domingo, 26 de abril de 2020

Yuval Noah Harari: del coronavirus al transhumanismo


PRODAVINCI


Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.
Woody Allen
En este tiempo de pandemia y sobreinformación, se agradece a cualquier pensador brindar un poco de luz, a fin de entender el sentido de los sucesos. A fin de poder distinguir lo importante de lo trivial. Es el caso de Yuval Noah Harari (1976), historiador y escritor de éxito. Harari, es un joven profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Su estilo culto, agudo y estimulante, proyecta la imagen de alguien que piensa hasta las últimas consecuencias, con una amplia perspectiva, sobre el devenir histórico. Tiene los dones de un buen docente. A través de una aguda combinación de erudición y curiosidad, nos conduce a considerar las amenazas y oportunidades que presenta el porvenir. “El recurso económico más importante es la confianza en el futuro, y este recurso está constantemente amenazado por ladrones y charlatanes”.
Es considerado un pensador muy crítico con los prejuicios. Su estilo es desenfadado, lo cual le permite tomar perspectivas audaces que ponen en entredicho los estereotipos compartidos. A pesar de su amplitud, observamos que hay algunos supuestos implícitos que obnubilan su visión.
Determinar esos prejuicios es importante, pues cuando Harari habla, capta la atención de un amplio público y de grandes líderes mundiales. Cuenta entre sus admiradores a Barack Obama, Bill Gates y Mark Zuckerberg, además es celebrado por el FMI y el Foro Económico Mundial. Por eso, es importante revisar los supuestos de sus discursos.
El animal deicida
Harari alcanzó notoriedad internacional con el bestseller Sapiens. De animales a dioses (edición en inglés y español, 2014). Se vendieron millones de ejemplares y se tradujo a treinta idiomas. En este libro, Harari nos plantea que, hace setenta mil años, nuestro antepasado prehistórico era solo un animal insignificante en un rincón de África, el cual, con mucha precariedad, se buscaba la vida. A pesar de tan humildes orígenes, en los siguientes milenios se transformó en el amo del planeta y, luego, en terror del ecosistema. Hoy está a punto de convertirse en un dios, preparado para adquirir no solo la eterna juventud, sino también las habilidades divinas de la creación y la destrucción. ¿Cómo es posible ese portento?
Harari explica que la especie Homo sapiens domina el mundo por ser el único animal capaz de cooperar en grandes grupos, y, además, flexiblemente. A diferencia de las hormigas, por ejemplo, las cuales trabajan en grandes colectivos, pero de formas rígidas. Por el contrario, los lobos son más dúctiles, pero se organizan en pequeñas manadas.
La clave de esta excepcional combinación humana, de colectividad y flexibilidad, se debe a su capacidad única de creer en entes que existen solamente en su imaginación, como los dioses, las naciones, el dinero o los derechos humanos. Harari afirma que todos los sistemas de cooperación humana a gran escala se basan, en última instancia, en ficción.
La conclusión a la que parece llegar Harari es que todo lo que da sentido a la vida asociada es una gran mentira. No existe Dios ni nación ni leyes, ni siquiera el dinero. De ser esto cierto, ¿qué existe? Da la impresión de que compartiera el clima posmoderno de la negación de todos los valores.
Muestra el historiador dos diferencias con respecto a los posmodernos. En primer lugar, no cae en la trampa nihilista, es decir, no toma partido por las soluciones totalitarias ni autoritarias. Más bien se declara liberal en el doble sentido, político y económico. Hay una interesante declaración de sus principios políticos en otro de sus libros, 21 lecciones para el siglo XXI.
En segundo lugar, también se distingue de los posmodernos europeos por no dudar de los resultados de la ciencia. Se podría calificar a Harari de cientificista. Como veremos, además, acaricia ciertas fantasías tecnocráticas transhumanistas.
El animal divino
¿Qué es el “transhumanismo”? Es la creencia que señala que el ser humano está a punto de dar un nuevo paso en la evolución, asistido por las ingenierías –especialmente la genética y la cibernética–, que cambiarán no solo su mundo sino su propia naturaleza. Esto solucionará todos los problemas humanos y hasta permitirá alcanzar la inmortalidad.
