Invadir Venezuela es una pésima idea
BY Sean W. Burges and Fabrício Chagas Bastos
Americas Quaterly
El corazón del profesor Ricardo Hausmann está en el lugar correcto, pero su propuesta de una intervención militar para salvar a Venezuela del gobierno de Nicolás Maduro simplemente no va a suceder. No funcionaría.
Para empezar, la única manera en que puede tener éxito un cambio de
régimen mediante un ataque armado sería si los militares de Estados
Unidos tomaran la iniciativa. Dejando de lado el factor Donald Trump por
el momento, el legado de cerca de un siglo de intervenciones directas o
indirectas de Estados Unidos en los asuntos internos de casi todos los
países de América implica que nadie en el hemisferio va a apoyar una
invasión militar directa de Washington.
Tal vez un país latinoamericano como Brasil podría dirigir las
fuerzas estadounidenses, como ocurrió como la misión de observadores
militares MOMEP de las Naciones Unidas, que arbitró el conflicto
Ecuador-Perú en la década de 1990. En efecto, esto sería consistente con
los llamados por una mayor asociación regional lanzada por el jefe del
Comando Sur de Estados Unidos, almirante Kurt Tidd, en un testimonio
ante el Congreso en abril. Sin embargo, emprender ejercicios conjuntos
de entrenamiento militar en la selva en la Amazonia brasileña es muy
diferente a permitir que una fuerza extranjera envíe tropas
estadounidenses a la batalla e, inevitablemente, a la muerte. También
asume que Trump rechazaría la oportunidad de probarse a sí mismo como el
más grande líder militar en la historia de Estados Unidos.
Aún así, asumamos como hipótesis que Trump decidiera dejar el
liderazgo de la operación a socios regionales, poniendo a su disposición
el poder total de las fuerzas armadas de Estados Unidos. ¿Quién en
América tendría la capacidad de planear y dirigir esa invasión? No es
por criticar la calidad del liderazgo militar a lo largo de la región,
pero sí hay que señalar que la escala logística y estratégica de una
operación así está simplemente más allá de los programas de
entrenamiento del conjunto de los cuerpos de oficiales de Latinoamérica.
Un brasileño, un chileno, un colombiano o un mexicano podría ser el
jefe, pero en realidad la operación y el control estratégico descansaría
en los militares estadounidenses y en Washington. Al final, la idea de
Hausmann solamente crearía más confusión en un país que arrastra una
larga crisis política y económica.
Pero éstas no son las razones por las cuales el llamado de Hausmann a
una intervención armada en Venezuela probablemente caerá en oídos
sordos. La soberanía es un sacrosanto principio en la diplomacia
latinoamericana. Los asuntos interamericanos están consistentemente
marcados por el bloque de precedentes que permitirían algún tipo de
intervención extranjera futura en asuntos internos. En efecto, sólo se
necesita mirar las dificultades de la Organización de Estados Americanos
para aplicar la Carta Democrática Interamericana en el caso venezolano.
Hausmann busca rodear el desafío de la soberanía sugiriendo que la
Asamblea Nacional lleve a juicio político a Maduro y nombre un nuevo
gobierno que pueda hacer entrar a una fuerza extranjera de liberación.
Esto es un tecnicismo que no va a impresionar a los diplomáticos de la
región. No está muy lejos de alcanzar a ver esto utilizado como un
precedente para intervenciones armadas la próxima vez que haya
conflictos grandes entre el ejecutivo y el legislativo de otros países
latinoamericanos como, dependiendo del grado de militancia de cada uno,
Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras o Nicaragua.
Tal vez la crítica más dura hacia la propuesta de Hausmann viene por
su falta de consideración de la historia de las intervenciones armadas
para imponer la democracia. Como lo han demostrado claramente las
aventuras de Estados Unidos en Oriente Medio, simplemente no funcionan.
Los líderes de América Latina saben esto y se refleja en su manera de
promover la democracia.
Un régimen político, ya sea autoritario o democrático, se apoya en el
subyacente balance de poder social y económico del país. El actual
malestar en Venezuela refleja la realidad de caminar por esta tensa
cuerda política. Cuando el entonces presidente venezolano Hugo Chávez
trató de revisar la Constitución en 2007, el electorado decidió que
implicaba una indebida ampliación del poder del presidente y la rechazó.
Años después y en una situación similar, los venezolanos respondieron
con preocupación a la presidencia de Maduro en 2015 dándole a la
oposición una victoria contundente en las elecciones legislativas.
Controles y balances estaban en democrática operación. Las ambiciones
del gobernante PSUV eran restringidas, pero siguió en el poder porque la
oposición no pudo ofrecer una alternativa creíble que pudiera lidiar
con los desafíos que enfrentaba una legión de pobres en el país.
Más allá de la aparente ausencia de una oposición creíble en
Venezuela, una de las principales razones por las que Maduro ha
sobrevivido políticamente es el férreo control de su régimen sobre los
militares y la economía. Los intereses de las élites están ahora
fuertemente enlazados con el control total del estado. Desestabilizar
los intereses representados por el acuerdo de Maduro con las fuerzas
armadas podría profundizar la pobreza y conducir potencialmente a una
catastrófica guerra civil. De nuevo, la oposición no está ofreciendo un
camino claro para manejar estos desafíos, lo que deja a la gente con el
demonio que conocen y no con el gran infierno que podría venir.
Para los venezolanos, esto apunta a un desastre aún mayor que el que
destaca Hausmann. Parece no ser una opción creíble para un gobierno
competente. Aún si lo hubiera sido, los tecnócratas y burócratas
necesarios para hacer funcionar un país ya se han ido o han sido
expulsados del gobierno, dejando preguntas reales sobre la capacidad
doméstica para reconstruir el país. Mezcle esto con el llamado de
Hausmann por una intervención armada para restaurar la democracia y
tendrá la receta para una sostenida ocupación militar que podría ser
convenientemente fondeada por la mayor reserva de crudo del mundo. De
nuevo, hemos visto qué tan mal ha funcionado esto en Oriente Medio.
La tragedia de Venezuela es extremadamente compleja y se resiste a
las soluciones simplistas. Proponer ideas sin respaldo como una
intervención armada es una pérdida del valioso tiempo de los actores
políticos que están presionados por cuestiones más urgentes tales como
llevar apoyo humanitario a Venezuela y asegurar a la élite política
corrupta que se les permitirá una salida tranquila si promueven una
transición de regreso al gobierno representativo.
La congoja y el dolor de Hausmann es entendible y compartida. La
intervención por invitación, sin embargo, no es una solución viable a la
crisis de Venezuela.
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Burges es profesor titular de relaciones internacionales de la
Universidad Nacional de Australia y profesor visitante de la Universidad
de Carleton.
Chagas Bastos es un investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge.
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