sábado, 30 de noviembre de 2019

López Obrador puede llevar a México otra vez a la dictadura, advierte Vargas Llosa

El reconocido escritor peruano Mario Vargas Llosa advirtió este viernes que con Andrés Manuel López Obrador como presidente de México podría volver la “dictadura perfecta”, como denominó el premio Nobel de Literatura 2010 a las siete décadas de gobiernos del PRI, informó AFP.
El portal destaca que durante una presentación en un museo de Ciudad de México, Vargas Llosa habló sobre el rumbo que ha tomado el gobierno del presidente izquierdista, quien el próximo domingo cumple un año en la presidencia de México.
“Temo que el populismo, que parece realmente la ideología del presidente de México, nos conduzca otra vez a la dictadura, perfecta o imperfecta, dictadura al fin y al cabo”, expresó.
En el año 1990, tras ser invitado a un encuentro de intelectuales, el escritor peruano describió al Partido Revolucionario Institucional (PRI), como la “dictadura perfecta” porque había permitido “la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido”.
“Temo que este gobierno esté retrocediendo un poco a México, que comenzaba a salir de esa dictadura perfecta, que no era tan perfecta, era bastante imperfecta felizmente para los mexicanos”, concluyó.


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AHORA, ELECCIONES LIBRES

ISMAEL PÉREZ VIGIL

De todas las lecciones que nos deja al caso boliviano no se ha destacado suficientemente la más obvia, la que no me cansaré de repetir y recordar, aunque algunos no la quieren ni siquiera mencionar: que la vía es la vía electoral.
Sí, es verdad que el levantamiento de la policía nacional y el pronunciamiento del ejército boliviano –al darle un ultimátum a Evo Morales, sugiriéndole que renunciara–, fueron el elemento decisivo. Sí, es verdad que el pueblo estaba en la calle, manifestando contra el fraude, reclamando el resultado electoral y obligando así a que la fuerza armada tomara una posición. Sí, también es verdad que el detonante fundamental fue la ambición de Evo Morales que, viéndose perdedor en segunda vuelta, hizo fraude para mantenerse en el poder.
Todos esos elementos se juntaron y posibilitaron la salida que se dio en Bolivia; pero el factor fundamental, lo que está en la base de todo es que se dio un proceso electoral, que la gente fue a votar, que no se abstuvo ni se quedó en su casa y que, ante la evidencia del fraude, salió a reclamar y a defender su voto. Todo lo demás fue el corolario, lo que vino después, pero el elemento central fue ese proceso electoral, esa determinación del pueblo boliviano de votar y de defender en la calle el resultado de esa votación.
Por eso, en Venezuela, que tenemos una condición muy diferente en cuanto a la posición de la fuerza armada, que es la que protege al régimen, que le da sustento, que es el régimen –hasta evidencia en contrario–, tenemos que emprender una tarea de movilización popular que posibilite un cambio y para eso no bastan las marchas eventuales o las protestas espontaneas, dispersas, sin conexión política, que se suceden todos los días, sino que es necesario una determinación firme de ir a un proceso electoral, de lograr unas elecciones libres, como primer paso que desencadene toda una serie de sucesos que concluyan con el fin de este régimen de oprobio y esa identificación FA-Gobierno.
Pero, ¿qué son unas elecciones libres? Se supone que deben reunir una serie de condiciones, pero en eso no nos podemos llamar a engaños, esperar milagros o dar rienda suelta a la imaginación y la fantasía. Recordar que estamos bajo un régimen tiránico, dictatorial, que aunque no goza de apoyo popular, tiene los recursos del estado para comprar conciencias, votos y lealtades, cuenta con los tribunales para perseguir, encarcelar y hacerle la vida imposible a cualquiera; y sobre todo, cuenta con la Fuerza Armada, y todos los órganos represivos del estado, para defenderse y proteger sus privilegios. Por ello es necesario insistir en una estrategia de unidad y negociar condiciones electorales.
Me voy a referir en este momento solamente a tres aspectos de carácter general, pero fundamentales, para que se puedan dar unas elecciones libres.
