jueves, 23 de abril de 2020

 ENTREVISTA CON VICENTE EMPARAN (I, II)


ELIAS PINO ITURRIETA

LA GRAN ALDEA


-Señor Gobernador y Capitán General, es usted muy famoso en Venezuela. Supongo que lo sabía.
-Ciertamente, gozo de gran popularidad entre los venezolanos, no en balde con mi salida de Caracas, después de una jugada inesperada, comenzó el proceso de eso que llaman Independencia, de eso que se convirtió después en una matanza infernal.
-Pero no hablemos de una matanza que nadie todavía imaginaba, ni siquiera usted, sino de cómo lo sorprendieron los mantuanos cuando se dirigía usted a la Catedral el Jueves Santo de 1810.
-Debo decirle que fue una sorpresa relativa, porque los señorones de Caracas tenían días en reuniones secretas de las que tenía conocimiento y, además, ya se me habían acercado para hablar en la intimidad de los sucesos políticos. Todos los círculos más enterados de la ciudad no tenían mejor tema en sus conversaciones que el dominio de Napoleón en España, y allí debe usted incluirme a mí. Yo tenía cabal conocimiento de lo que estaba sucediendo.
-Entonces no entiendo cómo se dejó sorprender. Cayó usted como una palomita.
-Estaba perfectamente seguro de la naturaleza conservadora de los caballeros llamados mantuanos, y pensé por eso que no se atreverían a dar un paso serio contra un funcionario de la monarquía. Lo único que les interesaba a los mantuanos era la conservación de sus inmensas prerrogativas, que nada se moviera ni un centímetro en la parcela de su gran poderío. Conociendo esos antecedentes, pensé que solo harían movimientos tímidos frente a las noticias que llegaban de España, sin dejar de consultarme.
-Tal vez era usted nuevo en la plaza, sin mayor conocimiento de cómo se movían en realidad los aristócratas que terminaron por meterlo a la brava en el primer barco que salía del puerto.
-No. Recuerde usted que fui antes Gobernador de Cumaná, y que allá conocí perfectamente el comportamiento de los aristócratas venezolanos, celosos del mantenimiento del orden y temerosos de cualquier mudanza que cambiara el establecimiento, así fuera leve. Ese conservadurismo me costó una grave trifulca, cuya memoria tenía muy fresca cuando Su Majestad me trasladó a Caracas.
-Usted trajo de Cumaná fama de progresista, de hombre moderno y hasta afrancesado. Le pido que me cuente el miércoles lo que pasó allá, porque quizá preparó el camino a los mantuanos de Caracas para echarlo del poder.

-Quedó pendiente su comentario sobre las vicisitudes que padeció en Cumaná antes de gobernar en Caracas, que usted mencionó el lunes. Vamos a por ellas.
-Son vicisitudes muy importantes, que la mayoría desconoce en la actualidad. En 1809, los criollos de Barcelona se amotinaron porque nombré en su Cabildo a un mallorquín de antecedentes limpios, pero no protestaron porque fuera mal vasallo, o por alguna causa contemplada en los códigos, sino porque se había casado con una parda. El mallorquín no podía entrar en el Ayuntamiento porque “casó con desigualdad”, porque su mujer de piel morena no debía relacionarse con las esposas ni con las hijas de ellos en las ceremonias oficiales. Así argumentaron, ante mi estupefacción. Como no acepté sus planteamientos porque me parecieron despreciables e ilegales, hicieron protestas en las calles de Barcelona y tuve que mandar tropa armada para sujetarlos. Todo ese cuento corría en la ciudad, especialmente en la Real Audiencia, porque hasta su tribunal llevaron el pleito los aristócratas orientales, cuando Su Majestad me nombró como nuevo Gobernador y Capitán General con sede en Caracas.
-¿Eso lo condujo a equivocarse después, cuando los mantuanos de Caracas buscaron el poder político el 19 de abril?
-Pensé que unas gentes que se ocupaban de nimiedades odiosas para proteger su dominio comarcal, no osarían levantarse contra el representante del soberano. Si acudían a los tribunales del rey para que garantizara sus inmunidades, así fueran minúsculas y deleznables, no tenía yo motivos para pensar seriamente en planes subversivos. Allí me manejé por un cálculo equivocado, porque en realidad lo que hicieron los mantuanos el Jueves Santo de 1810 no fue el inicio de una revolución, sino protegerse de una temida revolución. Eso no lo capté cuando pasó.
-Ha hecho usted una afirmación que debe sustentar. Es algo realmente novedoso.
Napoleón es la Revolución Francesa hecha realidad en Madrid, pero los Borbones son la renovación de la monarquía después de la abulia de los Austrias, esos reyes tan lejanos y tan despegados de la vida de ultramar. En cambio, los Borbones, mis señores, son la Cédula de Gracias al Sacar, que concedía privilegios a los morenos y a los zambos, son la voluntad que crea milicias de pardos ante la estupefacción de los aristócratas que no quieren ver uniformada a esa gentuza; pero también significan controles idóneos a través de la Intendencia del Ejército y de la Compañía Guipuzcoana, a través de formas burocráticas de estreno y modas intrépidas que se han importado de París. Los Borbones, que son de origen francés y que traen nuevos aires, también escogen funcionarios como yo, formados en institutos modernos y familiarizados con el pensamiento ilustrado. ¿Todo eso no significa una revolución para los dueños de Venezuela, algo temible para los mantuanos que esperan que ni una paja se mueva en su parcela?
-Asegura usted que el 19 de abril de 1810 fue un movimiento conservador. Le pido que complete la idea el próximo viernes.

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