viernes, 17 de abril de 2020

A PESAR DE NUEVO


Eduardo Posada Carbó

EL TIEMPO

Esta crisis marca un “punto de inflexión en la historia”, observa el filósofo británico John Gray en un ensayo reciente (New Statesman, 3/4/2020). No estamos viviendo una ruptura temporal. Lo que nos espera es bien diferente de lo que habíamos conocido, hasta hace pocas semanas.
A ratos, el texto de Gray parece un ejercicio primitivo de futurología: la era de la globalización llegó a sus fines. En cambio, los sistemas económicos estarán menos interconectados, serán más autosuficientes. Si no se desintegra, la Unión Europea será una especie de fantasma con muchos de sus países dominados por la extrema derecha. Las sociedades estarán forjadas por comunicaciones más virtuales que físicas. Debemos prepararnos para vivir bajo gobiernos posliberales.
Leído con detenimiento, sin embargo, el ensayo de Gray invita a mayores reflexiones, más allá de simples mensajes en frases sueltas.

Considérense sus predicciones sobre la “desglobalización”, nada novedosas. Es muy posible que, en algunos sectores como el de medicamentos, los países querrán asegurarse de no depender de uno o muy pocos abastecedores –algo que desde hace mucho prevalece en buena parte del mundo–. Pero es iluso pensar, como lo reconoce Gray, en economías autárquicas.

Es también iluso creer que desaparecerá el principio básico del intercambio comercial: que unos países son más eficientes que otros en la producción de ciertos bienes. En materia de alimentos, por ejemplo, algunos no tienen condiciones climáticas apropiadas para cultivarlos. ¿Reemplazará el té de Cornall el importado de Kenia en la mesa de los ingleses? ¿Dejarán de tomar té? ¿Bananas?

Si algo enseña esta pandemia es la universalidad de la condición humana y la urgente necesidad de respuestas globales para contenerla con éxito.
Cierto, se puede vivir sin guineo –alimento simbólico de mejoras en las condiciones de las clases trabajadoras en Estados Unidos y en Europa a fines del siglo XIX–. Gray se pregunta si es posible reemplazar la preocupación por el progreso material como meta social. Su respuesta no es sencilla. Sin ella seguiríamos como en el Medioevo. Gray acepta que, gracias a la globalización, millones de personas han salido de la pobreza.
No obstante, el progreso, según él, está lleno de “ironías”, incluidas las raíces de su propia destrucción (evidente además, por si hiciere falta, desde la invención de la bomba atómica). ¿Pero estamos ad portas del fin de una era? La pandemia que nos azota sería, al tiempo, producto de la globalización y el anticipo del futuro desglobalizado que nos espera.

Gray cuestiona a Gordon Brown, expremier británico, por sugerir que un problema global como el del coronavirus exige soluciones globales. Desprecia las posibilidades de la cooperación internacional para resolver la crisis como “pensamiento mágico en su forma más pura”. Y reivindica los Estados nacionales: solo estos podrían movilizar el esfuerzo colectivo que exigen las circunstancias.

Pero si algo enseña esta pandemia es la universalidad de la condición humana y la urgente necesidad de respuestas globales para contenerla con éxito. Redes científicas traspasan barreras nacionales en la esperanza de dar con una pronta vacuna. Salir de la recesión requeriría también una labor concertada mundial. Hacia el futuro, cualquier política preventiva aislada está condenada al fracaso, a menos que vayamos todos a vivir bajo un régimen como el de Corea del Norte.

Y este, claro, es el gran interrogante: ¿nos condenará la pandemia a renunciar al sueño de ser libres, sometidos entonces a los mayores controles de la biovigilancia hasta la eternidad? En vez de una respuesta, Gray invita a reconocer las debilidades de las sociedades liberales para “preservar sus valores más esenciales”. Hay que pensar de nuevo.

Eduardo Posada Carbó

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