El primer aspecto se refiere a las pre condiciones de carácter político que se deben dar para celebrar cualquier proceso electoral: la libertad de los presos políticos y la habilitación de los partidos políticos y candidatos, hoy ilegalízalos unos, presos, en el exilio y perseguidos otros. Dadas estas condiciones, viene todo lo demás. Pero, que nadie espere un proceso impoluto, libre de artimañas y abusos de poder por parte del gobierno, pues la trampa es parte de su naturaleza, está en su ADN, como se dice ahora.
Otro elemento fundamental es rescatar la credibilidad en los procesos electorales y en el voto; para ello hay que comenzar por una reestructuración del CNE, todo el CNE; que lo debe hacer la AN, como establece la Constitución y la ley; (y queda como tarea pendiente, la modificación de la LOPE, para que el Comité de Postulaciones que se designe en el futuro este conforme a la Constitución, integrado solo por la sociedad civil, sin diputados, que no son sociedad civil). Pero el CNE que ahora se designará, no estará integrado por émulos de San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi, sino que será el producto de una negociación —con el perdón de la palabra— que tendrá que darse en la AN para designar un CNE que goce de un consenso mínimo entre todas las partes, que permita realizar unas elecciones en condiciones aceptables.
Desde luego, como tercer factor previo, habrá que hacer una revisión del registro electoral, para librarlo de los errores más gruesos: movimientos ilegales de votantes y traslado de electores; pero que nadie espere la locura de hacer un nuevo registro, desde cero. Entre los objetivos estará cumplir con lo establecido en la Ley (Art. 28.2) acerca de su carácter continuo y organizar, con suficiente tiempo y recursos, jornadas especiales de registro, para que se puedan inscribir todos los rezagados, que pasan del millón y medio y para que puedan cambiar de domicilio la mayor cantidad posible de venezolanos que están en el exterior y que tienen derecho a votar, al menos en las elecciones presidenciales.
También en el marco de fortalecer la credibilidad del proceso electoral, se debe garantizar la presencia de observadores internacionales, de varias regiones, países y organizaciones especializadas de observación electoral, al igual que ampliar el espectro de la observación nacional, permitiendo que las organizaciones nacionales de observadores puedan registrar todos los observadores que deseen y consideren necesarios.
Hay muchos otros aspectos, importantes, de carácter práctico, sobre los procesos electorales, que hay que revisar y corregir para tener unas elecciones libres, pero me referiré a ellos en otra oportunidad.
Pero ahora, lo más importante, desde el punto de vista de la oposición, es movilizar al país y derrotar las posiciones indiferentes y abstencionistas, que nunca han conducido ni a movilizar al pueblo, ni a desconocer realmente los resultados, pues estos se han impuesto por la fuerza de los hechos, sin que quienes promueven la abstención hayan hecho nada más por continuar la lucha política, tras unas elecciones que desconocieron. Por el contrario, la abstención ha sido el motor de la indiferencia, la inacción y la desesperanza.
Elemento esencial es también organizarse para cubrir, con testigos, todas las mesas electorales, o al menos el 95% de las mismas y recabar todas las actas de votación, que se deben entregar sin demora al organismo opositor, controlador del proceso. Y que esa organización sea también la base, la matriz, para la defensa del voto en el caso de que se pretenda alterar o desconocer los resultados.
Sin embargo, debo hacer un señalamiento final y esencial: lo más importante para derrotar a este régimen de oprobio que tiene más de 20 años asolando al país es la unidad opositora, la vía electoral es solo eso, una vía; si la decisión es participar por la vía electoral, para movilizar al país, debe ser un acto de unidad política, que debe ser respetado por todos; pero siempre supeditados a la unidad, como factor de éxito, si la decisión fuese otra.
Politólogo

