miércoles, 4 de febrero de 2015

DEBEMOS PARAR A LOS MATONES DE PUTIN


TIMOTHY GARTON ASH

Vladímir Putin es el Slobodan Milosevic de la antigua Unión Soviética: igual de malvado, pero más grande. Detrás de una cortina de mentiras, ha renovado su empeño en crear un pseudoestado marioneta en el este de Ucrania. En el puerto de Mariupol, en el mar Negro, mueren inocentes. En la asediada Debaltseve, una mujer recoge agua de un charco enorme en la carretera. Los escombros de lo que era el aeropuerto de Donetsk evocan una escena propia de la atribulada Siria. En este conflicto armado han muerto ya alrededor de 5.000 personas, y más de 500.000 han tenido que dejar sus hogares. Europa, preocupada por Grecia y la eurozona, está dejando que se produzca otra Bosnia ante sus propias puertas. Despierta, Europa. Si nuestra historia nos ha enseñado algo, es que debemos detener a Putin. Pero, ¿cómo?
Al final tendrá que haber una solución negociada. La canciller alemana Angela Merkel y su ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, han hecho bien en tratar de lograrlo con la diplomacia, pero incluso ellos llegaron a mediados de enero a la conclusión de que no merecía la pena reunirse con Putin en Kazajistán. El sábado, en Minsk, fracasó otro intento de acordar un alto el fuego. La diplomacia volverá a tener su momento, pero no es este.
Debemos endurecer las sanciones económicas contra el régimen de Putin, que, unidas a la caída del precio del petróleo, están teniendo ya importantes repercusiones en la economía rusa. A pesar de un pequeño titubeo del nuevo Gobierno griego, la semana pasada, la UE mantuvo su unidad y aprobó ampliar las sanciones. ¿Es posible que refuercen la mentalidad de asedio en Rusia? Sí, pero ya se encarga el régimen de Putin de alimentarla con su propia propaganda nacionalista y antioccidental. Si no existiera la amenaza, la televisión rusa la inventaría.
Como Milosevic, Putin está dispuesto a utilizar todos los instrumentos a su disposición. En su guerra contra Occidente ha recurrido a la pesada máquina militar, al chantaje del suministro energético, al ciberataque, a la propaganda en medios sofisticados y bien dotados, a las operaciones encubiertas, a los agentes capaces de influir en las capitales de la UE; e incluso unos bombarderos rusos asomaron el morro en el canal de la Mancha con los transpondedores apagados y el consiguiente peligro para los vuelos comerciales entre Francia y Reino Unido.
Existe un dicho polaco que puede traducirse más o menos así: “Mientras jugamos al ajedrez con ellos, ellos juegan a darnos patadas en el culo” (el dupniak es un juego polaco en el que hay que identificar quién te ha dado una patada por detrás). Ese es el problema del Occidente democrático en general y la UE, lenta y multinacional, en particular. Se pudo comprobar recientemente en el absurdo documento estratégico sobre Rusia elaborado para Federica Mogherini, la nueva Alta Representante de política exterior de la Unión.
A largo plazo, perderá Putin, y quienes más sufrirán por culpa de su locura serán los rusos, incluidos los de Crimea y el este de Ucrania. Pero el largo plazo puede ser muy largo para los dictadores habilidosos y despiadados que gobiernan países grandes, ricos en recursos, armados y con heridas psicológicas. Antes de que caiga, correrá más sangre y más llanto por el río Donets.
El reto, pues, es acortar ese periodo y detener el caos. Para ello, Ucrania necesita armas defensivas modernas frente a las ofensivas de Rusia. El Congreso estadounidense, a propuesta de John McCain, ha aprobado una Ley de Apoyo a la libertad de Ucrania que asigna fondos para el suministro de material militar. Ahora, el presidente Obama debe decidir el calendario y la composición de dichos suministros. Un nuevo informe de un grupo formado por Ivo Daalder, exembajador de Estados Unidos ante la OTAN, y Strobe Talbott, el veterano experto en Rusia, enumera el tipo de material necesario: “radares antibaterías para localizar los misiles de largo alcance, vehículos aéreos no tripulados (drones), instrumentos electrónicos contra los drones enemigos, medios seguros de comunicación, Humvees blindados y material médico”.
