El marxismo indestructible
GUY SORMAN
Puede
extrañarnos que una ideología, el marxismo en todas sus formas, sobreviva a sus
numerosas materializaciones, después de que todas hayan causado catástrofes
económicas y humanas.
En las recientes elecciones legislativas en España,
buena parte de los votos (el 44%) han
sido para la izquierda, pero está tan dividida que no puede gobernar. Estas dos
izquierdas, una reformista y otra revolucionaria, tanto una como otra, en
distintos grados, se basan en un análisis marxista y antiliberal de nuestras
sociedades. Me parece posible que en Francia se obtenga un resultado parecido
el año que viene. Puede extrañarnos, por tanto, que una ideología, el marxismo
en todas sus formas, sobreviva a sus numerosas materializaciones, después de
que todas hayan causado catástrofes económicas y humanas.
Ya conocemos el sempiterno argumento de los
marxistas para explicar sus fracasos: lo que se ha aplicado no es el auténtico
marxismo, sino una perversión de la verdadera doctrina por parte de unos rusos
ignorantes, unos chinos desviacionistas, unos cubanos tropicales, unos
norcoreanos desequilibrados, unos benineses primitivos, etcétera. Por consiguiente,
el verdadero marxismo sería aquel que nunca se lleva a la práctica, y en cuanto
se lleva a la práctica, ya no es marxista. Curiosamente, esta defensa basada en
la reducción al absurdo de una ideología en principio materialista funciona
bastante bien porque quedan en todo el mundo multitudes de intelectuales,
universitarios, militantes y votantes a los que el marxismo no les desagrada.
· Condición humana «La perennidad del marxismo está profundamente arraigada en la naturaleza humana, entendemos que sea difícil de contener e imposible de erradicar»
El nazismo y el fascismo, gracias a Dios, no
sobrevivieron después de Hitler y de Mussolini, mientras que Marx, Trotski,
Stalin y Castro, todos ellos igual de totalitarios y asesinos de masas, se
salvan ante la historia y no arrastraron con ellos en su caída a su ideología.
Tratemos de explicar este misterio y la atracción permanente del marxismo. Las
razones, creo, son relativamente sencillas: exime de responsabilidad a las
personas, ofrece una explicación del mundo fácil de entender y designa a unos
enemigos.
En el marxismo vulgar para uso de las masas,
aquellas que no leerán nunca los textos originales ni estudiarán sus
consecuencias prácticas, nadie es responsable de su destino porque todos somos
engranajes de una gran Historia que nos supera; nuestras alegrías y nuestras
penas solo son consecuencia de nuestra pertenencia a una clase y de los
conflictos entre clases sociales. La
renuncia a la libertad personal que permite la adhesión al marxismo es muy
reconfortante para todos aquellos que consideran que la libertad y la
responsabilidad personal son una carga. Nos encontramos aquí con lo opuesto
a la filosofía griega de la autonomía de la persona y, por supuesto, a la
doctrina cristiana. El marxismo vulgar es tranquilizador porque pone a la
persona en segundo plano y, al sustituir la autonomía por el Partido, levanta
el ánimo; el Partido es un sustituto de la familia.
Lo segundo que seduce del marxismo es su pretensión
de explicarlo todo. Cualquier acontecimiento se reduce a la lucha de clases y a
una carrera inevitable de la historia hacia una sociedad sin clases, en la que
habrá una abundancia de recursos que cada uno utilizará indiscriminadamente en
función de sus necesidades. Es una mitología maravillosa porque promete una
Edad de Oro aquí abajo, que llegará en algún momento, sin esperar al Más Allá.
Para llegar a ella no es necesario hacer nada porque las fuerzas de la Historia
están en marcha, como un mecanismo de movimiento perpetuo. Marx era un profeta
alquimista. Esta ideología optimista permite que cada uno, por muy ignorante
que sea, explique el mundo; sustituye a la inteligencia y no obliga a estudiar
los hechos, la historia o la economía. Los intelectuales marxistas o los
líderes políticos de esta familia parecen inteligentes porque manipulan unos conceptos
que encajan entre sí. Es inútil entablar un debate crítico con estos creyentes;
es mecánica chapada en algo vivo.
Y, por último, el tercer elemento atractivo es que
el marxismo conoce a sus enemigos: los capitalistas. Quién es capitalista y
quién no lo es no obedece a una definición muy clara. El capitalista es aquel
que el Partido designa como tal, como cualquiera que poseyese una vaca en la
época de Stalin o un arrozal en la época de Mao. A falta de una definición,
todo el mundo vive sumido en el miedo de que el Partido lo designe como tal.
Todos los partidos comunistas en el poder han gobernado mediante el miedo
generalizado de cada uno, que de la noche a la mañana podía convertirse en un
enemigo de clase. En nuestras sociedades democráticas, el miedo no es tan
grande porque el Estado de Derecho nos protege, pero ¿quién podría negar que a
los partidos, a los intelectuales, a los portavoces y a los líderes marxistas
de nuestros países, en este momento, les mueve un cierto odio de «clase»? Lo
sentimos físicamente al escuchar sus discursos. Ahora bien, el odio legitimado
por la ideología es una poderosa fuerza que une a los desamparados frente a su
responsabilidad personal.
Dado que la perennidad del marxismo está
profundamente arraigada en la naturaleza humana, entendemos que sea difícil de
contener e imposible de erradicar. Cuando se consigue, es sustituido por
ideologías comparables con nombres distintos, como el «soberanismo» del Frente
Nacional en Francia que funciona según los mismos principios psicológicos y
atrae a los votantes del Partido Comunista. Por tanto, hay que aceptar una
evidencia antropológica: nuestras sociedades seguirán estando eternamente
divididas entre los razonadores que carecen de pasión –a grandes rasgos, los
liberales– y los apasionados que desvarían. Una sugerencia: son los razonadores
los que tienen que mostrar un poco más de pasión en el ejercicio de la razón.
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