ISAMEL PÉREZ VIGIL

De todas las lecciones que nos deja al caso boliviano no se ha destacado suficientemente la más obvia, la que no me cansaré de repetir y recordar, aunque algunos no la quieren ni siquiera mencionar: que la vía es la vía electoral.
Sí, es verdad que el levantamiento de la policía nacional y el pronunciamiento del ejército boliviano –al darle un ultimátum a Evo Morales, sugiriéndole que renunciara–, fueron el elemento decisivo. Sí, es verdad que el pueblo estaba en la calle, manifestando contra el fraude, reclamando el resultado electoral y obligando así a que la fuerza armada tomara una posición. Sí, también es verdad que el detonante fundamental fue la ambición de Evo Morales que, viéndose perdedor en segunda vuelta, hizo fraude para mantenerse en el poder.
Todos esos elementos se juntaron y posibilitaron la salida que se dio en Bolivia; pero el factor fundamental, lo que está en la base de todo es que se dio un proceso electoral, que la gente fue a votar, que no se abstuvo ni se quedó en su casa y que, ante la evidencia del fraude, salió a reclamar y a defender su voto. Todo lo demás fue el corolario, lo que vino después, pero el elemento central fue ese proceso electoral, esa determinación del pueblo boliviano de votar y de defender en la calle el resultado de esa votación.
Por eso, en Venezuela, que tenemos una condición muy diferente en cuanto a la posición de la fuerza armada, que es la que protege al régimen, que le da sustento, que es el régimen –hasta evidencia en contrario–, tenemos que emprender una tarea de movilización popular que posibilite un cambio y para eso no bastan las marchas eventuales o las protestas espontaneas, dispersas, sin conexión política, que se suceden todos los días, sino que es necesario una determinación firme de ir a un proceso electoral, de lograr unas elecciones libres, como primer paso que desencadene toda una serie de sucesos que concluyan con el fin de este régimen de oprobio y esa identificación FA-Gobierno.
Pero, ¿qué son unas elecciones libres? Se supone que deben reunir una serie de condiciones, pero en eso no nos podemos llamar a engaños, esperar milagros o dar rienda suelta a la imaginación y la fantasía. Recordar que estamos bajo un régimen tiránico, dictatorial, que aunque no goza de apoyo popular, tiene los recursos del estado para comprar conciencias, votos y lealtades, cuenta con los tribunales para perseguir, encarcelar y hacerle la vida imposible a cualquiera; y sobre todo, cuenta con la Fuerza Armada, y todos los órganos represivos del estado, para defenderse y proteger sus privilegios. Por ello es necesario insistir en una estrategia de unidad y negociar condiciones electorales.
Me voy a referir en este momento solamente a tres aspectos de carácter general, pero fundamentales, para que se puedan dar unas elecciones libres.
El primer aspecto se refiere a las pre condiciones de carácter político que se deben dar para celebrar cualquier proceso electoral: la libertad de los presos políticos y la habilitación de los partidos políticos y candidatos, hoy ilegalízalos unos, presos, en el exilio y perseguidos otros. Dadas estas condiciones, viene todo lo demás. Pero, que nadie espere un proceso impoluto, libre de artimañas y abusos de poder por parte del gobierno, pues la trampa es parte de su naturaleza, está en su ADN, como se dice ahora.
Otro elemento fundamental es rescatar la credibilidad en los procesos electorales y en el voto; para ello hay que comenzar por una reestructuración del CNE, todo el CNE; que lo debe hacer la AN, como establece la Constitución y la ley; (y queda como tarea pendiente, la modificación de la LOPE, para que el Comité de Postulaciones que se designe en el futuro este conforme a la Constitución, integrado solo por la sociedad civil, sin diputados, que no son sociedad civil). Pero el CNE que ahora se designará, no estará integrado por émulos de San Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi, sino que será el producto de una negociación —con el perdón de la palabra— que tendrá que darse en la AN para designar un CNE que goce de un consenso mínimo entre todas las partes, que permita realizar unas elecciones en condiciones aceptables.
Desde luego, como tercer factor previo, habrá que hacer una revisión del registro electoral, para librarlo de los errores más gruesos: movimientos ilegales de votantes y traslado de electores; pero que nadie espere la locura de hacer un nuevo registro, desde cero. Entre los objetivos estará cumplir con lo establecido en la Ley (Art. 28.2) acerca de su carácter continuo y organizar, con suficiente tiempo y recursos, jornadas especiales de registro, para que se puedan inscribir todos los rezagados, que pasan del millón y medio y para que puedan cambiar de domicilio la mayor cantidad posible de venezolanos que están en el exterior y que tienen derecho a votar, al menos en las elecciones presidenciales.
También en el marco de fortalecer la credibilidad del proceso electoral, se debe garantizar la presencia de observadores internacionales, de varias regiones, países y organizaciones especializadas de observación electoral, al igual que ampliar el espectro de la observación nacional, permitiendo que las organizaciones nacionales de observadores puedan registrar todos los observadores que deseen y consideren necesarios.
Hay muchos otros aspectos, importantes, de carácter práctico, sobre los procesos electorales, que hay que revisar y corregir para tener unas elecciones libres, pero me referiré a ellos en otra oportunidad.
Pero ahora, lo más importante, desde el punto de vista de la oposición, es movilizar al país y derrotar las posiciones indiferentes y abstencionistas, que nunca han conducido ni a movilizar al pueblo, ni a desconocer realmente los resultados, pues estos se han impuesto por la fuerza de los hechos, sin que quienes promueven la abstención hayan hecho nada más por continuar la lucha política, tras unas elecciones que desconocieron. Por el contrario, la abstención ha sido el motor de la indiferencia, la inacción y la desesperanza.
Elemento esencial es también organizarse para cubrir, con testigos, todas las mesas electorales, o al menos el 95% de las mismas y recabar todas las actas de votación, que se deben entregar sin demora al organismo opositor, controlador del proceso. Y que esa organización sea también la base, la matriz, para la defensa del voto en el caso de que se pretenda alterar o desconocer los resultados.
Sin embargo, debo hacer un señalamiento final y esencial: lo más importante para derrotar a este régimen de oprobio que tiene más de 20 años asolando al país es la unidad opositora, la vía electoral es solo eso, una vía; si la decisión es participar por la vía electoral, para movilizar al país, debe ser un acto de unidad política, que debe ser respetado por todos; pero siempre supeditados a la unidad, como factor de éxito, si la decisión fuese otra.
Politólogo


