domingo, 18 de marzo de 2018

Alternabilidad, voto y observación

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                        ELSA CARDOZO

EL NACIONAL

Cinco de las elecciones presidenciales en América Latina a lo largo de este año, entre las realizadas en Costa Rica y las por venir en Paraguay, Colombia, México y Brasil, ocurren dentro de marcos constitucionales y legales que protegen el sabio, sano y muy democrático principio de la alternabilidad y, por tanto, sin reservas a la observación electoral internacional que contribuye a resguardarlo. Es lo contrario de lo que hasta nuevo aviso anuncian las presidenciales venezolanas, rodeadas de tantas irregularidades como ausentes siguen estando las garantías indispensables que las hagan confiables. Parte de su recuperación pasaría por una genuina solicitud y aceptación de observación internacional, en propiedad.

Dentro y fuera de nuestro hemisferio han ocurrido y están en marcha otras elecciones, o más bien confirmaciones presidenciales, concebidas y organizadas de modo que nada tienen que ver con el democrático ejercicio universal, libre, directo y secreto del voto. Mucho menos con el sentido esencial de la alternabilidad: entre su negación y simulación se han producido noticias desde China y están próximas, sin sorpresas, las de Cuba y Rusia.
A comienzos de marzo, en Pekín, a proposición del Partido Comunista chino, el Congreso Nacional del Pueblo por la casi unanimidad de sus 2.964 miembros anunció la eliminación del límite de los 2 mandatos, hasta sumar 10 años en 2023, a los que podía aspirar Xi Jingping. Esto no fue propiamente sorpresivo tras un lustro en el que el cada vez más poderoso presidente, entre purgas anticorrupción en su propio partido, concentración personal de poder y un aumento del control gubernamental (que recuerda el sentido estricto del lado político del país de los “dos sistemas), ha intensificado una agenda internacional de expansión económica con ya inocultas aspiraciones geopolíticas. Valga comentar como atisbo de los signos oscuros de nuestros tiempos, que el presidente Donald Trump al conocer la decisión del Congreso chino habría comentado, según testigos, entre broma y broma: “Él ahora es presidente de por vida... Y miren, él pudo hacer eso. Creo que es genial. A lo mejor nosotros debemos intentarlo algún día”. Los signos verdaderamente oscuros estuvieron en la audiencia que, cuentan, lo celebró y aplaudió.
De vuelta a lo que nos ocupa, se aproximan también elecciones en Rusia, con una primera vuelta este domingo en la que por votación universal y directa los electores decidirán entre un puñado de candidatos, de partido o independientes, pero estando inhabilitado desde fines de 2017 Alexei Navalny. Se trata del más franco y popular opositor a Vladimir Putin en su nueva campaña a la reelección como presidente, tras casi veinte años de ejercicio directo de la presidencia o como primer ministro. La inhabilitación, la represión y demás incentivos a la abstención han sido modos perversos de limitar la necesidad de fraudes más visibles, como los que provocaron las protestas que se multiplicaron tras las presidenciales de 2011. La campaña se ha desarrollado bajo la amenaza de sofocar con dureza las manifestaciones no autorizadas, tales como las protagonizadas por los seguidores del inhabilitado Navalny con lemas como “no participaré en unos comicios que no lo son” y “Rusia sin Putin”. No han faltado las detenciones, del propio candidato opositor y de centenares de sus seguidores. En cuanto a observación, se ha anunciado la presencia de más de 1.300 observadores electorales de otros países, pero ninguno lo es de instituciones internacionales respetables. Mientras tanto, crece la propaganda interior sobre la proyección de Rusia como potencia con una agresiva política exterior, que abarca desde la anexión de Crimea hasta su papel irritante en el Medio Oriente, pasando por la intrincada trama injerencista de desinformación política internacional y los anuncios de acumulación de poderío militar. No es raro, por cierto que, sin ignorar las abismales diferencias entre los dos sistemas políticos, encontremos semejanzas entre Vladimir Putin y Donald Trump.
En Cuba, finalmente, no hay modo de confundir con elección libre ni mucho menos con alternabilidad la muy próxima sucesión de Raúl Castro, salvo abrupta alteración mediante, por el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel, cuadro de larga trayectoria en diversos cargos y niveles del régimen cubano. La elección es el resultado de un enrevesado sistema en el que los cubanos eligieron el pasado 11 de marzo sus 605 diputados a la Asamblea Nacional. Los votaron apoyando los nombres de la lista de igual número que se selecciona en los municipios y debe ser aprobada por una Comisión Nacional de Candidaturas. Es esa Asamblea la que elegirá al nuevo al presidente, en tanto que Castro se mantendrá en el cargo de primer secretario y máxima autoridad del Partido Comunista. A eso se acercaron mucho, no por casualidad, los inconstitucionales procedimientos, propósitos, elección y actuaciones de la inconstitucional asamblea constituyente venezolana. Por supuesto que la observación internacional propiamente dicha no tiene lugar allí, es rechazada –y temida– por incompatible con procedimientos que en nombre de la participación popular acaban con el sentido del voto, la genuina representación y la rendición de cuentas.
En suma, tres casos que no por casualidad resuenan entre nosotros, en un país donde urge recuperar el momento electoral y el del gobierno democrático. También resuenan en un mundo en el que disminuyen las democracias, sea cual sea el índice que las evalúe en lo que les es esencial, como la separación de poderes, la delegación controlada de la soberanía y la rendición de cuentas, la garantía de todos los derechos, incluido el de votar libremente con posibilidad de hacer efectiva la alternabilidad, sin temor a la observación franca.

elsacardozo@gmailcom

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