Solo cuando Ucrania logre detener el ataque militar ruso será posible negociar un acuerdo. A veces hacen falta armas para parar las armas. ¿El suministro de material militar contribuirá a la paranoia rusa? Sí, pero ya lo hace Putin independientemente de la realidad. Hace poco dijo a unos estudiantes de San Petersburgo que el ejército ucraniano “no es un ejército, es una legión extranjera, en concreto de la OTAN”.
El congresista McCain y Angela Merkel forman una convincente pareja de ‘poli bueno, poli malo’
La UE nunca alcanzará la unanimidad sobre el abastecimiento militar. Si se hace, tendrá que ser país por país. Aunque es posible que eso suscite la vieja pulla de que “Estados Unidos cocina y Europa friega”, es razonable que los norteamericanos proporcionen la mayor parte del material militar pesado. Estados Unidos tiene los mejores equipos, seguramente puede controlarlos mejor que nadie y es menos vulnerable a las presiones bilaterales relacionadas con la economía y el suministro energético. Los países europeos y Canadá pueden cubrir otras necesidades de seguridad, como vehículos blindados para los observadores y apoyo a la policía (algo que los europeos hicieron muy bien en la antigua Yugoslavia).
Así, el reparto de la carga sería justo. Las economías europeas son las que más sufren las sanciones, porque tienen más transacciones comerciales e inversiones en Rusia; proporcionarán gran parte de la ayuda económica que necesita Ucrania para sobrevivir; y están llevando el peso de la diplomacia. McCain y Merkel forman una estupenda pareja de poli bueno, poli malo.
Hay otro aspecto en el que Europa en general, y Reino Unido en particular, pueden hacer más. Los medios de comunicación suelen considerarse poder blando, pero para Putin son tan importantes como sus tanques T-80. Ha invertido mucho en ellos. Ha usado la televisión para imponer entre la población de habla rusa en Rusia, el este de Ucrania y los Estados bálticos, su relato de una Rusia socialmente conservadora, orgullosa y marcial, amenazada por los fascistas en Kiev, una OTAN expansionista y una UE decadente. El año pasado, un especialista en Rusia que conozco estaba sentado en un yacusi de Moscú, desnudo y a gusto, con un amigo suyo ruso, culto y educado, cuando este, después de varios vodkas, como acostumbran los rusos, le preguntó en tono confidencial: “Dime, de verdad, ¿por qué apoyáis a los fascistas de Kiev?”
Debemos contrarrestar esta hábil propaganda, no con mentiras, sino con informaciones fiables y una variedad escrupulosa de opiniones distintas. Y nadie puede hacerlo mejor que la BBC. Puede que Estados Unidos tenga los mejores drones del mundo, y Alemania, la mejor maquinaria, pero Reino Unido tiene la mejor radio internacional. Una radio muy solicitada: el servicio en ruso de la BBC por Internet, pese a haberse reducido, sigue contando con una audiencia de casi siete millones; durante la crisis, la audiencia de lengua ucrania se triplicó, hasta más de 600.000. En su excelente informe sobre el futuro de la información, James Harding, responsable de BBC News, se compromete firmemente a expandir el servicio mundial. Aumentar de inmediato su oferta en ruso y ucranio sería una buena manera de que la BBC demostrara que habla en serio. El Gobierno británico también podría aportar algún dinero, sin poner en peligro la independencia de la BBC. Si alguna vez ha habido pueblos necesitados de informaciones veraces e imparciales, son los rusos y los ucranios en estos momentos.
Ninguna de estas cosas va a parar a Putin de golpe, pero, combinadas, acabarán dando fruto. Los dictadores ganan a corto plazo, pero, a la larga, ganan las democracias.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige en la actualidad el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: escritos políticos de una década sin nombre.
@fromTGA.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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