nacional: La posibilidad de que quedaran en las Fuerzas Armadas zonas de sensibilidad que hayan podido interpretar cabalmente el fraude de las presidenciales de mayo de 2018, y el llamado a asumir con honradez el pacto constitucional de 1999. El primer secuestro que tuvo lugar en la Venezuela chavista es el del derecho a la alternabilidad política.
Conscientes de que había organizado unas elecciones presidenciales amañadas, y que no tenía ya militancia para salirse con la suya, Nicolás Maduro y sus seguidores se habían amurallado en torno al Palacio Federal Legislativo el 5 de enero de 2019, para que la Asamblea Constituyente lo juramentara como Presidente reelecto. Los recuerdos de las atrocidades cometidas por la Policía y la Guardia Nacional en contra de los manifestantes de 2017 estaban todavía muy frescos. Fueron colocados policías, colectivos y militares con tanquetas como mecanismo disuasivo hacia los inconformes.
Cuando Juan Guaidó se logró zafar milagrosamente de ser llevado a prisión, tomado por sorpresa rumbo a La Guaira por funcionarios del Sebin, todavía en los albores de 2019, muchas personas creyeron que ahí podía estar planteada una ruptura de las cadenas de mando en las entrañas del Estado chavista que sintetizara lo que, sin dudas, era un malestar político y social extendido y objetivo.
El estado de quiebra de Venezuela era inédito. Estaba claro para quién quisiera verlo que Maduro forjó las elecciones de 2018 para reelegirse como Presidente. Aquello era la primera vez que sucedía desde 1952.
Salir del infortunio
Guaidó comenzó a tener alocuciones convincentes en aforos crecientes, con un mensaje nítido que proponía el desarrollo acordado a una transición política, con opciones inclusivas al chavismo, y que traía consigo un tono adecuado para las Fuerzas Armadas. Como Presidente del Parlamento, fue reconocido inmediatamente por la comunidad democrática internacional. Dirigiéndose a las masas desprovisto de medios masivos, súbitamente se convirtió en una esperanza popular.
En noviembre de 2018 la sociedad venezolana estaba dominada por la quietud y el vacío. En marzo de 2019 parecía fundamentada la posibilidad de activar una transición a la democracia. El reto lanzado desde la Asamblea Nacional asumía en su totalidad las dimensiones de la crisis de estado que generó la necrosis de la corrupción chavista.
"Los esfuerzos hechos en el campo internacional y en el frente interno, si bien alcanzaron cotas importantes y hasta insospechadas, no pudieron carburar”
La juramentación de la nueva investidura de Guaidó, en la calle y ante una multitud desbordada, hizo germinar en muchas personas la idea de la inminencia del cambio político en paz. Aunque tampoco fue posible, puede haber sido este uno de los intentos que lo puso más cerca. Todas las ciudades y pueblos se desbordaron de millones personas que decidieron salir al mismo tiempo a la calle a acompañarlo, y a pedirle a Maduro que se fuera.
Ahí estaba un dirigente joven, de origen popular, sin pasados ominosos o errores particularmente graves a cuestas. Su irrupción generó una genuina curiosidad y renovó el interés internacional en el problema de Venezuela. Un dirigente que lucía aplomado frente a la magnitud del monstruo chavista, y que insistía en la existencia de una vía política y no violenta para conjurar la usurpación política.
Uno de los motores se apagó en el aire
A la distancia queda claro que aquella operación política descansaba sobre la gestación de un movimiento militar que generó dos pronunciamientos desiguales e insuficientes, y que estaban en desarrollo desde que el gobierno de Maduro decidiera imponerle al país su hegemonía.
Las sospechas que flotaban en el ambiente de entonces tenían algún fundamento: Luego de 2017, el chavismo estaba cruzando sin disimulos la raya amarilla hacia la consolidación de su dictadura y era previsible que aquello trajera consecuencias. Miraflores ya había neutralizado varias conspiraciones que tocaban zonas neurálgicas del Ejército y la Armada en el tiempo reciente. Una de ellas, se supo después, iba a tener lugar el mismo día de las elecciones presidenciales de 2018.