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viernes, 29 de noviembre de 2019

La Misión


EDUARDO FERNANDEZ

Ha llegado la hora de hacer prevalecer la unidad nacional con un programa de paz, de justicia, de reconciliación, de progreso, de bienestar y de felicidad.

¿Cuál será la misión de los cristianos frente a la dolorosa realidad de Venezuela hoy?

El evangelio lo dice muy claro: “..Jesús designó a setenta y dos discípulos y los mandó a los pueblos diciéndoles: -Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias. Cuando entren en una casa digan: Que la paz reine en esta casa. Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios-” (Lc10, 1-12; 17-20).

Debemos ser “mensajeros de paz”. Pero no puede haber paz en donde no hay justicia. En nuestro país  la primera tarea de los cristianos como “mensajeros de la paz” es luchar contra toda forma de injusticia. Por eso estamos comprometidos a luchar contra este gobierno que ha sembrado a Venezuela de injusticia y de sufrimiento. Por eso tenemos que luchar por darle un gobierno nuevo lo más pronto y lo menos traumáticamente posible.

“Mensajeros de la Paz” contra toda forma de violencia.

Luchadores por la justicia contra toda forma de explotación.

Abanderados del amor, de la fraternidad y de la solidaridad contra toda manifestación de odio y de venganza.

La misión de los cristianos en la Venezuela contemporánea es ser agentes de la paz, de la justicia, de la solidaridad, del amor. Pero también es nuestro deber ser agentes de la esperanza, dar palabras de consuelo, convocar a todos a no resignarnos, a no rendirnos, a luchar con constancia y con perseverancia. Nuestra misión es la de trabajar por una Venezuela mejor.

Tenemos el deber de imaginar una Venezuela nueva. No podemos resignarnos ni conformarnos con la Venezuela que tenemos. La lucha de los cristianos tiene que ser a favor del cambio. Tenemos el deber de apelar a la inteligencia y al patriotismo de los venezolanos todos, de los dirigentes y de los ciudadanos de a pie. No son los caminos de la violencia los que nos pueden conducir a la construcción de una nueva civilización fundada en el amor y en la solidaridad. Es el camino de una lucha recia, sólida, perseverante, inteligente y patriótica.

Hasta ahora el gobierno ha tenido éxito cultivando el odio, la división y la confrontación.

Ha llegado la hora de hacer prevalecer la unidad nacional con un programa de paz, de justicia, de reconciliación, de progreso, de bienestar y de felicidad.

Un mundo mejor es posible. Una Venezuela mejor también es posible.

Seguiremos conversando.

Eduardo Fernández
@EFernandezVE


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jueves, 28 de noviembre de 2019

