ELIAS PINO ITURRIETA
El caso de las demandas que hace y va a hacer el presidente de la AN porque lo han difamado es uno de los más contradictorios de nuestra historia. Tal vez el más insólito si consideramos cómo se ha manejado él directamente con la reputación ajena, sin siquiera pensar por un momento que pueda verse en el banquillo de los acusados por el ataque al honor del prójimo. La conducta no refleja un caso individual, por desdicha, sino una situación de descomposición moral que se ha establecido en el seno de la sociedad hasta ponerla a oler como una cloaca.
El régimen ha puesto en práctica, desde su establecimiento durante la gestión del presidente Chávez, una pertinaz averiguación de la vida privada de los adversarios políticos para utilizarla después, de la peor manera y sin ningún tipo de control, tras el objeto de inhibirlos en el papel que deben ejercer como activistas de oposición. En los programas de opinión que presentan ciertos voceros del chavismo (si se puede hablar ahora de opinión, malaconsejados por la benevolencia), ha sido frecuente la divulgación de murmuraciones destinadas a la deshonra de sus críticos. Los espacios de esa calaña no congenian con la discusión de los argumentos de los líderes, como puede esperarse en un sistema orientado al debate republicano de ideas. Quizá porque apenas conserven pocas de esas ideas en su almacén, se regodean en el descubrimiento de los lados supuestamente oscuros de la intimidad de los rivales que consideran incómodos. Insinuaciones o alusiones directas sobre la inclinación sexual de la víctima de turno, detalles escabrosos sobre asuntos personales, revelación de situaciones particulares que no debe conocer la opinión pública sin que se traspasen los límites de la legalidad y del respeto de los seres humanos, vivos o muertos; sesiones que invitan a escuchar a los espectadores unas conversaciones que solo incumben a quienes las realizan o a leer correos de los que no son destinatarios, exhibición de fotografías “comprometedoras”… forman el despreciable repertorio en cuyos contenidos han querido aficionar a la sociedad.
Se ha demostrado, en muchos casos, que el tipo de “noticias” de tal ralea es producto de la manipulación. Se someten a un trabajo de laboratorio para que los diálogos se escuchen como quiere el espía, para que lo cristalino se vuelva turbio, para que un comentario corriente y legítimo sobre el gobierno aparezca como parte de una asonada, para que las metáforas propias de las charlas entre amigos se transformen en evidencia literal de un crimen contra el Estado, y así sucesivamente. Solo es cuestión de cortar y pegar, de que las tijeras y el engrudo de un régimen policial confeccionen a su medida las versiones que se debe tragar una colectividad que después verá, en medio de la duda sembrada y de la sospecha prefabricada, cómo las personas decentes pasan a la condición de villanos; o, si el negocio y el apuro lo requieren, dan con sus huesos en la cárcel. Un albañal al servicio de la “revolución”, en suma.
En medio de esta hedentina, el presidente de la AN lleva a cabo acciones legales porque lo han difamado. Desde el centro del muladar, la flor acosada por la putrefacción quiere levantar un cercado de sanidad. Está en su derecho, no faltaba más. Inicia procesos inobjetables, lleva a cabo pasos que no se pueden someter a discusión. Nadie lo puede ofender de manera artera, desde luego. Nadie le puede levantar falsos testimonios, a menos que sea un canalla que merece castigo. El presidente de la AN no vive en el centro de la jungla, sin códigos alrededor. Las leyes lo respaldan, a él por lo menos. Las normas más caras de la civilidad apoyan las gestiones de su reputación sometida a escarnio, aunque el resto de las reputaciones quede atado a destinos distintos, pero es evidente que actúa como pudiera hacerlo cualquier ciudadano apegado a la preceptos de la convivencia cuando se siente ofendido. Con una minúscula diferencia, sin embargo: un ciudadano común no maneja un programa de televisión en el cual se transmiten, faltando a la Constitución, a la decencia y quizá también a la verdad, las conversaciones privadas de dos políticos sometidos a prisión.
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