TRINO MARQUEZ
2018 despunta con una situación
económica sin precedentes en la historia nacional. Ni siquiera las fiestas
decembrinas lograron ocultar la crisis. Al contrario, la mostraron en algunas
de sus facetas más agresivas y humillantes: la gente humilde salió a las calles
a protestar por un pernil de cochino, por la falta de alimentos, agua,
electricidad y transporte colectivo. No hubo Noche Buena, ni Año Nuevo. Estas
expresiones tradicionales sonaban como una
cruel ironía en un país hambriento y miserable como el que han ido
construyendo con tesón y sin tregua
Nicolás Maduro y sus socios. Las características más resaltantes de esa
sociedad en escombros han sido descritas con precisión de cirujano por Ricardo
Hausmann, el economista venezolano con mayor proyección internacional.
En su artículo El día D para
Venezuela propone resolver los graves problemas que atraviesa el país con
una solución extrema: la legítima Asamblea Nacional debe destituir a Nicolás
Maduro, designar un nuevo gobierno y, en vista de las imposibilidades de darle
cumplimiento a las decisiones del foro político, solicitar ante los países de
la región y más allá la creación de una fuerza internacional que ayude a los
factores internos a restituir el orden constitucional y permita detener la
hambruna que se ha desatado, que amenaza con alcanzar la dimensiones de la que
hubo en Ucrania entre 1932 y 1933, Holomodor.
Coincido con Hausmann en la caracterización que plantea del régimen de
Maduro. Se trata de una dictadura a la que será muy difícil sacar del poder por
la vía electoral porque dirige un proyecto hegemónico con pretensiones de
eternizarse en Miraflores. Comparto la importancia que le asigna al apoyo
internacional. No tengo la menor duda de que sin ese auxilio será imposible
sacudirse la satrapía. La diferencia reside en el tipo de apoyo que debe
buscarse. Considero que incurre en algunos errores apreciables.
Ya Maduro fue destituido por la AN en 2016, cuando el cuerpo legislativo
decretó su abandono del cargo, sin que tuviese ninguna consecuencia jurídica
nacional o internacional. Es altamente probable que ante una nueva destitución
ocurra lo mismo.
Su propuesta es inviable. La decisión debería contar con la aprobación
de la OEA, aunque la intervención incluya otras naciones fuera del continente. Una
medida como esa requeriría una votación calificada de los dos tercios o, al
menos, una sólida mayoría de los miembros de la organización. Hasta ahora no ha
sido posible ni siquiera aplicar la Carta Democrática Interamericana, a pesar
de todas las abiertas violaciones a los derechos humanos y a la democracia
cometidas por el régimen. Sin el acuerdo de la OEA ningún país latinoamericano
va a arriesgarse a participar en una expedición militar, por humanitaria y
necesaria que parezca. Crearía un antecedente inconveniente para los gobiernos,
siempre convencidos de que son capaces
de resolver los conflictos internos sin la presencia de tropas extranjeras
Dejarle la responsabilidad sólo a los Estados Unidos ahondaría la brecha entre
Latinoamérica y el Norte, además de que será improbable que sin el soporte de
la OEA, Trump tome la iniciativa, a pesar de las ganas que ha manifestado
tenerle a Maduro.
Otros países de la región han pasado por coyunturas económicas, sociales
y políticas más graves que la venezolana, logrando resolver sus dificultades
sin intervención armada internacional. En algunos casos, tales incursiones han
sido catastróficas. Bahía de Cochinos sólo logró atornillar la incipiente
tiranía de Fidel Castro y le dio combustible a los comunistas por un largo
rato. En Nicaragua la presencia de la Contra,
también internacional, no logró solucionar la crisis, sino que la hizo más
agresiva y destructiva. El problema se resolvió cuando la presión interna e
internacional obligaron a los Ortega a acudir a unas elecciones supervisadas ganadas
por Violeta Chamorro, eventualidad que parecía imposible dado el control
militar e institucional que mantenían los cubanos y los sandinistas, quienes
habían asaltado el poder por la vía de las armas. No se trata de incursiones
militares como las plateadas por Hausmann, pero dado que son regímenes del
mismo signo ideológico, la analogía sirve para ilustrar la eficacia de las intervenciones
armadas extranjeras.
No hay duda de que la situación sanitaria y alimentaria venezolana es
grave, sobre todo porque el colapso se produjo en un período muy breve. La
gente está sorprendida y desconcertada frente a la incuria oficial, pero
Venezuela no se encuentra a las puertas de una hambruna como la de Ucrania. En
esa ocasión, Stalin resolvió de forma deliberada destruir a los ucranianos
porque no se sometían a sus dictámenes. A los rebeldes ucranianos les bloquearon
todas las posibilidades de producir y distribuir alimentos. Fue una política de
exterminio, genocida. En Venezuela ha cristalizado una combinación letal de
ineptitud, negligencia y corrupción, que se ha tratado de aliviar con los Clap,
fórmula que únicamente funciona con cierto grado de eficacia cuando los dólares
abundan, pues sus componentes son importados. Como las divisas escasean y la
voracidad persiste, los Clap ya no sirven de paños calientes. En Venezuela, detener los padecimientos del
pueblo pasa por un giro en las políticas económicas, que Maduro ciertamente se
niega a materializar. En la Rusia de Stalin, la política era arrasar los ucranianos.
En Venezuela, el objetivo consiste en mantener al pueblo en el umbral de la subsistencia
para clientelizarlo y manipularlo.
La proposición de Ricardo Hausmann
en vez de propiciar la unidad de la oposición, la acentúa; y en vez de
debilitar al gobierno, le da oxígeno para seguir hablando de una oposición
apátrida, proimperialista y tonterías similares. Podría desatar una discusión
bizantina entre intervencionistas y nacionalistas. En el trance tan difícil que
vive la oposición, se requieren iniciativas que desmineralicen las posiciones,
las acerquen y limen sus perfiles más áridos. Por ejemplo, ¿qué hacer para
recuperar el prestigio de la Asamblea Nacional, tan erosionado? ¿Cuáles acciones
comunes podrían reunificar la oposición y fortalecerla ante la comunidad
internacional? ¿Qué hacer en República Dominicana?
La ayuda internacional resulta imprescindible. Para potenciarla la
oposición debe resolver sus contradicciones internas y aparecer unificada en
torno de un programa, una organización y un líder. Estas carencias reales no
las resuelve una intervención extranjera.
@trinomarquezc
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