He pasado algún tiempo en el ejercicio intelectual de pensar qué tipo de medidas económicas se podrían adoptar para iniciar la transición, en el evento de que la oposición gane las elecciones presidenciales de 2012. Es una posibilidad cierta, o al menos se encuentra en ese territorio de las cosas que no se pueden considerar una certeza, pero tampoco son del todo improbables. Es un ejercicio que conviene realizar moviéndose de lo general a lo específico. A fin de cuentas, será el contexto en el que se produzca ese eventual cambio de mando el que determinará qué se puede y qué no se puede hacer.
Muchos países han hecho la transición de regímenes socialistas o comunistas a la democracia. Los mejores ejemplos provienen de Europa del Este: Hay allí un conjunto de Repúblicas que salieron de la cobija de la Unión Soviética a comienzos de los años noventa, se independizaron, realizaron elecciones libres, y en donde hoy en día predomina la economía de mercado y la aspiración a la modernidad (simbolizada por la entrada en la Comunidad Europea). Siendo así, es tentador recurrir a la revolución naranja (Ucrania), la de terciopelo (República Checa) o la de los cantantes (Estonia) en búsqueda de inspiración. Pero todas esas transiciones tienen un elemento común que estará ausente en la nuestra: El colapso del régimen político predominante en las primeras elecciones libres. Los partidos que gobernaban durante el régimen soviético obtuvieron apenas 22% de la votación en Letonia (1990), 21% en Lituania (1992), 14% en República Checa (1990), 13% en Polonia (1994) y 11% en Hungría. En todos los casos la oposición ascendió al poder con una amplia mayoría, que se tradujo en capital político para acometer la reforma de la economía.
También en América Latina hay ejemplos de transiciones de gobiernos socialistas, o cuando menos heterodoxos, hacia economías de mercado. En prácticamente todos los casos, desde la cuarta presidencia de Paz Estenssoro en Bolivia (1985) hasta el ascenso de Menem en Argentina (1990), las reformas estuvieron precedidas por episodios colosales de hiperinflación. Esa catástrofe también dio a los nuevos gobiernos amplio margen de maniobra. Y ese tampoco será nuestro caso: Aunque en los dos últimos años el consumo haya caído, aún se encuentra 42% por encima de 1998 en términos per cápita (la producción por habitante no llega a ser 5% mayor a la de 1998). La inflación sigue rondando el 30% y se encuentra entre las más mayores del mundo, pero dista mucho de las cifras que han precedido otras transiciones en América Latina. Sí, Venezuela hoy en día camina al borde de varios abismos, pero todo parece indicar que una combinación de uso indiscriminado de reservas, altos precios del petróleo, y disposición a endeudarse a cualquier tasa, pueden hacerle posible evitar el colapso de aquí a 2012.
Todo esto para decir que una transición que no viene precedida por un colapso electoral del régimen o por una catástrofe económica, por fuerza tendrá muy poco margen de maniobra. Tendrá que ser bien pensada, cuidadosamente planificada y ejecutada con precisión quirúrgica. En esa circunstancia, el equilibrio del nuevo gobierno sería de una naturaleza muy frágil.
viernes, 13 de mayo de 2011
Una transición sin una catástrofe
MIGUEL ÁNGEL SANTOS | EL UNIVERSAL
viernes 13 de mayo de 2011
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