FERNANDO MIRES
Nunca creí que un simple tuiter iba a desatar tanto escándalo. Me han insultado en los términos más ruines, desde mentarme la madre hasta acusarme de prestar servicios a intereses malignos; y todo por una simple frase. La frase del tuiter dice así: “No se trata de votar por la VERDAD TOTAL. Solo basta votar por lo menos peor. Eso es la dignidad ciudadana”
¿Dónde reside el problema? –me pregunté-. La frase es clara, la subscribo totalmente, y cualquiera con dos dedos de frente la puede entender. De modo que no se trata de un problema de interpretación. De lo que sí se trata es de una arraigada creencia la que, al parecer, sin darme cuenta, he contradicho. No hay otra posibilidad.
Quienes me han agredido son personas convencidas de que en las elecciones hay que votar solo por una Verdad Total y el que no lo hace es un ciudadano indigno. Más que interesante, es revelador. Revelador sobre todo del estado de subdesarrollo político en el cual se encuentran sumidos tantos ciudadanos con poder de voto.
Vamos por partes: ¿Votar por una Verdad Total? ¿Existe acaso la Verdad Total? En la política al menos, no. La Verdad Total, no es, no puede ser, la verdad de y en la política. La Verdad Total es la verdad de Dios y de quienes creen ser dioses sobre la tierra, esto es, la de la mayoría de los dictadores.
El propio concepto de verdad es problemático, pues toda verdad debe ser verificada y sustituida por otra verdad. Así, la verdad precedente será reducida a la calidad de una verdad falsa. Los expertos en ciencias naturales lo saben muy bien.
El lector avisado se dará cuenta de que estoy citando de modo indirecto a Karl Popper (“Conjectures and Refutation”). Efectivamente, el concepto de “la verdad” según Popper, debería ser suprimido de nuestro vocabulario. Al ser el humano un mortal, es decir, un ser parcial, todas sus verdades son parciales. Y bien, precisamente porque son parciales, nos equivocamos tan a menudo.
No la verdad, sino el error es propiedad de la condición humana, argumentaba Nietzsche, razón por la cual nos vemos obligados a realizar permanentes correcciones. La frase exacta de Nietzsche es: “solo el error es fuente de verdad”. Por lo mismo, para el gran filósofo, corregir y pensar son casi sinónimos. Y tenía razón: si no corregimos, no pensamos. Luego, la conclusión es simple: quienes creen que en la tierra y no en el cielo hay una Verdad Total han renunciado definitivamente a pensar. ¿Será eso lo que molestó tanto a mis agresores tuiteros? No puedo afirmarlo, pero tengo en ese punto, una cierta certeza.
Certeza, la palabra certeza es importante. Aunque no acostumbro a autocitarme, debo esta vez hacerlo. En mi libro “Crítica de la Razón Científica”, discutiendo la tesis de Popper, hice una proposición: reemplazar en el uso no religioso el concepto de “verdad” por el concepto de “certeza”.
La certeza, podríamos así definirla, es una verdad adaptada a la escala de nuestros sentidos, o si se prefiere, una verdad perceptible, lo que significa que fuera de esa escala la verdad percibida puede que no sea la verdad objetiva (o total). Precisamente por el delito de no querer aceptar la verdad percibida (el sol gira alrededor de la tierra) como total u objetiva, los ignorantes geocéntricos del medioevo mataron a Galileo
Dejemos ahora a la Verdad Total pues si esta no existe, lo mejor será no preocuparnos más de ella y pasemos al punto que, dicho con cierta certeza, parece haber indignado a mis obscenos agresores. El resto de la frase dice. “Solo basta votar por lo menos peor. Eso es la dignidad ciudadana”.