Harari expuso su ideario transhumanista en otro éxito de ventas: Homo deus (edición en inglés y español, 2016). El argumento de este libro es el siguiente: La humanidad ha podido superar las etapas históricas marcadas por las hambrunas, la guerra y la enfermedad. Ahora está en capacidad de ascender en la escala evolutiva sin esperar la natural y demorada mutación de los genes. Dicha mutación se puede acelerar por autogestión humana, con el concurso de la biotecnología, la inteligencia artificial y la nanotecnología. Dentro de poco tiempo, nos quedará pequeña la clasificación de Homo sapiens, seremos una nueva especie que sobrepasará a las deidades mitológicas: el Homo deus, el hombre-dios.
Todo esto tiene mucho de hybris. Ya el hombre no solo ha matado a Dios, sino que ahora quiere sus superpoderes. Además del dominio sobre la naturaleza, Harari nos vende un atajo para participar de la eternidad. La salvación del alma encontrará su sucedáneo en guardar nuestra mente en un disco duro, y, luego, la ingeniería genética proporcionará un cuerpo sintético para que encarne. El postulado suena a ciencia ficción. El porvenir se alinea con películas como Avatar o Robocop, aunque no parece considerar las denuncias morales que las acompañan.  Así que Harari sí tiene una fe, la fe tecnocrática. En sus reflexiones futurológicas no hay nada sobre el sentimiento trágico del progreso o la evolución de la conciencia de la humanidad.
Los riesgos de la vigilancia “hipodérmica”
Como decíamos al comienzo, hemos oído la voz de Harari respecto de la pandemia del Covid-19. En una conocida entrevista, declaró (Financial times, 19/3/2020) : “La humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Quizá la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los ciudadanos y los gobiernos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años”.
Aunque muchos han pontificado sobre el porvenir, lo loable de Harari es que coloca el futuro como el resultado de las decisiones humanas. A este respecto, destaca el dilema que debemos enfrentar como humanidad: vigilancia totalitaria o empoderamiento ciudadano.
Esta pandemia es la ocasión ideal para los autoritarismos. Concede la excusa perfecta del estado de emergencia. Se alegará que la única solución posible es que el Estado vigile la población y castigue a quienes incumplan las reglas. Además hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible vigilar a todo el mundo todo el tiempo. Los gobiernos cuentan con la capacidad tecnológica de una vigilancia “hipodérmica”, es decir, del monitoreo sobre nuestras funciones vitales.
Harari nos aclara que la misma forma de presentar el dilema tiene algo de tramposo, si se plantea como el dilema entre derecho a la privacidad y preservación de la vida. Dicho así, se trata de un razonamiento falaz. “En el hecho de pedir a la gente que elija entre intimidad y salud reside, en realidad, la raíz misma del problema. Porque se trata de una falsa elección. Podemos y debemos disfrutar tanto de la intimidad como de la salud. Es posible proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus sin tener que instituir regímenes de vigilancia totalitarios, sino más bien empoderando a los ciudadanos”.
De esta declaración, se puede evidenciar que Harari no toma partido por gobiernos paternalistas y autoritarios que hagan cumplir las pautas sanitarias a través de vigilancia y los castigos. Apuesta por el poder de una ciudadanía políticamente educada que exige la comunicación de hechos científicos y de planes razonables. “Los ciudadanos pueden hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran Hermano. Una población automotivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante”.
Corazón de cíborg    
Lo más valioso de Harari es que, a pesar de sus supuestos materialistas y mecanicistas, así como de su visión transhumanista, apuesta por el poder de los ciudadanos por encima de los estados totalitarios. En otras palabras: toma partido por soluciones humanistas en los temas que realmente importan.
Es oportuno aclarar que su postura no es la de un humanista inconsecuente, como sucede con Noam Chomsky, quien tiene bases teóricas sobre cómo el lenguaje hace posible la defensa de la dignidad humana, pero luego se olvida de eso para defender los regímenes totalitarios. El caso de Harari es el inverso.
Si bien Harari comparte con los posmodernos el escepticismo en cuanto a los valores, su coincidencia no es por vocación filotiránica, sino, más bien, una vocación modernista; es decir, cientificista. Aunque no fundamenta los valores democráticos y humanistas como punto de partida, más bien son destruidos en su concepción del animal creador de ficciones, su punto de llegada apunta a los principios éticos, aunque haya que conseguirlos debajo de una gruesa capa de tecnocracia, tal como sucede con la humanidad del protagonista de Robocop.


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