viernes, 8 de marzo de 2013

LA DESPEDIDA


       RAMÓN GUILLERMO AVELEDO

Vivimos un paréntesis justificado, legítimo. 

Hay un dolor, que se aprecia sincero y profundo en una parte muy grande de nuestro pueblo, y un respeto proporcional por ese sentimiento en los demás venezolanos. Hasta el mismo mediodía del martes, cuando el Vicepresidente Ejecutivo emitió su penúltima declaración, y anunció para la tarde el que sería el último comunicado, la pugnacidad seguía predominando e incluso, amenazaba con intensificarse. La noticia de la tarde trajo otro clima. La condición humana venezolana asumió su protagonismo. 

La muerte del Presidente de la República ha producido una tregua de facto en el intenso debate político y social que lo acompañó siempre y que él mismo promovió. 

En natural contraste con manifestaciones anteriores, el anuncio oficial del deceso presidencial se expresó en términos propios de la significación que el fallecido tenía para los suyos, incluidos muy humanos desahogos que trascienden a la formalidad. 

La declaración por parte de la Mesa de la Unidad, expresada en la voz de Henrique Capriles Radonski, que abrió invocando el respeto y la responsabilidad, presentó condolencias a la familia, a los compañeros, a muchos venezolanos de todas las regiones, por cuyo dolor se manifestó comprensión. También al equipo del gobierno. Expresamente, se distinguió entre las diferencias conocidas con el gobierno y las consideraciones humanas que se imponen en estas circunstancias. 

Que nadie sienta miedo ni angustia. Que es la hora de la paz y de la unión. Que no habrá ningún problema si actuamos guiados por la verdad y la Constitución. 

Junto a ello, compromiso de mano extendida por parte de la Unidad, y llamados al gobierno y la FAN a actuar en apego a sus deberes constitucionales. 

El Vicepresidente Ejecutivo acusó recibo del mensaje como un gesto de buena voluntad. 

Nadie ha abjurado de sus posiciones, pero predomina una comprensión del momento. 

Después hemos presenciado a la multitud que concurre a acompañar a los restos de su líder, a las delegaciones del exterior que se hacen presentes, a la impresionante cobertura mediática internacional. 

Mientras tanto el país, en su plural y multifacética realidad, se prepara para una realidad  nueva que no sabemos cómo será, y que todos tenemos el deseo, y el deber, de intentar que sea cada vez mejor para todos, sin excepciones, sin divisiones, sin exclusiones. 

 
LA NOTA DISCORDANTE
El clima nacional de recogimiento y respeto fue roto por declaraciones inaceptables del Ministro de la Defensa. Las primeras atribuyen a la Fuerza Armada Nacional fines político-partidistas y electorales absolutamente ajenos a su misión, las segundas ratifican esa línea en tono que agrava su impertinencia: “Vamos a darle en la madre a esos fascistas”, probablemente como reacción descompuesta a una declaración de la Mesa de la Unidad que lamentaba que el funcionario agrediera la paz de los venezolanos en ese momento y le recordara el artículo 328 de la Constitución, el cual define a la FAN como “una institución esencialmente profesional, sin militancia política” que en el cumplimiento de sus funciones “está al servicio de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna…” 

Aparte del error de fondo cometido por el ministro, su actitud tiene implicaciones coyunturales que son muy serias, cuando estamos en vecindad de un proceso electoral en el cual la FAN ostenta un papel muy importante. 

 
EL PANTEÓN
En medio del dolor y las intensas emociones, se advierte que se considera en el seno de la dirigencia oficialista la opción del Panteón Nacional, lo cual incluye modificación de la Constitución. 

Sin pronunciarme acerca de los méritos de tal idea, como venezolano me incumbe recordarnos la disposición constitucional, su historia y sus motivaciones. 

El artículo 187, numeral 15, nos dice que corresponde a la Asamblea Nacional “Acordar los honores de Panteón Nacional a venezolanos y venezolanas ilustres que hayan prestado servicios eminentes a la República, después de transcurridos veinticinco años de su fallecimiento. Esta decisión podrá tomarse, por recomendación del Presidente o Presidenta de la República, de las dos terceras partes de los Gobernadores o Gobernadoras de estado o de los rectores o rectoras de las universidades en pleno.” 

El Panteón existe como tal desde 1876. Inicialmente se regía por un decreto ejecutivo dictado el 11 de febrero de aquel año, y desde 1901 (hace ciento doce años) su normativa es constitucional. En la primera Carta dictada el Siglo XX, se atribuyó al Senado acordar esos honores y se pudo como requisito que una espera de ocho años. A partir de la Constitución de 1904 se consideró prudente extender el requisito temporal a veinticinco años, y así se ha mantenido en todas las constituciones, hasta que en la actual, además de ser un ciudadano ilustre con servicios eminentes y luego de una espera de un cuarto de siglo, se agregaron exigencias acerca de quienes podían pedir al cuerpo legislativo que se asigne tan señalada distinción. 

La motivación es obvia. Al altar de la Patria no se llega por el juicio de los contemporáneos. Hay que dejar pasar el tiempo para que sean otros, y no quienes convivieron con el o la compatriota de quien se trata, los que evalúen sus merecimientos, así se disminuye la posibilidad de injusticias favorables o desfavorables, y nos acercamos más a una decisión con sentido histórico, que es lo deseable. 

La alternativa presentada, del embalsamamiento del cuerpo y su exposición visible perenne en una urna de cristal, al estilo de los mausoleos de Lenin en Moscú y Mao Zedong en Beiging, parece descartar aquella cuyas condiciones se analizan. 

Para todo eso habrá tiempo. Las naciones y sus pueblos, siempre siguen adelante.


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