Vamos de nuevo por partes. ¿Por qué lo menos peor y no lo “más mejor”? Por una razón muy sencilla: porque lo “más mejor” es un tremendo error gramatical. Solo existe lo mejor, no lo más mejor. Más allá de lo mejor no puede haber algo mejor. Los chilenos lo sabemos muy bien. Cuando el legendario futbolista e ídolo de mi niñez, Leonel Sánchez, dijo frente a una emisora, poco antes de que la U jugara su clásico frente al Colo, “que gane el más mejor”, provocó hilaridad general. Tanta que hasta hoy, a Leonel, respetable anciano, le siguen diciendo “el más mejor”. Leonel se muere de la risa y responde: “¿el más mejor? El más mejor soy yo”. No, el más mejor no existe. Pero el menos peor –y este es el nudo de la cosa- sí existe.
¿Y quién es el menos peor? El menos peor es siempre el mejor entre todos los peores. ¿Cuál es la diferencia entonces entre decir hay que votar por el mejor de los peores y no por el menos peor de los mejores? Ninguna. Se trata de un asunto de énfasis, algo parecido a decir: “el vaso está medio vacío” en lugar de decir “el vaso está medio lleno”.
Ahora, ¿por qué elegí la fórmula el menos peor y no el mejor? Esto es lo importante: si el menos peor es el mejor de los peores, estoy diciendo: a escala humana nos dividimos entre peores y menos peores. O lo que es igual, entre los malos y los menos malos. El mejor, entre seres limitados como somos, no existe. Es una simple ficción.
Para muchos que anhelan que en la política aparezcan seres sobrenaturales para arrodillarse frente a ellos y servirlos con devoción, es decir, para los pobres de espíritu que confunden a la política con la religión, afirmar que no existe el mejor sino simplemente el mejor entre los peores, debe sonar a blasfemia. Para ellos un candidato debe ser, si no un Dios, por lo menos un Batman o un Superman, de lo contrario no vale la pena votar. Y no votan. Así se explica por qué casi todos mis agresores tuiteros provienen del campo abstencionista venezolano. Esa pobre gente está esperando al Mesías, al Supermacho o a la Superhembra que les señale el camino de la salvación final. En ningún caso aceptarán votar por un mortal limitado, mucho menos por el menos peor. Frente al Chávez de una supuesta izquierda, ellos desean al Chávez de una supuesta derecha.
A esa pobre gente no interesa los políticos que trabajan día a día, los que discuten y dialogan, los que van casa por casa, los que se preocupan de los problemas corrientes (la alimentación, el salario, la escuela). Para ellos la política debe ser una escena épica. O la política es hecha con camisas (rojas o blancas) amontonadas frente a un líder enviado por el destino para conducir a las masas hacia el poder total, o no hay política. Quien en cambio llama a votar por los menos peores, es decir, por los mejores entre los peores, debe ser fustigado, humillado y ofendido. Para los abstencionistas somos ciudadanos indignos.
Pues bien, aquí yo afirmaré exactamente lo contrario. Solo quien llama a votar por los menos peores hace honor a la dignidad ciudadana. ¿Por qué? A quien no haya entendido se lo voy a explicar de otro modo. Veamos:
Si usted solo va a votar por un ciudadano a quien considera inmensamente superior, no solo le está delegando su soberanía sino, de paso, niega su propia condición de ciudadano. Si en cambio vota por alguien al que usted reconoce limitaciones, solo está realizando, frente a esa persona, un contrato temporal sujeto a revocación. Por esa razón, cuando usted no vota por un ser superior pero sí lo hace por un ciudadano al que usted no considera demasiado peor que usted, está afirmando la dignidad de su propia condición de ciudadano.
En cierto modo los menos peores nos protegen de los mejores. Los mejores, usted lo sabe muy bien, cuando son elegidos, imaginan estar por sobre la constitución y las leyes. Usted sabe también que la palabra de Hitler, la de Mussolini y la de otros dictadores electos, está por sobre la Ley. O lo que es peor: la palabra de ellos es la Ley. En cambio, si usted vota por un ciudadano normal, es decir, por alguien que entre los peores es solo el menos peor, sabe que esa persona, debido a sus propias limitaciones, deberá estar sometida a la Ley. Esa es la razón por la cual cuando elegimos a los menos peores y no a “los más mejores” elegimos, además, a la dignidad de la Ley y por lo mismo, reforzamos la dignidad de nuestra condición ciudadana.