Una democracia irritada


DANIEL INNERARITY
Las democracias se están viendo sacudidas por explosiones de indignación bajo la forma de protestas, irrupción del populismo y malestar general. No es que se trate de fenómenos estrictamente nuevos y además forma parte de la naturaleza de la democracia su imprevisibilidad y la legitimidad de la protesta, pero su concentración parece estar diciéndonos algo que no habíamos advertido suficientemente. Beirut, París, Barcelona, Quito, Santiago de Chile, Hong Kong…, pero también incrementos de la extrema derecha y del populismo en sus distintas versiones en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, España, Brasil e Italia.
Es difícil resistir a la seducción de ofrecer una explicación universal, pese a la diversidad de causas y manifestaciones de estos fenómenos. Entre la más socorrida y plausible se encuentra la explicación por la desigualdad. Pienso que se trata de una causa que está detrás de muchas revueltas pero que no vale como explicación única, aunque solo sea por el hecho de que mayores desigualdades en otros momentos no han producido inestabilidad política. No siempre la rebelión es de los perdedores y hay formas de regresión democrática que están protagonizada por los ganadores que cuestionan las instituciones de la solidaridad. Es verdad que hay malestar por el capitalismo liberal, pero también por la ineficacia de sus experimentos alternativos.
Voy a tratar de explicar la naturaleza de estas irritaciones (que a mi juicio no permite entenderlas con la lógica mediante la que hemos interpretado los movimientos revolucionarios, ni como la antesala de una subversión) y sus causas (que deben retrotraerse a la categoría de la desconfianza, un fenómeno más básico que la protesta por la desigualdad).
Las derechas desconfían de los gobiernos porque los creen ineficaces y las izquierdas porque son poco participativos
Comencemos por su naturaleza. No podemos interpretar estas irritaciones como golpes de Estado o revoluciones, que son las categorías enfáticas a las que se ha recurrido tradicionalmente para explicar el final de las democracias. Se trata, a mi juicio, de fenómenos que son más expresivos que estratégicos, que responden más a un malestar difuso que carga contra el sistema político en general pero no se concreta en programas de acción con la intención de producir un resultado concreto; hay en ellos más frustración que aspiración; son agitaciones poco transformadoras de la realidad social.
Considero que su causa más relevante reside en la desconfianza, en que se ha sobrepasado un cierto umbral de desconfianza por debajo del cual las democracias pueden funcionar aceptablemente. En las sociedades preindustriales los sujetos estaban amenazados por riesgos mortales, que eran asociados a la mala fortuna, no a los seres humanos. Se sobrellevaban con fe y no mediante la confianza. La sociedad moderna percibe que la mayor parte de los riesgos son debidos a la acción humana y exige intervenciones humanas concretas, especialmente por parte de los gobernantes. Lo que hoy se ha quebrado es la confianza de que los Gobiernos quieran o sean capaces de afrontar los riesgos de la existencia de manera eficaz e igualitaria. Las derechas y las izquierdas coinciden en la desconfianza y difieren en el modo como lo atribuyen. Para la derecha el problema es que los Gobiernos no pueden gobernar con eficacia y para la izquierda el problema es que los Gobiernos no quieren hacerlo con equidad. Un estudio reciente llevado a cabo en Francia muestra estas coincidencias y estas distinciones. Desde hace tiempo se comprueba que hay una desconfianza generalizada respecto a las mediaciones —periodistas, médicos, profesores—, pero de quien más recela este proceso general de desintermediación de nuestras sociedades es de la política y quienes la ejercen como nuestros representantes. Esta desconfianza se concreta luego según los asuntos y los grupos de población. Las generaciones mayores son las más inclinadas a adoptar posturas antiliberales. Las generaciones más jóvenes son las más afectadas por la desregulación del capitalismo. Los electores de la extrema derecha desconfían de los diferentes, de las minorías; los de la extrema izquierda son los más inclinados a desconfiar de las promesas de los representantes. Unos y otros desconfían del Estado aunque por diferentes motivos. Unos no confían en que la redistribución sea justa y a otros no les parece suficiente.
Si este enfoque es acertado, entonces no deberíamos incurrir en la simplificación de explicar lo que pasa contraponiendo las élites al pueblo, a quienes saben lo que habría que hacer y no quieren hacerlo frente a quienes, sabiendo igualmente lo que habría de hacerse, lo reclaman y no son atendidos por quienes tienen el poder de hacerlo.
Mientras no suturemos esa ruptura seguiremos teniendo motivos para no confiar en los Gobiernos
No nos lo pongamos tan fácil porque en ambos —en el pueblo y en sus representantes— hay más ignorancia de lo que solemos admitir. Ese manido antagonismo contribuye a desresponsabilizarnos a todos en la medida en que atribuimos nuestros males a la resistencia de los otros a obedecer —a la autoridad de los gobernantes o a la legitimidad que proporcionan los gobernados—. La desconfianza funciona en la doble dirección. La desconfianza de las élites hacia la ciudadanía se corresponde con la arrogancia de los electores que quieren que sus representantes no sean más que una correa de transmisión, sin ningún momento deliberativo, de sus aspiraciones. Solo obtendremos un diagnóstico equilibrado de los males de nuestra democracia si nos situamos en un horizonte de responsabilidades compartidas —sin que esto signifique, por supuesto, idénticas responsabilidades—. La gente no tiene necesariamente la razón del mismo modo que tampoco los expertos son infalibles. Si las políticas de redistribución son difíciles es debido en buena parte a la oposición del cuerpo electoral. Hay una falta de sinceridad en nuestra resistencia a admitir que existe alguna vinculación entre los malos gobernantes y los malos gobernados.
La reconstrucción de la confianza en una democracia requiere el concurso de todos y poner en juego factores diversos.
Las derechas desconfían de los Gobiernos porque los creen ineficaces y las izquierdas porque son poco participativos; unos confían demasiado en los expertos y otros confían demasiado en la gente. Mientras no suturemos esa ruptura entre los resultados y los procedimientos, de manera que haya tanta delegación como sea necesaria y tanta participación como sea posible, seguiremos teniendo motivos para no confiar en las buenas intenciones de los Gobiernos, pero será igualmente razonable no confiar demasiado en la sabiduría popular. Y mientras tanto la intervención de la gente en el proceso político será una irritación ocasional, que tensiona sin transformar y se resuelve finalmente en frustración colectiva.
Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Fue candidato de Geroa Bai a las elecciones europeas.


