ELIAS PINO ITURRIETA
Si consideramos el regocijo provocado por los resultados de la elección parlamentaria, la sociedad estuvo y está de fiesta. La inmensa mayoría del pueblo, ante la seguridad de que se quitó una pesada lápida de sus espaldas, experimenta ánimos de jolgorio y los comunica a través de diversas manifestaciones individuales en los lugares públicos y en la intimidad de los hogares. De tanto multiplicarse, lo individual se hace colectivo para que se palpe una sensación de felicidad frente a cuyo testimonio no caben las dudas. Es el alivio después de la náusea, una descarga que solo puede terminar en manifestaciones de bienestar que no se pueden ocultar. Sin embargo, la amable expresión puede conducir a la falsa idea de que fue así durante el domingo electoral, cuando todos montamos la fiesta temprano en un teatro acogedor.
Entonces sucedió distinto. El 6-D no fue una verbena democrática, sino todo lo contrario. Fue una demostración de paciencia y resistencia, de comprometida abnegación ante la grosera actitud de los poderes públicos. No hubo júbilo entonces, porque fueron horas de tensión y cautela frente a la alevosía del gobierno. No podía prevalecer la tranquilidad ante la perfidia sectaria del canal 8, ni frente a la proliferación de los llamados puntos rojos que convocaban sin rubor a votar por los candidatos del régimen, ni ante el descaro del presidente de la AN frente a las declaraciones de los ex presidentes latinoamericanos que abogaban por el respeto de las reglas del juego, mucho menos luego de escuchar la amenaza de que las calles se bañarían en sangre debido a que el PSUV estaba dispuesto a ganar las elecciones como fuera. El que relacione estas presiones amenazantes con una jornada de felicidad no solo es idiota, sino también un individuo dispuesto a simplificar y disfrazar la realidad.
La posibilidad de aproximarse a una vivencia parecida al gozo apenas comenzó a disfrutarse cuando, ya hacia la medianoche, el ministro de la Defensa hizo una declaración inhabitual en la cual manifestaba el apego de las fuerzas armadas a la institucionalidad republicana. Se necesitó la presencia de un tutor a quien se considera poderoso, el bastón fuerte en camino pedregoso, para que comenzara a arraigar en parcela abonada la sensación de que se había hecho un gran trabajo cuyos frutos se podían saborear en breve. Antes nadie abrió la despensa para sacar las copas del jolgorio, antes nadie se encendió con el calor de un palito. Después de que traducimos a nuestra manera el jeroglífico castrense, nos animamos con los primeros abrazos. Un júbilo con permiso militar, un alborozo con la licencia del cuartel, la posibilidad de una fiesta con la compañía supuestamente amable de las bayonetas. ¡Sea por el amor de Dios!
¿Quién fue el responsable en la demora del guateque? Todos los factores señalados, desde luego, pero principalmente el CNE. El solo hecho de prolongar el cierre de las mesas electorales hasta las 7:00 de la noche, en flagrante violación de la ley electoral, coloca a sus directivos en la connivencia más escandalosa con el ventajismo y con los planes inconfesables del régimen. El organismo que debía velar por los derechos de todos los votantes no solo se convirtió en expresión proverbial del disimulo mientras el oficialismo le daba patadas a la decencia y a la pulcritud, sino también en obsecuente socio del fraude que podía llevarse a cabo en la nocturnidad que le estaba vedada a los comicios. Estos detalles no fueron advertidos por los “imparciales” observadores de Unasur, para completar la conjura contra la voluntad popular. Solo una manifestación aplastante de los electores obligó al recato, puede uno suponer después de un primer análisis difícil de rebatir a estas alturas, cuando por fin la gente se dio ella misma el permiso para celebrar en paz ante el duelo personal que las rectoras se esforzaban en tapar con caras de renuente civismo.
La posibilidad de una celebración cabal depende de la memoria de estos escollos. Solo así tendremos conciencia de lo que de veras hicimos contra la autocracia, y del desafío que deberán enfrentar los ciudadanos que hoy convertimos en representantes de una hazaña sin precedentes. Ojalá formen ellos la vanguardia de un trabajo de limpieza, que convierta las porquerías en tinieblas desarraigadas por una historia hecha entre todos.
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