Pedro Luis Echeverria
Ante la proximidad de la
fecha para las elecciones parlamentarias, se intensifican las pasiones, las
ambiciones y se transgrede alegremente, con una visión extremadamente
cortoplacista, la frontera entre las convicciones privadas y la vida pública,
ignorando adrede el principio
fundamental: “ sólo es bueno lo que es útil a la sociedad”.
Las difíciles circunstancias
por la que atraviesa el país y los
enormes obstáculos que existen para tratar de resolverlas requieren de todos
los ciudadanos que se oponen al régimen, una actitud cónsona con el desafío
planteado. La demanda que expresa la gente común de búsqueda de soluciones
racionales a las dificultades presentes a través de la fuerza de la unión, debe
ser satisfecha plenamente por las diversas organizaciones e individualidades
que aspiran a representarnos en la Asamblea Nacional. No obstante vemos,
estupefactos,como grupos y personas, que en lugar de acompañar las luchas
sociales de supervivencia que se libran todos los días sin distingos de ninguna
naturaleza, incurren en el error de olvidar el aspecto central de la acción
política: crear símbolos de identidad nacional a través de una visión incluyente,
solidaria y unitaria que exprese y construya la alternativa democrática frente
al vergonzoso caos en que los actuales gobernantes han sumido a la Nación. Por
el contrario, muchos de ellos, pseudos dirigentes de nadie y de nada,algunos
comprados por la camarilla gubernamental y otros que aspiran por acumular
supuestos méritos que sólo su exacerbado ego conoce, se empecinan en ofrecer a
los electores, una maqueta de compartimientos estancos, carentes de mensaje y
de planes para el rescate de la sociedad venezolana y pletóricos de semillas de
fracaso por la atomización,confusión, escepticismo y decepción que su actitud
está causando entre los votantes.
El país espera de los que
verdaderamente se erigen como dirigentes, que faciliten la concresión de esperanzas
de modernización endógena, del triunfo de las luces de la razón y racionalidad
sobre las ilusiones individuales, las mentiras, la ideología aviesamente
interpretada y las apetencias por privilegios. Asimismo, aspira que sean
capaces de deslastrarse del pasado y de la tradición electorera y que se pongan
al servicio del futuro y la modernidad. Así y solo así es que el país elector
acepta la noción de lo que es un dirigente político al que le prestará apoyo y
lo llevará, con el omnímodo poder de su voto, a ser su representante en el
parlamento.
Los pseudos dirigentes que a
diario nos explican los fútiles motivos que tienen para poner en duda el sabio
concepto que la unión de todos es el instrumento indispensable e insustituible
para alcanzar la victoria, deben comprender que sus aspiraciones personales,
por muy legítimas que sean, están subordinadas al interés de la colectividad.
Diderot, en su Enciclopedia, escribía... “que el hombre que sólo escucha
su voluntad particular es enemigo del género humano....”
La lucha por construir una
Venezuela distinta y mejor no ha de ser el triunfo del cálculo personal, sino,
que debe ser la obra de una acción
sustentada en la conciencia nacional y encaminada a poner el orden
político, social e institucional en una sociedad que se desgarra aceleradamente
y a la que se le niega el derecho, por
represión u omisión intencionada, a ser protagonista de su propio destino. Bajo
ningún concepto se debe permitir que las
ambiciones personales de algunos advenedizos, tránsfugas y mercaderes de la
política, lleven al fracaso la gran
oportunidad que tenemos, el 6D, de recuperar el derecho a ser lo que queremos
ser.
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