ALBERTO BARRERA T.
Antes del domingo pasado, el chavismo juró que respetaría los resultados electorales y aseguró que la voluntad del pueblo era sagrada. Después del domingo pasado, su actitud y su discurso han cambiado. Ahora los resultados electorales no son tan bolivarianamente legítimos, la voluntad del pueblo no les parece tan voluntad ni tan popular. Quizás todavía no podemos ponderarlo en toda su dimensión, pero el 6 de diciembre ocurrió una hecatombe, una verdadera revolución: el sentido de la alternancia regresó al país.
Desde su triunfo en 1998, Chávez clausuró la idea de la variación política en el imaginario de la sociedad. Decretó que él no había sido elegido para gobernar por un periodo sino para cambiar la historia. Instaló la palabra “revolución” entre nosotros y comenzó a pensarse y a hablar desde la eternidad. Así pasaron casi 17 años. La hipótesis de la alternancia solo era un trámite que había que seguir para mantener cierta legitimidad internacional. Pero mientras, hicieron lo que quisieron. Sin rendir cuentas. Se acostumbraron y terminaron creyendo que el poder era algo natural y para siempre. Este 6 de diciembre una mayoría contundente de venezolanos los bajó de la nube y les dijo: ¡Bienvenidos a la democracia!
Pero la democracia no les gusta. No la toleran. En muy pocos días, han demostrado una soberbia ciega: no logran digerir la derrota y se revuelven sobre sí mismos, rabiosos e impotentes, resistiéndose a escuchar y a entender el mensaje que les ha dado el pueblo: el PSUV es pasajero. También la revolución es provisional.
Lo que hemos visto esta semana es una muestra puntual de los procedimientos del chavismo: ¿se puede decir que están irrespetando el resultado electoral? Pareciera que no. Porque asumen el informe del CNE y se someten a su decisión. Pero, de manera inmediata, mueven toda su maquinaria mediática y comienzan a distribuir sus matrices: que la oposición compró votos, que la población estaba confundida por la guerra económica, que los votantes fueron engañados… para tratar de imponer la tesis de que “no ganó la oposición sino la contrarrevolución”. Volvamos a la pregunta: ¿irrespetan el resultado electoral? No. En realidad, irrespetan la elección en sí misma. Le roban al 6-D su significado. Pretenden despojar a la democracia de su sentido. En realidad, deslegitiman a los votantes. Irrespetan profundamente al pueblo.
“Ganaron los malos”, dicen. Y comienzan a pregonar que tendremos un parlamento “golpista”. Insisten en re-polarizar a un país que está buscando salir de la polarización. Tratan de provocar, buscan que la oposición repita sus errores y refuerce la narrativa chavista. Es una dinámica que permanece en el territorio del delirio: en nombre del pueblo, atacan a los representantes elegidos por el pueblo. En nombre del pueblo, pretenden desconocer la voluntad del pueblo. Su arrogancia no les permite leer lo que ocurre. Todavía no entienden qué pasó el 6-D. Y por eso mismo vuelven a amenazar. Y por eso mismo chantajean, insultan. Repiten el discurso que los llevó al fracaso. Después de lo que han dicho esta semana, si hoy tuviéramos de nuevo elecciones, el oficialismo sacaría todavía menos votos.
El domingo pasado, el pueblo venezolano expropió la Asamblea Nacional. Le quitó ese espacio a la corporación que ha privatizado el Estado y las instituciones del país. La oligarquía roja patalea porque no quiere perder sus privilegios. Porque no quiere entender que el pueblo no solo reaccionó frente a la escasez y la inflación, sino también frente a la corrupción y el abuso, la falta de transparencia y el ventajismo. Y eso también es un mensaje para la oposición. No se trata de sustituir modelos, de intercambiar sistemas de exclusión. La mayoría del país desea un cambio profundo. El 6-D terminó la fantasía de la revolución perpetua, pero no se inició una vuelta a la fantasía de un supuesto pasado idílico. Ya ninguna de esas dos posibilidades existe. El futuro no le pertenece a nadie. El futuro aún está por inventarse.
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