CARLOS ROMERO
La victoria de Jair Bolsonaro en Brasil significa un punto de inflexión
en la vida política latinoamericana. Luego del entusiasmo observado a
principios del siglo XXI por los gobiernos de izquierda, se presenta
ahora una gama de formaciones conservadoras que vuelven a tomar las
banderas tradicionales del panamericanismo, del capital y en algunos
casos, del personalismo.
No hay razones para
sorprenderse de este nuevo giro. Los gobiernos reformistas y de
izquierda radical, cada quien en sus propias circunstancias fallaron en
demostrar que se podía gobernar en nombre del pueblo, creando a la vez
una cadena tortuosa de delitos de todo tipo, bajo la manga benefactora
de las transferencias directas.
Si bien quedan
algunos de ese grupo en el poder, la mayoría de los países han optado
por una tendencia moderada y por algunas experiencias más extremas, con
el fin de superar mandamientos que hoy están cuestionados. Nos referimos
a la creencia que la reprimarización de la economía y de una oferta
exportable basada en los recursos naturales iba a traer el bienestar. La
caída de los precios de las materias primas volcó esa tendencia y ha
obligado a repensar la cuestión del desarrollo y a recrear el
industrialismo como la bandera del crecimiento.
De
igual forma, la concepción hemisférica del continente suma nuevos
adeptos en una clara disposición de afianzar la alianza estratégica con
Washington y el resto del mundo occidental y reducir las vinculaciones
con países extraños y sin el credo panamericano.
Esto
va acompañado de un reajuste en las relaciones cívico-militares, en
donde se conserva la autonomía castrense y en la concepción más
restringida de los derechos sociales, enfatizando la visión corporativa
de la sociedad y no el concepto de la democracia directa.
Todos
estos temas se están colocando de nuevo en la agenda política de
América Latina, generando así un intenso debate entre múltiples visiones
sobre lo que es ahora la región y cómo debe ser.
romecan53@hotmnail.com
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