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EL 24 DE NOVIEMBRE DE 1948


Carlos Canache Mata

El 14 de diciembre de 1947 Rómulo Gallegos es electo Presidente de la República mediante el voto universal, directo y secreto de los venezolanos, que se había establecido por primera vez en Venezuela con el triunfo de la Revolución del 18 de octubre de 1945. El 15 de febrero del año siguiente se juramentó en sesión solemne del Congreso Nacional, en presencia de un importante número de escritores e intelectuales del continente.
   Poco después, ante incitaciones al Ejército para que derrocase al Gobierno democrático, el Ministro de la Defensa, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, respondió a esas incitaciones con un mensaje radial, que leyó el 24 de junio, Día del Ejército, en el cual ratificaba la lealtad del sector militar al Gobierno Constitucional, dijo entonces: “No son títeres los hombres de las Fuerzas Armadas. Son militares a carta cabal; hombres quie piensan, analizan, juzgan y concluyen repudiando toda tentativa de hacerles abandonar por intereses de hombres o de grupos el cumplimiento de sus oibligaciones. Bien sabemos los militares de todas las jerarquías cuáles obligaciones nos imponen la Constitución y las Leyes; bien sabemos que el interés nacional impone a todos el estricto cumplimiento de esa obligación. Interpretando el sentir de la Institución Armada, estoy en condiciones de declarar que ésta se encontrará en todo momento dispuesta a respaldar con toda lealtad  y eficiencia las disposiciones del Supremo mando ejercido por el ciudadano Presidente de la República, con la colaboración decidida de todos aquellos que han sido designados por el ciudadano Presidente para desempeñar cargos directivos en las Fuerzas Armadas”.
   Los días que precedieron al golpe del 24 de noviembre fueron reveladores de la insurrección militar en curso. El día 17 se alza el mayor Tomás Mendoza en la guarnición de La Guaira. El día 18, el presidente Gallegos pronunció un discurso en el cuartel Ambrosio Plaza, y allí dijo a los oficiales: “Una vez más nuestro país está sufriendo la vergüenza de ver cómo la ambición y la falta de disciplina y de honor militar están provocando inquietud en toda la Nación”. Lo acompañaba  su Ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, quien, una vez que regresaron al Palacio de Miraflores, felicitó al Presidentes Gallegos con estas palabras: “Muy bien, Presidente. Así como usted les habló es como hay que hablarle a esa gente”.
   Y es ese mismo Ministro de la Defensa, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, quien, 24 horas después, en el despacho presidencial de Gallegos, el día 19 a las 11 de la mañana, acompañado de los Comandantes Pérez Jiménez y Llovera Páez, sacó de su guerrera un papel y leyó las demandas  que hacía el Ejército, que, aunque muy conocidas, siempre es conveniente repetir y no olvidar: 1) expulsión del país de Rómulo Betancourt; 2) prohibición del regreso del Comandante Mario Vargas; 3) remoción del comandante Gámez Arellano, Jefe de la Guarnición de Maracay; 4) remociones y cambios entre los edecanes presidenciales; 5) desvinculación con el el partido Acción Democrática.
   Las respuestas que, de inmediato, el Presidente Gallegos dio a esas peticiones, constitutivas de un verdadero ultimátum, han quedado escritas en letras de oro en las mejores páginas de la historia nacional como testimonios de la civilidad y de la dignidad republicana.
