ALEXIS ALZURU
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Maduro sabe que la marginalidad y el
dinero negro serán claves para su próximo Gobierno; no necesitará
ciudadanía ni transparencia. Por eso, abre las puertas al lavado de
capitales con el Petro, fustiga a la gente para que migre y ofrece
limosnas a los más pobres para que se llenen de hijos. Por supuesto,
para su nuevo mandato también necesitará más armas, de allí que
aparezcan indicios bien documentados de que varios de sus aliados están
listos para establecer bases militares en algunas zonas estratégicas.
Esos países únicamente aguardan a que el CNE concrete la nueva estafa
que Tibisay Lucena y sus amigas anunciaron. Después de que ese arsenal
se establezca, desmotar su red de poder resultaría bastante más difícil
que ahora. Derrotarlo sería titánico. Sobre todo resultaría muy cuesta
arriba detener el proyecto totalitario que Maduro ejecuta, con asesoría
de Rusia, Irán y Cuba, entre otros.
Los hechos confirman que los venezolanos
no tenemos margen para nuevos errores. No es tiempo de acciones
pasionales, inoportunas y fallidas, sino de decisiones racionales,
ágiles y asertivas. Por cierto, si no queremos fracasar de nuevo,
entonces se debería aclarar qué se busca con la presión y los procesos
judiciales internacionales que están en marcha. Pues o se utilizan para
recorrer los aeropuertos del mundo y ganar algunos seguidores de
Twitter, o para construir el peor escenario posible para Nicolás Maduro:
uno que despeje por completo el terreno para asestarle un golpe final,
un golpe certero, definitivo. Eso supondría revisar si vale la pena
seguir malgastando esa dinámica en amenazas y deseos de venganza o si,
por el contrario, se aprovecha y emplea para sumar, para tender puentes y
persuadir a quienes, estando en esferas de poder, mantienen algo de
cordura y astucia, aquellos que no desean que la navaja de Occidente les
rebane el cuello.
El pueblo cuenta con muy pocas
alterativas para derrotar a Maduro, para sacarlo de un tajo. En esta
etapa se necesita abrir la mente, olvidarse de prejuicios y llenarse de
pragmatismo. Un paso sería reconocer que el chavismo y su derivado: el
castro-madurismo, son realidades militares y políticas, no pesadillas de
las que despertaremos en algún instante. Habría que admitir que no
desaparecerán como por arte de magia, no oirán al Papa ni cederán
espacios para satisfacer las aspiraciones de sus adversarios o las
expectativas democráticas de la población; tampoco se entregarán a la
justicia internacional sin intentar mantenerse en el poder. Habría que
entender que ellos se necesitan, pero también se odian y desprecian.
Habría que terminar de darse cuenta de
que el enemigo más letal del castro-madurismo es el chavismo y
viceversa, no la MUD. Sin embargo, no por eso habría que dejar de ver
que en ese tablero la oposición tiene las cartas para jugar y ganar,
cartas para ponerle punto final a esa unión de quienes están juntos sólo
para no sacarse los ojos.
Por supuesto, ninguno de estos bandos
iniciaría una lucha definitiva, a menos que confirme que una nueva
alianza le reportaría mayores beneficios que mantener su anterior
sociedad. De allí la importancia que adquiere el mensaje que han enviado
distintos jefes de estado y sus voceros más autorizados. Las
declaraciones en las que afirman que la expulsión de Maduro exigirá la
intervención de los soldados venezolanos, pues con sus opiniones están
diciendo lo que los jefes de la MUD deberían hacer por iniciativa
propia: negociar con los civiles y militares chavistas lo que haya que
pactar para avanzar hacia una transición arbitrada por la comunidad
internacional. Es para implosionar al Gobierno que Occidente se la está
jugando, no para que ahora las élites de la república y sus dirigentes
políticos se ocupen de suplicar y esperar la llegada de marines
extranjeros.
La mesa está servida para acordar la
transición con algunos sectores que son chavistas, no castro-maduristas.
Un acuerdo que habría que proponer en caliente, porque Maduro acelera
el paso para avanzar hacia el autoritarismo, hacia la sociedad cerrada.
Aceptar la realidad como premisa es una condición para resolver
cualquier crisis. Lo demás es engañarse o seguir soñando, pero los
sueños, sueños son. Sin embargo, en la oposición la tendencia ha sido a
confundir sueños con hechos. Por lo cual, la verdadera negociación entre
oposición y chavismo aún sigue pendiente por insólito que parezca. Este
hueco explica en parte el porqué, después de veinte años, esta sociedad
se encuentra al filo del abismo y, a la vez, demuestra que las
conversaciones en Dominicana fracasaron porque los opositores que las
aceptaron eligieron erróneamente a sus interlocutores, y, por lo tanto,
equivocaron la agenda, objetivos, el momento, la mediación y la matriz
que debe definir los incentivos, compromisos, tiempos, modalidades de
pagos, cumplimientos y monitoreo. Incluso, equivocaron el escenario.
El único saldo positivo que dejó esa
fallida experiencia es que después de invertir meses en negociaciones
con los voceros de un régimen tramposo y oprobioso, nadie podría
cuestionar que se bregue un acuerdo con civiles y soldados que siendo
chavistas pudieran sumar fuerza política y militar para obligar la
inmediata renuncia de Maduro.
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