Sus demostraciones de fuerza son una finta para ocultar el temor que ha desarrollado frente al voto
Nada es más estéril que la actual competencia entre las agrupaciones políticas opositoras. En condiciones de normalidad estas pugnas serían una rutina natural. En la Venezuela de Chávez, sin embargo, los apetitos parcelarios no pasan de ser caprichos extravagantes, expresión de inmadurez y de negligencia. Si la energía dedicada a estos duelos estuviera dirigida hacia el blanco autoritario, el camino de la revolución estaría hoy plagado de obstáculos. Pero el jaleo ha retrasado la conformación de la urgente dirección estratégica, y ya comienza a generar un cuadro desolador... No hacen falta aptitudes especiales para visualizar el corolario de estas rivalidades: los que hoy pierden el tiempo tratando de parecer tuertos en el mundo de los ciegos, terminarán ridiculizados por el pobre resultado de sus aventuras. Basta imaginar que el país se desplace hacia el infecundo terreno de la abstención, para adivinar cómo se verán en pelotas quienes en este momento dificultan la unidad, bregando insustentables posiciones de superioridad, mientras fantasean con enfrentarse a la mole totalitaria sin la compañía de las demás agrupaciones y de las comunidades organizadas. Es evidente que la embestida de Chávez fue concebida para aniquilar el ímpetu de la estrategia electoral incrementalista de sus adversarios. Consciente de sus graves deudas con la sociedad venezolana, y seguro, también, de que -hasta con ventajismo- las elecciones del 2012 lo desalojarían del poder (como ya lo proyectan las encuestas más serias, apenas a tres meses de su victoria del 15F), el comandante debe estar viendo con beneplácito la incipiente reaparición, en el paisaje político, del abstencionismo bobalicón... Eso es justamente lo que buscaba el Presidente: sus esfuerzos por exhibirse como una "realidad irremediable" revelan que sus demostraciones de fuerza son una finta para ocultar el temor que ha desarrollado frente al voto, como producto de las sorpresas del 2D, del 23N, e incluso, del 15F, por las mejoras cuantitativas y cualitativas del campo democrático. El hecho de que los retrasos opositores favorezca la expansión del abstencionismo ha de resultarle a Chávez un motivo de júbilo adicional, al que se le suma otra satisfacción igual de útil: la de saberse con el poder de controlar, incluso, hasta las reacciones del sector más radical de sus contrarios, incapaz de comprender que las trivialidades de los partidos se corrigen, no facilitando el objetivo de Chávez, sino con presión constructiva para una efectiva organización comunitaria... He allí la única competencia aceptable entre los partidos: el que mejor ayude a incentivar en los ciudadanos su militancia activa en la resistencia y en las urnas, recogerá las mayores ganancias. Esta es la pugna partidista que el país democrático desea presenciar: ninguna otra logrará quebrarle al Presidente su aspiración de eternizarse por la vía del FORFAIT.
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