Los militares fueron tentados a dar el paso para restaurar el hilo constitucional cuando tomó vuelo la iniciativa de hacer ingresar unilateralmente la ayuda humanitaria desde el extranjero, en un inusitado esfuerzo de presión internacional alentado por el discurso de los Estados Unidos aquel 23 de Febrero de 2019. Por primera vez en muchísimo tiempo, las amenazas y el aumento de tono beligerante de los Estados Unidos en una crisis internacional de su incumbencia tuvo resultados tan intrascendentes. Maduro mantuvo la serenidad y las “opciones sobre la mesa” no pasaron de ser zapatazos al suelo.
Esta fue una jornada que llevó los títulos de buena parte de la prensa internacional, y que recibió muchas críticas luego de su fracaso. El carrusel de conciertos y la ración de espectáculos probablemente fueron innecesarios. En Cúcuta tuvieron lugar episodios desdibujados por parte de cierta dirigencia de la Oposición. Todavía hay leyendas circulando en torno al mal uso dado a parte de esos recursos abonados.
Dos meses después, el 30 de abril, el ex director del Sebin, Cristopher Figuera, junto a otros factores vinculados a Leopoldo López, concretaron un intento de pronunciamiento militar que generó una enorme ilusión popular durante la primera hora de la mañana, pero que fue neutralizado con facilidad poco después de nacer. Varias unidades comprometidas en la asonada, afirma López, se inhibieron en el último minuto. Aquello parecía develado antes de cristalizar.
El fin del consenso Guaidó
La sensación de que en las Fuerzas Armadas quedaba algún vestigio republicano, alguna zona de sensibilidad leal a la democracia como principio, se comenzó a disipar lentamente luego del fracaso del 30 de abril. En adelante, el proceder de Guaidó perdió la aleación que lo hacía parecer una opción prometedora. López fue acusado de nuevo de proceder de manera inconsulta y precipitada. Luego se supo que buena parte de la Oposición desconocía la operación.
Los dos extremos políticos de la Oposición, ubicados a la izquierda y la derecha del G4 o Gplus, -el radical, liderado entre otros por María Corina Machado; y el moderado, cuya cabeza más conocida era Henri Falcón-, aguardaron por Guaidó unos tres meses, y decidieron a continuación desprenderse de su órbita para fortalecer sus opciones, desarrollando discursos para diferenciarse.
“En Barbados y Oslo se adelantó el más depurado y fundamentado de todos los esfuerzos para el diálogo político y la transición pacífica de este tiempo”
El debate en las filas democráticas se encrespó con mayor intensidad. La falta de una visión colectiva agudizó el caos de opinión. Los sectores radicales no le perdonaron jamás a Guaidó su pacto con Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo. Cuestionaron a López haber pretendido entenderse con Vladimir Padrino o Maikel Moreno para procurar una transición negociada. Fustigaron las nuevas rondas de negociaciones infructuosas con el chavismo.
En el campo de la Oposición moderada aumentó de tono el discurso cuestionando “las aventuras” de Leopoldo López, denunciando el carácter draconiano de las sanciones y exigiendo a Guaidó acordar en los términos propuestos por Rodríguez Zapatero para asistir a unas elecciones. El intento de golpe fue ridiculizado. Los caminos de Guaidó, han afirmado, “son una fantasía”: Es necesario recorrer la ruta electoral, aún en los actuales términos. Los sectores civiles e intelectuales que acompañaban a cada una de esas facciones aumentaron su carga crítica y fomentaron una postura descreída hacia la existencia y fines de la Presidencia interina, una plataforma producto de una realidad institucional incontrovertible, la de la Asamblea Nacional, la única instancia genuinamente democrática que tenía a mano la nación.
La rutina inercial actual
La marcha de Guaidó comenzó a perder tracción una semana tras otra. El dirigente guaireño seguía empeñado en emitir declaraciones donde formulaba hipótesis que lucían superiores al tamaño de sus posibilidades. La pandemia desembarcó en el país para cercenarle la calle y obrar en favor del estatus. A su barca se le empezó a secar progresivamente el mar.
La soldadura político-militar chavista seguía incrustada en el Estado venezolano, sin que ningún trastorno social o económico le conmueva o le importe, independientemente de las estrategias, de las encuestas, de la pobreza, del voto, del volumen de las manifestaciones, de las fallas en los servicios, de las victorias políticas o del tono de la opinión pública. Aquello que sonaba en Guaidó conciso e innovador, comenzó a parecer redundante y circular. Las promesas y llamados a la movilización perdían contenido y propósito.
