lunes, 22 de agosto de 2016


El marxismo indestructible

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             GUY SORMAN

ABC – 04/07/16


Puede extrañarnos que una ideología, el marxismo en todas sus formas, sobreviva a sus numerosas materializaciones, después de que todas hayan causado catástrofes económicas y humanas.

En las recientes elecciones legislativas en España, buena parte  de los votos (el 44%) han sido para la izquierda, pero está tan dividida que no puede gobernar. Estas dos izquierdas, una reformista y otra revolucionaria, tanto una como otra, en distintos grados, se basan en un análisis marxista y antiliberal de nuestras sociedades. Me parece posible que en Francia se obtenga un resultado parecido el año que viene. Puede extrañarnos, por tanto, que una ideología, el marxismo en todas sus formas, sobreviva a sus numerosas materializaciones, después de que todas hayan causado catástrofes económicas y humanas.

Ya conocemos el sempiterno argumento de los marxistas para explicar sus fracasos: lo que se ha aplicado no es el auténtico marxismo, sino una perversión de la verdadera doctrina por parte de unos rusos ignorantes, unos chinos desviacionistas, unos cubanos tropicales, unos norcoreanos desequilibrados, unos benineses primitivos, etcétera. Por consiguiente, el verdadero marxismo sería aquel que nunca se lleva a la práctica, y en cuanto se lleva a la práctica, ya no es marxista. Curiosamente, esta defensa basada en la reducción al absurdo de una ideología en principio materialista funciona bastante bien porque quedan en todo el mundo multitudes de intelectuales, universitarios, militantes y votantes a los que el marxismo no les desagrada.


· Condición humana «La perennidad del marxismo está profundamente arraigada en la naturaleza humana, entendemos que sea difícil de contener e imposible de erradicar»

El nazismo y el fascismo, gracias a Dios, no sobrevivieron después de Hitler y de Mussolini, mientras que Marx, Trotski, Stalin y Castro, todos ellos igual de totalitarios y asesinos de masas, se salvan ante la historia y no arrastraron con ellos en su caída a su ideología. Tratemos de explicar este misterio y la atracción permanente del marxismo. Las razones, creo, son relativamente sencillas: exime de responsabilidad a las personas, ofrece una explicación del mundo fácil de entender y designa a unos enemigos.

En el marxismo vulgar para uso de las masas, aquellas que no leerán nunca los textos originales ni estudiarán sus consecuencias prácticas, nadie es responsable de su destino porque todos somos engranajes de una gran Historia que nos supera; nuestras alegrías y nuestras penas solo son consecuencia de nuestra pertenencia a una clase y de los conflictos entre clases sociales. La renuncia a la libertad personal que permite la adhesión al marxismo es muy reconfortante para todos aquellos que consideran que la libertad y la responsabilidad personal son una carga. Nos encontramos aquí con lo opuesto a la filosofía griega de la autonomía de la persona y, por supuesto, a la doctrina cristiana. El marxismo vulgar es tranquilizador porque pone a la persona en segundo plano y, al sustituir la autonomía por el Partido, levanta el ánimo; el Partido es un sustituto de la familia.

Lo segundo que seduce del marxismo es su pretensión de explicarlo todo. Cualquier acontecimiento se reduce a la lucha de clases y a una carrera inevitable de la historia hacia una sociedad sin clases, en la que habrá una abundancia de recursos que cada uno utilizará indiscriminadamente en función de sus necesidades. Es una mitología maravillosa porque promete una Edad de Oro aquí abajo, que llegará en algún momento, sin esperar al Más Allá. Para llegar a ella no es necesario hacer nada porque las fuerzas de la Historia están en marcha, como un mecanismo de movimiento perpetuo. Marx era un profeta alquimista. Esta ideología optimista permite que cada uno, por muy ignorante que sea, explique el mundo; sustituye a la inteligencia y no obliga a estudiar los hechos, la historia o la economía. Los intelectuales marxistas o los líderes políticos de esta familia parecen inteligentes porque manipulan unos conceptos que encajan entre sí. Es inútil entablar un debate crítico con estos creyentes; es mecánica chapada en algo vivo.

Y, por último, el tercer elemento atractivo es que el marxismo conoce a sus enemigos: los capitalistas. Quién es capitalista y quién no lo es no obedece a una definición muy clara. El capitalista es aquel que el Partido designa como tal, como cualquiera que poseyese una vaca en la época de Stalin o un arrozal en la época de Mao. A falta de una definición, todo el mundo vive sumido en el miedo de que el Partido lo designe como tal. Todos los partidos comunistas en el poder han gobernado mediante el miedo generalizado de cada uno, que de la noche a la mañana podía convertirse en un enemigo de clase. En nuestras sociedades democráticas, el miedo no es tan grande porque el Estado de Derecho nos protege, pero ¿quién podría negar que a los partidos, a los intelectuales, a los portavoces y a los líderes marxistas de nuestros países, en este momento, les mueve un cierto odio de «clase»? Lo sentimos físicamente al escuchar sus discursos. Ahora bien, el odio legitimado por la ideología es una poderosa fuerza que une a los desamparados frente a su responsabilidad personal.

Dado que la perennidad del marxismo está profundamente arraigada en la naturaleza humana, entendemos que sea difícil de contener e imposible de erradicar. Cuando se consigue, es sustituido por ideologías comparables con nombres distintos, como el «soberanismo» del Frente Nacional en Francia que funciona según los mismos principios psicológicos y atrae a los votantes del Partido Comunista. Por tanto, hay que aceptar una evidencia antropológica: nuestras sociedades seguirán estando eternamente divididas entre los razonadores que carecen de pasión –a grandes rasgos, los liberales– y los apasionados que desvarían. Una sugerencia: son los razonadores los que tienen que mostrar un poco más de pasión en el ejercicio de la razón.


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