¿Lo entendió o debo explicarlo con dibujitos?
En la dignificación de los candidatos menos peores no estoy, gracias a Dios, solo. Perdonen la modestia, pero al lado mío se encuentran entre otros, Jesucristo, Sócrates, Platón y Kant.
Comencemos con Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno. Solo uno, Dios” escuchamos decir a Jesús en el Evangelio de Marcos (10:18). Esa es una de las frases que ha provocado más desconcierto entre los cristianos. Si Jesús dice que no es bueno ¿quién es bueno entonces? La respuesta de Jesús fue muy clara. “Solo Dios es bueno”. Pero, ¿no es Jesús el mismo Dios? Correcto, según la teología cristiana, lo es. No obstante, en ese momento Jesús estaba hablando desde su cuerpo, y su cuerpo es mortal, luego, su cuerpo no es perfecto. Solo quien no muere es perfecto. Por lo mismo, Jesús, en cuanto Dios, es bueno. Pero en cuanto Hijo del Hombre no puede ser perfecto.
Jesús, el Hombre, no es bueno comparado con Jesús-Dios. En el mejor de los casos, frente a Dios, Jesús es el menos peor de los hombres. Y bien, si Jesús se consideraba a sí mismo como “un menos peor entre los hombres” ¿cómo puede ser posible que una manga de tarados sientan indignación cuando uno llama a votar por el candidato menos peor?
Cuatrocientos años antes de Jesús, un desarrapado y vagabundo filósofo ateniense había formulado la misma idea, pero con otras palabras. En la famosa respuesta de Sócrates a Alcibíades, en la parte final de “El Banquete” de Platón, Sócrates sostiene que la máxima condición a la que puede aspirar un ser humano es la de llegar a ser un mediocre.
¿Qué era un mediocre para Sócrates? En sentido literal, un ser que está en el medio: un intermedio. ¿Un intermedio entre qué? Pues, entre los hombres y los dioses. Eso significa, que según Sócrates, un mediocre es quien ha sido iluminado por la luz divina. Idea plenamente concordante con la alegoría de la caverna platónica (La República). Pues si uno observa con atención la geometría de la caverna, podemos distinguir en su interior tres compartimentos.
El primero es aquel donde los hombres yacen amontonados bajo las sombras más oscuras de la caverna. Esos serían los peores. El segundo está formado por los que intentan acercarse a la luz. Esos serían los menos peores. En el tercero se encuentran los que han visto la luz fuera de la caverna, pero sin salir de la caverna. Esos serían, siguiendo la lógica platónica, no los mejores pero sí los mediocres, vale decir, los que según Sócrates habitan en medio de la luz y de la oscuridad.
Para los seres humanos no hay un cuarto espacio. El espacio de la luz total es el espacio de Dios. El tercer espacio, el de los mejores entre los mejores es el de los mediocres, el espacio de los iluminados por Dios. Según Platón, a esos seres hay que buscarlos entre los artistas y los filósofos. Jamás entre los políticos. Platón tenía razón: No hay nada más nefasto que un político iluminado. Por lo tanto, lo máximo que podemos esperar de un representante político es que sea, entre los peores, el mejor o, lo que es lo mismo: el menos peor.
El pesimismo socrático- platónico fue reactivado muchos siglos después por la filosofía política de Immanuel Kant a través de una de sus más célebres frases. “Con esa madera carcomida con la cual está formado el ser humano hemos de carpinterear”. Y bien, para Kant todos los seres humanos, todos sin excepción, estamos construidos con esa madera carcomida.
Luego, el mejor de todos no existe, según Kant. Esa es la razón por la cual debemos ser sometidos a leyes. La diferencia entre los peores y los menos peores sería para Kant la misma que existe entre quienes deben ser obligados a acatar las leyes y los que las han introducido en su propio corazón. Estos últimos son los menos peores. Más no hay en este mundo. Por esa madera carcomida de la cual todos estamos formados, hay que votar.
Estoy casi seguro de que Kant me habría felicitado por esa última frase.
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