El mayor daño
GUSTAVO TARRE B.
Hay una pregunta que los venezolanos nos
hacemos con frecuencia ante el desastre que vivimos: ¿cuál es el mayor
daño que el chavismo le ha hecho a Venezuela? Las respuestas pueden ser
muchas, pero quisiera recoger y compartir la que recientemente leí de
Laureano Márquez en un escrito intitulado “Los descreídos”: “El mayor
daño lo ha hecho –el chavismo– en la demolición del alma nacional, de la
esperanza ciudadana, de la dignidad de un pueblo. También han sucumbido
–en este asalto a la cordura– el sentido común, la bondad, la
tolerancia, la compasión y el respeto. El mayor daño ha sido hecho en
nuestros corazones, que se han vuelto incrédulos, desconfiados; que solo
ven maldad y traición por todas partes. Ya no confiamos en nada ni en
nadie; toda opinión que no sea la nuestra nos parece interesada,
despreciable, digna de agresión e insulto”.
La confirmación más reciente de esta
afirmación la acabamos de vivir con el crimen de El Junquito. Oscar
Pérez recogió la antorcha de los seminaristas de La Victoria, de
Ricaurte, de Armando Zuloaga Blanco, de los cientos de muchachos muertos
en las calles en 2014 y el año pasado. Pero tuvo que aparecer
desangrándose en un video y morir cobardemente asesinado por el
Carnicero de Miraflores para que los venezolanos aceptáramos que
estuvimos en presencia de un héroe, con cuyas acciones podíamos
coincidir o no, pero que estaba dispuesto a ofrendar su vida por la
libertad de su país. Sin embargo, desde que el helicóptero libertario
sobrevoló al TSJ hace seis meses, las redes sociales se vieron inundadas
de escepticismo: “Eso es un show montado por el gobierno”, “es un actor
que finge ser lo que no es”, es un falso positivo fabricado en los
laboratorios del G2 cubano y pare usted de contar.
Vino luego la balurdísima treta del
ministro Reverol declarando que a Pérez lograron ubicarlo gracias a
indicaciones brindadas por los negociadores de la MUD en Santo Domingo.
De inmediato aparecieron los mismos (u otros) descreídos, dando por
buenas las declaraciones del narcoministro y despotricando por la
delación.
Lo mismo pasó con la fuga de Antonio
Ledezma. No había el alcalde de Caracas terminado de cruzar la frontera
con Colombia cuando ya estaban diciendo que esa fuga había sido
concertada con el gobierno, que eso era “otro show”.
Es casi unánime el rechazo con que
fue recibida la candidatura de Manuel Rosales a la Gobernación del Zulia
y su declarada intención de ir a juramentarse ente la prostituyente.
Pero muy rápidamente nos olvidamos del heroísmo cívico de Juan Pablo
Guanipa, quien se negó a coronar su victoria electoral frente al propio
Rosales y a Arias Cárdenas, fruto de largos años de esfuerzo y de
trabajo. Guanipa antepuso sus convicciones y rechazó bajar la cabeza
ante el narcorrégimen.
Son muchos los opositores que
experimentan un placer orgásmico en criticar a los líderes de los
partidos democráticos y derraman frascos de tinta y millones de teclazos
para criticar cualquier acción que emprendan. Pero no se trata de
sanos señalamientos a errores que cometen –y miren ustedes que son
muchos. No. No es que se equivoquen. No. Sencillamente lo que ocurre es
que se vendieron, que son unos traidores, que nunca pegan una. Pero ese
rechazo tampoco se traduce en un apoyo a quienes, dentro del bando
opositor, sostienen visiones diferentes en cuanto a la manera de dirigir
a las fuerzas democráticas. Las encuestan evidencia que tampoco reciben
apoyo. El descreimiento es con todos.
No descartamos que la destrucción del
país que teníamos, la desesperanza, el incumplimiento de las promesas
de un cambio rápido, el éxodo hacia el exterior, la inseguridad que se
vive a diario, el hambre y la enfermedad que afectan cada día más a un
número mayor de venezolanos, las mentiras inauditas del gobierno, hayan
generado este descreimiento. Pero lo que me subleva es nuestra
incapacidad para sobrellevarlo.
Me imagino un juego de fútbol. Por un
lado, tenemos a la Vinotinto, y por el otro, algún equipo rival. Y me
pregunto: ¿sería pensable que nos dedicáramos a rechiflar a nuestros
jugadores, a insultarlos por cada error que cometan, a solazarnos con
los autogoles? Eso no ocurre. En el terreno los nuestros son los
nuestros. Venezuela no estará presente en el próximo Mundial, pero no
suponemos que los jugadores se vendieron, no denunciamos que fueron
comprados, los acompañamos en la victoria y en la derrota porque los
vencedores y los derrotados somos nosotros mismos. Eso no quita que se
pueda cambiar al director de la selección, que se modifique el roster
del equipo, pero siempre será nuestra Vinotinto.
Así debería ser en la política. No
nos gustan los líderes, pues sencillamente vamos a cambiarlos. No hay
por qué estigmatizarlos. Reservemos los epítetos para la manga de
delincuentes que nos gobierna. Lo que tenemos que conquistar es un mayor
protagonismo de los ciudadanos, incrementar nuestra fuerza decisoria.
Abandonar la comodidad de la crítica estéril y sustituirla por una
indispensable creatividad.
Muchas veces oímos decir que nos hace
falta un Churchill, pero estoy seguro que de habernos tocado vivir en
la Inglaterra de 1940, hubiésemos hablado del “desastre” de la retirada
de Dunkerque, de la incompetencia de la Real Fuerza Aérea que permitió
la destrucción de las ciudades inglesas, de la vergonzosa rendición de
Singapur, de la insólita alianza con la tiranía soviética, etc, etc y
etc.
Lo que tenemos por delante es
recuperar a Venezuela. Como bien lo dice Leonardo Padrón hablando de
este mismo tema, “los que nunca creyeron en Oscar Pérez lo hicieron
porque ciertos hechos les parecían inverosímiles. Pero ahí está la nuez
del problema. Va siendo hora de asumir que desde hace 19 años –en
Venezuela– la realidad se volvió extraña, anormal, delirante,
sobreactuada. Desde entonces, nada nos debe extrañar. Pero son muchas
las cosas que nos deben preocupar como sociedad. Para salir del lodazal
donde estamos, debemos exigirnos a nosotros mismos una revisión
profunda, debemos domesticar el odio que nos han inoculado luego de
tanta humillación y agravio. Canalizarlo, procesarlo, convertirlo en una
forma de redención”.
Laureano y Leonardo son la voz de
nuestras conciencias. Hay un solo objetivo: sacar a la banda
delincuencial que se ha apoderado del Estado, que se enriquece sin
vergüenza alguna y no le importa que los venezolanos coman basura. Esa
sí es la tarea y a ella deberíamos dedicar la totalidad de nuestro
esfuerzo y talento. Tenemos que ponernos de acuerdo en el cómo y diseñar
mecanismos de decisión que nos permitan lograr que el criterio de la
mayoría se imponga y que la minoría acate. Sobre esto escribiré
próximamente.
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