    En su libro “Rómulo Gallegos, vida y obra”, Lowell Dunham, profesor norteamericano investigador de la Universidad de Oklahoma, cuenta que en una ocasión, Gallegos, al verse traicionado, pronunció estas palabras: “le dije unas cosas que hicieron llorar a Delgado” y que, poniendo una mano en la espalda de éste, añadió: “me agrada verte llorar porque eso quizás signifique que todavía haya en ti algo noble”.También dice Lowell Dunham en su libro que, en la casa del presidente Gallegos, “el Comandante de la Guarnición de Maracay  (Gámez Arellano) se enfrentó al Ministro de la Defensa (Delgado Chalbaud) y le dijo al Presidente que no debía tener confianza en el Comandante Delgado”. Esto último también me lo contó personalmente el propio Gámez Arellano en 1957, en Madrid, donde compartíamos exilio.
    En declaraciones al periodista Agustín Blanco Muñoz, Pérez Jiménez señala que al principio Delgado tenía dudas de sumarse al golpe, por lo que llegaron a decirle: “o usted asume la dirección o nos veremos obligados a apartarlo…finalmente se convenció y dijo: los acompaño, vamos a proceder”. Vale recordar que, después de la muerte del general Román Delgado Chalbaud   en la expedición del Falke contra Juan Vicente Gómez en 1929, su hijo Carlos Delgado Chalbaud vivió durante un año en la casa de Rómulo Gallegos, tratándolo como un padre, que estaba residenciado en Barcelona, España; años después del golpe que lo derrocó de la Presidencia Constitucional el 24 de noviembre de 1948, el gran novelista vivía desterrado en la ciudad de México, y, cuando en 1956 presentó una crisis hipertensiva, su cardiólogo le ordenó reposo en cama por 15 días, en los que tuve el honor de tomarle la tensión (antes de graduarme de abogado, yo había estudiado medicina), y uno de esos días me dijo que Delgado (dos veces se le salió llamarlo Carlitos y tuvo que autocorregirse, tal era el afecto que le tenía) había tratado de impedir el golpe, pero que cuando vió que era inevitable “se plegó a Pérez Jiménez y se perdió para la historia” y añadió: “fue un traidor pasivo, no un traidor activo”.
   En la mañana del 24 de noviembre se consuma el golpe, dándose cumplimiento a la orden  emanada del Ministerio de la Defensa. El Palacio de Miraflores fue cercado militar y policialmente, siendo apresados los ministros que allí se encontraban, patrullas militares recorrían las calles de Caracas y otras custodiaban las radioemisoras y las oficinas de teléfonos y telégrafos. El presidente Gallegos es hecho prisionero en su quinta “Marisela” en Los Palos Grandes y en la tarde de ese mismo día 24 es lle- vado  a la Academia Militar, donde permaneció prisionero hasta el día  5 de diciembre del año siguiente, 1949, cuando es expulsado al exilio, rumbo a La Habana.  
    En el orden constitucional, el sucesor de Gallegos era el Presidente del Senado, Valmore Rodríguez, quien, acompañado de varios dirigentes políticos, se había trasladado a Maracay, cuya importante guarnición y su Jefe el teniente coronel Jesús Manuel Gámez Arellano, permanecían leales al Gobierno Constitucional. En Maracay, Valmore Rodríguez lee una declaración  manifestando que “una grave circunstancia histórica me coloca en el caso de asumir la Presidencia de la República, mientras su titular se halla impedido por hechos que la historia sancionará implacablemente”, y nombra su gabinete ministerial. Lamentablemente, la guarnición de Maracay se pliega después a los facciosos, y Valmore Rodríguez y sus ministros son apresados y trasladados a la Cárcel Modelo de Caracas.  
    En la noche del 24 de noviembre de 1948, se instaló el nuevo gobierno de la Junta Militar de los tres tenientes coroneles, y comienza el régimen, primero una especie de “dictablanda” que después se transformó en brutal dictadura, que desaparece con la vuelta de la democracia el 23 de enero de 1958.
  



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