Los esfuerzos hechos en el campo internacional y en el frente interno, si bien alcanzaron cotas importantes y hasta insospechadas, no pudieron carburar. La tristemente célebre “Operación Gedeón”, ofreció un saldo tan deslucido y ruborizante, que ni siquiera la Oposición tuvo los arrestos de asumir públicamente sus consecuencias.
“El primer secuestro que tuvo lugar en la Venezuela chavista es el del derecho a la alternabilidad política”
Hoy el mandato de Guaidó luce atenuado. El recalentamiento existente fomenta el desencanto y el escepticismo. Se desatan las bacterias de la entropía y la intriga subalterna. Algunos de sus antiguos compañeros en la Oposición no sólo lo desconocen, sino que lo enfrentan. El grueso del país se vuelca hacia su propio infortunio y pierde interés en la política.
Juan Guaidó sigue expresando la realidad de un pacto político sólido de un grupo de partidos claramente mayoritarios que parece consciente de que se aproximan a un nuevo desierto. Ni siquiera el llamado de la “responsabilidad de proteger”, tuvo mayores impactos. Su capital político sigue teniendo elementos rescatables y es el interlocutor por excelencia de la democracia venezolana ante los foros multilaterales y la comunidad internacional. Su esfuerzo ha sido honesto. Tanto a él como a sus compañeros les tocará, de nuevo, hacer un alto en el camino. El rediseño de una nueva estrategia tiene que traer consigo elementos para una genuina autocrítica.
El logro más importante de Guaidó -y es todo un logro- se expresa en la rotundidad de los informes de Naciones Unidas en torno a la crisis venezolana, que tienen carácter histórico, que legitiman la narrativa de la iniciativa opositora desde hace seis años, y en el trabajo persuasivo hecho en torno a esta institución, de enorme valor político estratégico y con oportunidades para desarrollos futuros. En Barbados y Oslo se adelantó el más depurado y fundamentado de todos los esfuerzos para el diálogo político y la transición pacífica de este tiempo.
La era de perogrullo
Se afirmará que si la dictadura continúa ha sido gracias a que los dirigentes son malos, que no hubo una estrategia clara, a que no se invocó la Convención de Palermo, ni se aprovechó la presencia de Trump en el poder. Se hablará de Churchill y de la transición chilena. Se le enrostrará a Guaidó haber aceptado asistir a determinadas negociaciones en detrimento de otras, de no haber pedido de voz en cuello una intervención militar; de no haber solicitado antes la Responsabilidad de Proteger, de no haberse suicidado en el nombre de todos; de no haber ordenado la marcha a Miraflores.
Se dirá que el comienzo del fin se gestó en las protestas de 2017, en las conversaciones de República Dominicana, en la Toma de Caracas, en las gestiones abortadas del revocatorio o en la tesis del abandono del cargo. El colaboracionismo autosatisfecho lamentará que el G4 no se haya decidido a prestar su concurso asistiendo a las elecciones presidenciales de 2018, incluso a sabiendas de que les fue impedida su participación premeditadamente.
Algunos expertos recalentados del extraradio prescribirán nuevas soluciones obvias y tardías, del tipo “volver a la política” o “rescatar la agenda social” acotando el problema venezolano a la resolución de problemas parciales. Prescribiendo casas del partido y citas desencaminadas de Rómulo Betancourt. Todo se ha intentado y todo habrá que volverlo a intentar. ¿No estaríamos hoy en el mismo lugar de haber emprendido alguna, o todas las opciones anteriores?
La dictadura ha desplegado sus redes; Venezuela vive bajo un régimen de fuerza. Parece extinto el tiempo de los argumentos y las razones morales. Dialogando con los carceleros para obtener dos horas adicionales de recreo, o colocando una bomba a la celda en el nombre de la libertad, el problema es el mismo. El fracaso no es uno: Son tres. El de cada una de las facciones de la disidencia democrática. El rompecabezas hay que volverlo a comenzar y el camino será más largo si no hay unidad.
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