MIRAN ADELANTE, MIRAR HACIA ADENTRO
TULIO HERNANDEZ
EL NACIONAL
Es tan inútil como condenar al pueblo cubano por no haberse liberado
del castrismo. Al chileno, por haber permitido que Pinochet hiciera con
su país lo que le diera la gana. O al ruso y chino, por haber soportado
largas décadas de hambrunas y genocidios conducidos por Stalin y Mao.
No ayuda en nada comprender la naturaleza de estos regímenes, ni
diseñar estrategias sociales para impedir que fenómenos iguales vuelvan a
ocurrir. Es autoflagelación pura.
Pero lo hacemos. Con cada vez más frecuencia encontramos en las
páginas de los periódicos y en las redes sociales argumentos del tipo:
“El pueblo venezolano sigue padeciendo el chavismo porque no ha sabido
defender con entereza su libertad”. Una versión actualizada del
pesimismo aquel de “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.
Y cuando no se culpa a esa abstracción llamada “pueblo”, que sirve
para designar el Todo y la Nada, entonces se va a la búsqueda
expiatoria de un chivo. “La culpa es de Pérez, no le hizo caso a las
alertas”. “De Caldera que indultó al golpista”. “No, de los partidos y
la MUD, blandengues. Solo piensan en sus intereses y no se ponen de
acuerdo”. “De los militares sin testículos”. Como si fuese posible
encontrar un culpable mayor.
Por momentos, incluso, algunos han llegado a pensar que lo mejor
sería volver a la época en que solo votaban quienes sabían leer,
escribir y tenían propiedades. Porque, han sostenido, la culpa de todo
lo que nos ocurre viene por el atraso y el analfabetismo de las masas
que siguieron a Chávez y al chavismo.
Pero, claro, de inmediato alguien recuerda que Gallegos y AD
llegaron a Miraflores no en hombros de una élite olorosa a doctorados
sino de una masa cruda predominantemente campesina y analfabeta. Y,
entonces, el argumento se desinfla.
Alguien trae a la mesa que el pueblo más instruido y alfabetizado
de la Europa de entonces, el de Beethoven, Kant y Einstein, el alemán,
fue seducido por un sargento neurótico que lo condujo a una guerra
mundial y uno de los más grandes genocidios de la historia. Y el
razonamiento ya no se desinfla, se evapora.
Y se estrella más aún si revisamos lo que ocurrió el domingo
pasado en Italia, en el país de Dante Alighieri y Da Vinci, cuando los
dos extremos, una derecha xenófoba, la Liga Norte, y un
ultraizquierdismo anacrónico, el movimiento pro chavista denominado 5
estrellas, sepultaron a los demócratas moderados en una elección que
marca un antes y un después en el escenario europeo. Eso sin pasar por
la desgracia de Trump y el Reino Unido refrendando nacionalismos
decimonónicos.
Quizás debemos tomárnoslo un poco más en serio, con menos rabia y
frivolidad. Salir de la estridencia y la falta de rigor, para tratar de
entender por qué la democracia hace aguas con tanta intensidad en
lugares inesperados; por qué las naves de populistas, tiranuelos y
alucinados encuentran pistas abiertas en tan diversos países; y las
razones para que entre nosotros la debacle haya llegado, indetenible, a
la manera de un naufragio sin salvavidas.
Quizás, en el caso venezolano, uno de los más patéticos del
planeta entero, en vez de la lógica silvestre y el pensamiento mágico de
la autoflagelación (“¡Nos lo merecemos... nos lo merecemos!”), del
simplismo comodón de la nostalgia (“Es que éramos tan felices y no lo
sabíamos”), de creer que fue una peste que nos cayó de afuera (“El
castrocomunismo... el castrocomunismo”), debamos hacer introspección
para identificar lo ocurrido.
¿No será hora de preguntarnos si acaso no fue al revés? ¿Que la
peste venía incubándose entre los ropajes de una falsa riqueza? ¿Que las
larvas de nuestras cuatro taras colectivas –el estatismo, el
militarismo, el personalismo y el rentismo– encontraron en la
psiquiatría fanática y resentida de los rojos el terreno fértil para
transformarse en bestias descomunales capaces de destruir todo lo que
medianamente habíamos logrado construir, aún en medio de nuestro fracaso
histórico?
Desde el martes del Aula Magna, en el ambiente se vuelve a
respirar esperanza. Lo que tuvimos andaba en pies de barro. Lo que
tenemos, peor no puede ser. Lo que viene, la reconstrucción, requiere la
unidad de los demócratas para retomar el hilo perdido. Será también
introspección. O no será.
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