Nicolás Maduro convoca a los estados generales; por Tomás Straka
Por Tomás Straka | 2 de mayo, 2017
Convocar una constituyente para controlar el poder, todo el poder: pocas tradiciones han tenido tanta persistencia en la historia venezolana. El anuncio de Nicolás Maduro el 1ro. de Mayo convocando otra Asamblea Constituyente parece insertarse dentro de esta línea; pero el modo en el que la concibe, cuya naturaleza última aún está por verse, sí plantea un cambio de grandes envergaduras para los venezolanos. Uno que puede significar la pérdida misma de la república, al menos como hemos venido concibiéndola desde 1811.
Las más de veinte constituciones y la media docena de constituyentes que llevamos en doscientos años de vida republicana reflejan, antes que nada, nuestras dificultades para hacer efectivo un ordenamiento legal e institucional. En los ciclos de inestabilidad que vivimos, los caudillos impulsaron la redacción de textos constitucionales (o la reforma de los existentes) para darle un barniz de legalidad a sus regímenes. Pero todas estas constituyentes espetaron las formas básicas de la representatividad republicana y democrática. Aun cuando se cometieran fraudes (bien en las urnas, o bien impidiendo a los opositores participar), el principio de que la soberanía reside en el pueblo, como comunidad de hombres (y a partir de 1946, también de mujeres) libres que se expresan a través del voto, no era discutido. Esta idea moderna de representatividad es lo que, hasta donde sabemos hasta el momento, cambiaría con la convocatoria que ha hecho Maduro el pasado 1° de mayo. Aunque aún quedan muchos detalles por definir, su proyecto parece estar a medio camino entre un congreso de soviets (eso más o menos son los Consejos Comunales) y las cortes y los parlamentos anteriores a la Revolución Francesa a los que asistían representantes de corporaciones (el clero, la nobleza, portavoces de municipios), no de las personas de una circunscripción. Si algo revolucionario se hizo en Venezuela durante la independencia, fue el Reglamento Electoral de 1810, que pasó de la vieja representación corporativa a la de los ciudadanos en su conjunto.
Es algo que no discutió ni Juan Vicente Gómez, que hizo redactarse siete constituciones como trajes a la medida, cada una de las cuales era un ajuste a sus necesidades del momento para mantenerse en el poder. Cuando un caudillo triunfaba en una guerra civil del siglo XIX, generalmente decía que estaba encabezando una “revolución”. A veces, como en el caso de Antonio Guzmán Blanco, eso era parcialmente cierto; pero en general se trataba de un simple asalto de macheteros al poder. No obstante, hasta ellos consideraron las formas importantes. Por lo general siguieron este guión: una vez tomado el poder por las armas, convocaban a una constituyente que por casualidad siempre quedaba en manos de sus seguidores. Esta promulgaba constituciones que no pocas veces representaron avances, pero que en la práctica no hacía más que cumplir con dos objetivos: derogar “legalmente” todos los poderes constituidos, para que el caudillo los reorganizara sin problemas; y convocaba a elecciones en las que, de nuevo, siempre ganaba el caudillo.
Así fue con las constituyentes de 1892 y 1901; y lo fue con el Congreso de Plenipotenciarios de 1870, que respectivamente fueron convocados por los caudillos triunfantes Joaquín Crespo, Cipriano Castro y Guzmán Blanco. En alguna medida fue lo que pasó con la Constituyente de 1864, venida de la mano con la victoria de las armas federales; aunque en este caso las evidencias indican un triunfo electoral legítimo en los comicios convocados por los triunfadores. Y fue lo que hicieron los militares, después de dar dos golpes, con la Constituyente de 1953. Si bien a la Constituyente de 1946 la convocó un gobierno nacido de una insurrección, el hecho de que fuera electa con voto universal, dando un salto enorme hacia la democratización, la sustrae de este grupo. Algo similar pasó con la de 1999, que en su origen fue básicamente democrática, más allá de que la función instrumental que tenía para sus promotores quedara demostrada cuando quisieron reformarla tan pronto les hizo falta, así como ahora lo quiere hacer Maduro. Pero con él, se ha anunciado un cambio importante.
Ya varios juristas han expresado sus opiniones sobre la forma en que esto violenta los principios de la Constitución de 1999. Por su parte, los analistas políticos han identificado los posibles objetivos extra-jurídicos de esta propuesta: anular los poderes (la molesta Asamblea, que no pudo ser suprimida por la sentencia 156; la aún más molesta Fiscal); sacar del juego a los partidos políticos que están teniendo éxito enfrentando al gobierno; garantizar al menos la mitad de los curules, proveídos a miembros de organizaciones, dominadas por el gobierno; y ganar tiempo no sólo para llegar a 2018, sino incluso un poco más allá. A lo mejor, además, Maduro esperaba que esto calmara las protestas y le lavara la cara internacionalmente (al cabo, ha convocado a algún tipo de elección…); dos cosas que no han ocurrido. Por último, en el plan está dar el “gran salto adelante” hacia un socialismo de tipo autoritario, que por la resistencia de la sociedad la Revolución Bolivariana no ha logrado en ya diez años de intentos. Como no hay modo de que Maduro alcance todo esto con el apoyo popular, que no tiene; ni tampoco posee los márgenes de acción, nacional e internacional, de Gómez o Pérez Jiménez para burlar las leyes republicanas, aun proclamando lo contrario; optó por acabar con la república. Es decir, la república tal como ha venido existiendo desde la Independencia.
Maduro está convocando a algo así como los Estados Generales, ese parlamento francés anterior a la Revolución al que acudían representantes de los diversos sectores y ciudades. Como Luis XVI, una enorme crisis lo obliga a hacerlo, y acaso como el malhadado Borbón, cree que de la reunión saldrá fortalecido. No sabemos si los paralelismos terminarán allí. Lo que sí puede verse es una innovación grande dentro de una vieja tradición de los autócratas venezolanos, subiendo la apuesta hasta donde ninguno antes se había atrevido. Ya veremos cómo responde a esto la sociedad.
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