jueves, 27 de septiembre de 2012


Que llore! ¡que llore! ¡que llore!



Enrique Viloria


Cómo cambian  los tiempos caballero¡ Antes me subía a la tarima y no más llegar un grupo de carajitas bien buenas con su franela y boina colorá me pedían que les recitara un poema de esos de amores del la sabana, en los que el llanero a lomo de caballo y machete en mano defendía el honor de su amada, y me iba de verso, de milonga campera como el Duelo del Mayoral: “¿Qué cómo fue señora….? / Como son las cosas cuando son del alma. / Ella era muy linda y él era muy hombre, / y yo la quería y ella me adoraba. / ¡Pero él!, hecho sombras se interponía / y todas las noches junto a su ventana, / fragantes manojos de rosas había / y rojos claveles y dalias de nácar…” Y las carajitas me tiraban besos y más besos, y hasta una que otra prenda intima llegó a caer a mis pies.
 En las reuniones de estrategia para salvar el mundo, los camaradas me solicitaban fervorosos que les echara un cuento de mi larga y atribulada vida, y yo me iba de recuerdo, y les comentaba la vez que estábamos de guardia a orillas del Apure y cazamos un caimán enorme, batallamos con él por tres horas, después los amigos de siempre nos sacamos una foto montados arriba del bicho – ¿Te acuerdas Reyes Cárdenas? – La foto fue publicada en a todo color en la prensa regional, todavía ando buscando la foto, a ver si la encuentro entre tanto papelero, para enviársela a Ignacio para que la publique en Le Monde Diplomatique.
¡Y qué decir de las vejuconas y de las cuarentonas, que son mi especialidad ¡ A esas sí les iba duro y curvero como es mi estilo en el galanteo, y afinaba mi voz de galán de serenata, para cantarles a capella y con mis ojitos cerrados: “Lastima que seas ajena y no pueda darte lo mejor que tengo / lastima que llego tarde y no tengo llave para abrir tu cuerpo.” Y esas mujeres se derretían todas y se ponían histéricas y besuconas, y me pedían otra y yo las complacía.
Ahora me subo como puedo a la carroza o a la tarima, y al verme la gente se vuelve como loca y no me pide que cante, ni que zapatee – como me gustaría volver a joropear por esos llanos de Dios -, ni que declame. Ahora a coro me piden que llore… y lloro y lloro, todo por complacer a mi pueblo siempre sabio
Así entre sollozo y moco me voy entrenando para mi gran llanto, EL LLANTO PERFECTO, el 7 de octubre.

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