SIMON GARCIA
Un primer dato sobre la situación del país es la generalización del
rechazo a las políticas del gobierno. La variedad venezolana de la
aplicación del modelo comunista carece de las supuestas ventajas que
promete a los trabajadores y pervierte la estatización convirtiéndola en
una privatización oculta y bajo control de grupos minoritarios
oficialistas. El resultado es la tragedia que vivimos.
El gobierno hace su guerra contra la economía y ésta toma venganza
generando una crisis simultánea de todas las actividades del sector
privado y público. Ella no produce lo que la población requiere y perdió
capacidad para mejorar, en tamaño y rubros, sus exportaciones. Los
economistas han abundado en los diagnósticos y recomendaciones para
superar una crisis que empuja a millones de familias a la sobrevivencia.
Pero en el desempeño político, la cúpula oficialista acumula logros
importantes y ha sabido imponerse a una oposición que no ha sabido
convertir su vocación democrática, pacífica y electoral en ventaja
organizativa, aceptación del liderazgo y superioridad de sus visiones
sobre el país necesario y posible. Por obra y omisiones suyas, por el
desgaste que le ocasiona una permanente campaña de desprestigio, los
partidos y dirigentes de la oposición enfrentan una tormenta de
insatisfacciones. Si no dan con urgencia un viraje creíble puede
reducirse a un factor crónico, atrapado en su retórica y condenado a
desgarrarse a si mismo.
La estrategia constitucional, democrática, electoral y pacífica no ha
sido aplicada con eficacia. En primer lugar, por un diagnóstico
incompleto sobre la naturaleza del actual régimen. Y segundo, por el
temor a perder popularidad si avanza contra el viento mayoritario que
sople en las redes y la opinión publica. Si estas insuficiencias
continúan, el papel de las vanguardias partidistas lo ocupará otro
liderazgo
Encadenarse a la noria de los errores de la oposición ya resulta
tóxico. La reflexión, la imaginación y la acción deben concentrarse en
elaborar nuevas respuestas y discursos, en restablecer un sentido en la
mayoría social y política, en inaugurar un nuevo tipo de confrontación
con un régimen que perfecciona sus esquemas de control y subordinación
de la sociedad a su poder.
Una evolución rutinaria, un maquillaje, un simulacro de acercamiento
al pueblo son hoy contraproducentes para construir relaciones de
confianza y corresponsabilidad entre dirigentes partidistas y sociales
de la oposición. No se trata de subordinar unos a otros ni de mantener
la relación instrumental, sino de concertar un plan que asuma la unidad
más allá de lo electoral y ponga en marcha un encuentro de largo alcance
entre los dos polos, el revolucionario y el reformador, que procuran
una hegemonía excluyente.
El tema de la candidatura presidencial es el escollo a vencer para
reunificar al país. Si los líderes de los siete partidos con mayor
respaldo electoral no garantizan un candidato consensual, la opción
extrapartido se hará indetenible. A los partidos les corresponde ver
bien hacia donde quieren ir, porque la mayoría ciudadana no está
dispuesta a seguirlos por pura fe. Es hora de cambiar.
@garciasim
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