FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
Los juegos se cierran, las máscaras caen. En pocas horas, medio día
de este miércoles atravesado como pocas veces. El diálogo se ha
interrumpido “indefinidamente”, probablemente para siempre. El CNE,
siempre sumiso al látigo del amo, ha fijado en menos de lo que canta un
gallo, unas pocas horas después del cierre dominicano, una fecha muy
próxima para las elecciones presidenciales que, por tanto, impide
cualquier vuelta atrás, un postrer episodio de la saga negociadora. Yo
lo veo bastante mal si la aspiración era que presionado por el dolor
aullante del país y con el peso de casi todo el mundo democrático encima
el gobierno brindase algunas condiciones de decencia para que el pueblo
venezolano pudiese diseñar su futuro mediante el voto, se restituyeran
algunas formas básicas de institucionalidad, de derechos humanos y se
aliviaran el hambre y la enfermedad que matan a miles. Probablemente la
pelea será ahora más dura, más grandes los costos humanos, más difícil
cualquier paso. Y mira que ya lo ha sido durante veinte años de
demolición del país.
Pero, en medio de todo, también caemos en cuenta de que no podía
ser de otra manera. Que olvidamos, error, que los truhanes no saben sino
jugar con las cartas marcadas. Que de esta o de cualquier otra forma
iba a suceder.
Pero, como todo en la vida, algunos costados claros tendrán los
malos días. Ahora habrá que reconocerle a la Mesa de la Unidad que hizo
todo lo posible por que se hicieran, en paz, más dignos los lances de
poder. Es más, si algo fue un mal cálculo, fue que hizo demasiado. Desde
hace semanas muchos nos preguntábamos qué secreto objetivo, qué
indescifrable expectativa la movía para extender lo que los obligaba a
pagar precios desmesurados como la convocatoria a elecciones de esa
vergüenza histórica que es la ANC, la anulación de Voluntad Popular, la
tarjeta de la MUD, o la trampa contra los reparos de Primero Justicia,
sin que mereciese ni siquiera un razonamiento del carcomido organismo
comicial. Para qué seguir aupando perplejos las mentiras y las cursis
pantomimas de Rodríguez Zapatero, Jorge Rodríguez y Nicolás Maduro que
tanto mal deben hacer a la salud estomacal o neuronal. La verdad es que
ahora, leyendo la última propuesta de la MUD y atendiendo a su firme
posición de no ceder ningún derecho de los venezolanos, tengo una
respuesta. Mereció la pena seguir creyendo en la rectitud moral y el
valor de quienes han librado esta difícil, abrumadora, asqueante
batalla, como otras tantas. Fue valeroso intentar pelear por una opción
democrática con los molinos de viento, aunque haya sido un cálculo
fallido. Fue valeroso obtener una quijotesca victoria moral que siempre
sirve en política, aunque parezca la antítesis de sus exigencias
pragmáticas. A la larga quizás.
¿Y ahora qué? Ahora, por lo pronto, hemos salido de un laberinto. Y
tendremos más sentido de realidad, espero. Y a lo mejor, ha sido tan
vergonzoso el papel del adversario que se verá solo zurrándoselas con el
viento e incapaz de distinguir no solo entre verdad y mentira, sino
tampoco entre guardar un mínimo de formas, las sutiles artes del
disimulo, y la desvergüenza más impúdica. Baste pensar que no costaba
mucho dejar pasar unos días para que la famosa fecha del CNE no fuese
una burda venganza contra los demócratas que defendían la democracia y
una ofensa más para ese triste cuarteto electorero que tantas
humillaciones públicas ha sufrido hasta en su trucada apariencia como
poder que actúa con suficiencia y honestidad.
Pero es posible también que esta batalla perdida nos sirva para
lograr lo que, paradójicamente, se nos fue de las manos y de las
entendederas cuando gozábamos de una cierta abundancia política: la
unidad. Ese debe ser el objetivo mayor porque es el que permite hacerle
frente al resto. La unidad que no será perfecta, siempre habrá monigotes
que entren en el circo, pero que, revitalizada por los partidos mayores
y la sociedad civil, a la cabeza de ella la Iglesia católica, lo dice
un ateo, pueda ser el inicio de la invención del camino tanto tiempo
extraviado.
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