domingo, 24 de agosto de 2014

LA METAMORFOSIS


Américo Martin

Creo que ha llegado el momento de colocarle el INRI al prometido avance revolucionario latinoamericano que pareció arrancar con la cadena de victorias electorales de signo izquierdista, la más estridente de las cuales fue la de Hugo Chávez en 1998. Se dijo ­y en cierta forma ocurrió así- que el Hemisferio estaba cambiando aceleradamente. Se anunciaba una era neo-socialista después del colapso del socialismo soviético, "el realmente existente". ¡El socialismo ha muerto, viva el socialismo! fue el grito de campaña.
Los personajes del momento, aparte de Fidel y del deificado comandante eterno, fueron Lula, Correa, Ortega, Kirchner, Humala, el obispo Lugo, Zelaya, Evo, Mujica y Bachelet, varios de ellos de vieja procedencia socialista. Se esperaba la declaración de beligerancia de las FARC. El presidente Chávez reservó un sillón a la espera de Manuel Marulanda.
¿Por qué tan fabulosas ensoñaciones no cristalizaron? Por la razón de las razones: el modelo socialista siglo XXI no sirve, no funciona, no convence. La flamante Tierra Prometida se evaporó. Algunos de sus teóricos más importantes perdieron la fe en el nuevo libertador y redescubrieron que la viabilidad del proyecto era dudosa.
Fidel, símbolo de toda aquella operación, destiló un profundo desconsuelo cuando confesó que el modelo de Cuba no le va ni a los cubanos. Pero como buena parte de la argamasa se alimentaba de las liberalidades del imaginativo comandante Chávez, el "hórrido" (el adjetivo es caro a Menéndez Pelayo) fracaso de la gestión bolivariana empujó a territorios menos exaltados a sus -al principio- entusiastas seguidores.
Lo que hizo Lula ­llegó a reconocerlo el viejo líder metalúrgico- fue continuar la estupenda labor de Fernando Henrique Cardoso, quien podría ser ubicado en los predios de la socialdemocracia. Paso atrás similar al de Humala en Perú. Con decisión y sin miedo admitió Ollanta que seguiría la política aperturista de los gobiernos anteriores, incluido el del APRA, de signo socialdemócrata.
Correa no pasó de cierta retórica antimperialista que no llegó lejos. Prefirió sostener la dolarización de su economía, estrechar lazos con el sector privado y tomar discreta distancia de las ostentosas consignas internacionales que oficiaron como cédula de identidad de Chávez y Fidel.
Ortega fue, como es usual, el más, ¿cómo decirlo?, descarado. Ni loco se retiró del tratado de libre comercio centroamericano con EEUU mientras pasaba por fiel amigo de Chávez, de lo que obtuvo excelentes dividendos. Incluso Raúl avanza desde las profundidades cavernarias de la revolución hacia la apertura a la iniciativa privada con una reforma que aún no ha podido aplicar en forma sustantiva.
La socialdemocracia latinoamericana no tuvo identidades precisas, pero en Chile conoció un éxito singular bajo el liderazgo y candidatura de Allende. En Argentina tuvo su momento con Juan B Justo y el gran viejo Alfredo Palacios, pero desapareció bajo el huracán peronista. Y en Venezuela y Perú, AD y el APRA fueron las organizaciones que llevaron más lejos esta corriente universal.
AD no lo asumió explícitamente hasta la victoria de Carlos Andrés Pérez, quien con energía se declaró socialdemócrata y ocupó la vicepresidencia de la Internacional dirigida por Willy Brandt. Canache Mata ha subrayado, no sin razón, que desde su nacimiento AD fue de esa tendencia, aunque en forma implícita.
Pero todo esto viene a cuento por una inesperada opinión de Fernando Mires y por las próximas elecciones de Brasil, país de sorpresas; electorales, cuando menos.
Mires, intelectual chileno calificado y de juicios osados, se permitió decir: -El comunista nunca ha sido un partido de la revolución. Por el contrario, su mérito histórico fue haber sido el partido de las reformas sociales. Se trata de gente criada en democracia y con hábitos democráticos. Solo su ideología no es democrática.
Si no hubiera sido por la intermediación de la URSS y Cuba los comunistas chilenos habrían sido el partido socialdemócrata que tanta falta hace en Chile: El partido de los trabajadores de "la clase media" como decía su fundador, Luis Emilio Recabarren.
Suscribo semejante opinión y me permito recordar que cuando Allende se dio cuenta del error profundo que había cometido y quiso dar marcha atrás contra la resistencia de su izquierda colérica (Altamirano, Miguel Enríquez) sólo contó con el PCCh. El ministro Orlando Millas lo acompañó a disolver la fantasía autogestionaria y otras extravagancias, además de intentar obvios contactos con la Democracia Cristiana. Pero ya era tarde.
De la metamorfosis o molienda latinoamericana parece sobresalir la socialdemocracia, alentada ahora por el fracaso de la quimera socialista-siglo-21. El problema es que no se atreve a proclamarlo. Y esa anomia puede perderla cuando menos lo espere.
En Venezuela, el PSUV va a una crisis terminal, mientras que partidos como AD, UNT, ABP (Ledezma) refrescan su condición socialdemócrata, Copei renueva la Democracia Cristiana y fuerzas emergentes como las dirigidas por López, Borges y María Corina podrían proporcionarle mucho ímpetu a las corrientes mencionadas, sin perder su propio perfil.
El destino del partido de Lula está en cuestión. En 1951 se había ilusionado con el dictador cesarista Getulio Vargas y ahora sufre un declive que se precipitaría si Dilma Vania Rousseff perdiera las elecciones. Semejante eventualidad no es, por supuesto, segura. No obstante, triunfando o no, Dilma deberá reflexionar sobre el gran viraje que espera a su partido.
Quienes pronosticaban un salto de la América Hispano-lusa hacia una especie de chavo-fidelismo aggiornado, tendrán que confiar más en la inconforme realidad. La maltratada Venezuela ­diría Dieterich, diría Mires, diría Krauze- sería nuevamente la tierra de las tormentas iniciáticas, sobre cauces constitucionales y pacíficos. Espero lo hayan entrevisto los sucesores del difunto eterno.

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