lunes, 26 de febrero de 2018

Venezuela: intervención y transición

ALEXIS ALZURU
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Maduro sabe que la marginalidad y el dinero negro serán claves para su próximo Gobierno; no necesitará ciudadanía ni transparencia. Por eso, abre las puertas al lavado de capitales con el Petro, fustiga a la gente para que migre y ofrece limosnas a los más pobres para que se llenen de hijos. Por supuesto, para su nuevo mandato también necesitará más armas, de allí que aparezcan indicios bien documentados de que varios de sus aliados están listos para establecer bases militares en algunas zonas estratégicas. Esos países únicamente aguardan a que el CNE concrete la nueva estafa que Tibisay Lucena y sus amigas anunciaron. Después de que ese arsenal se establezca, desmotar su red de poder resultaría bastante más difícil que ahora. Derrotarlo sería titánico. Sobre todo resultaría muy cuesta arriba detener el proyecto totalitario que Maduro ejecuta, con asesoría de Rusia, Irán y Cuba, entre otros.
Los hechos confirman que los venezolanos no tenemos margen para nuevos errores. No es tiempo de acciones pasionales, inoportunas y fallidas, sino de decisiones racionales, ágiles y asertivas. Por cierto, si no queremos fracasar de nuevo, entonces se debería aclarar qué se busca con la presión y los procesos judiciales internacionales que están en marcha. Pues o se utilizan para recorrer los aeropuertos del mundo y ganar algunos seguidores de Twitter, o para construir el peor escenario posible para Nicolás Maduro: uno que despeje por completo el terreno para asestarle un golpe final, un golpe certero, definitivo. Eso supondría revisar si vale la pena seguir malgastando esa dinámica en amenazas y deseos de venganza o si, por el contrario, se aprovecha y emplea para sumar, para tender puentes y persuadir a quienes, estando en esferas de poder, mantienen algo de cordura y astucia, aquellos que no desean que la navaja de Occidente les rebane el cuello.
El pueblo cuenta con muy pocas alterativas para derrotar a Maduro, para sacarlo de un tajo. En esta etapa se necesita abrir la mente, olvidarse de prejuicios y llenarse de pragmatismo. Un paso sería reconocer que el chavismo y su derivado: el castro-madurismo, son realidades militares y políticas, no pesadillas de las que despertaremos en algún instante. Habría que admitir que no desaparecerán como por arte de magia, no oirán al Papa ni cederán espacios para satisfacer las aspiraciones de sus adversarios o las expectativas democráticas de la población; tampoco se entregarán a la justicia internacional sin intentar mantenerse en el poder. Habría que entender que ellos se necesitan, pero también se odian y desprecian.
Habría que terminar de darse cuenta de que el enemigo más letal del castro-madurismo es el chavismo y viceversa, no la MUD. Sin embargo, no por eso habría que dejar de ver que en ese tablero la oposición tiene las cartas para jugar y ganar, cartas para ponerle punto final a esa unión de quienes están juntos sólo para no sacarse los ojos.
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Foto: Reuters
Por supuesto, ninguno de estos bandos iniciaría una lucha definitiva, a menos que confirme que una nueva alianza le reportaría mayores beneficios que mantener su anterior sociedad. De allí la importancia que adquiere el mensaje que han enviado distintos jefes de estado y sus voceros más autorizados. Las declaraciones en las que afirman que la expulsión de Maduro exigirá la intervención de los soldados venezolanos, pues con sus opiniones están diciendo lo que los jefes de la MUD deberían hacer por iniciativa propia: negociar con los civiles y militares chavistas lo que haya que pactar para avanzar hacia una transición arbitrada por la comunidad internacional. Es para implosionar al Gobierno que Occidente se la está jugando, no para que ahora las élites de la república y sus dirigentes políticos se ocupen de suplicar y esperar la llegada de marines extranjeros.
La mesa está servida para acordar la transición con algunos sectores que son chavistas, no castro-maduristas. Un acuerdo que habría que proponer en caliente, porque Maduro acelera el paso para avanzar hacia el autoritarismo, hacia la sociedad cerrada. Aceptar la realidad como premisa es una condición para resolver cualquier crisis. Lo demás es engañarse o seguir soñando, pero los sueños, sueños son. Sin embargo, en la oposición la tendencia ha sido a confundir sueños con hechos. Por lo cual, la verdadera negociación entre oposición y chavismo aún sigue pendiente por insólito que parezca. Este hueco explica en parte el porqué, después de veinte años, esta sociedad se encuentra al filo del abismo y, a la vez, demuestra que las conversaciones en Dominicana fracasaron porque los opositores que las aceptaron eligieron erróneamente a sus interlocutores, y, por lo tanto, equivocaron la agenda, objetivos, el momento, la mediación y la matriz que debe definir los incentivos, compromisos, tiempos, modalidades de pagos, cumplimientos y monitoreo. Incluso, equivocaron el escenario.
El único saldo positivo que dejó esa fallida experiencia es que después de invertir meses en negociaciones con los voceros de un régimen tramposo y oprobioso, nadie podría cuestionar que se bregue un acuerdo con civiles y soldados que siendo chavistas pudieran sumar fuerza política y militar para obligar la inmediata renuncia de Maduro.

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