jueves, 8 de marzo de 2018


Falcón se fue a la guerra


¿Es que acaso alguien pudo sentirse sorprendido, en esta trágica conmoción sin fronteras en que se ha convertido Venezuela, por la aspiración presidencial de Henri Falcón? Preocupados todos por las diferencias y rupturas entre los partidos miembros de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), quizá no se pensaba lo suficiente en el trabajo constante, sin reposo, de ciertos agentes comprensivos con el régimen dentro de las filas opositoras. Identificarlos con mayor o menor facilidad ha sido asunto de estilo: los hay de vocería desbocada, como Manuel Rosales o Timoteo Zambrano, que nunca han callado sus simpatías por una entente con la tiranía sin demasiadas condiciones. Falcón, en cambio, habla menos, pero al parecer urde más. Todos ellos, en vez de disolver los antagonismos entre opositores, con su conducta han subrayado casi siempre las diferencias.
Los partidos acompañantes en la ruptura de la Unidad a plena conciencia del daño causado -aparte del partido propio del ex-gobernador de Lara- tampoco causan asombro. El Movimiento al Socialismo (MAS) dejó de ser hace muchos años el partido que fundaran Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, entre otros compatriotas provenientes en su mayoría del siempre añejo Partido Comunista (el cual, ninguna sorpresa, hace pocos días le dio su apoyo incondicional, en acto público, a Nicolás Maduro. En realidad hoy es una caverna antediluviana en su visión de la sociedad, con un símbolo, el gallo rojo, que debe estar harto de tanto oportunismo). El MAS de hoy no es un partido con mayúsculas, no es el partido que causara admiración internacional hace casi cincuenta años por su propuesta de construir en Latinoamérica una izquierda no estalinista; por desgracia lo han convertido en una especie de franquicia, una marca venida a menos, a la cual se explota y se le busca sacar rendimientos de todo tipo para quienes manejan el actual tinglado.
Esta última cómica masista es una nueva prueba fehaciente del derrumbe ético de buena parte de la izquierda venezolana.
El auto-denominado COPEI (en realidad, “COPEI-gobierno”) está dirigido en estos momentos por unas personas que siendo incapaces de dirimir diferencias internas con sus pares de forma dialogada y democrática, tuvieron la desvergüenza de solicitar al Tribunal Supremo chavista que se inmiscuyera en ese pleito, convirtiéndose desde entonces los que posan como cabezas más visibles en meros títeres al servicio de Maduro y compañía.
Por años, reconocidos dirigentes del socialcristianismo venezolano hicieron toda clase de esfuerzos para tratar de restablecer valores, de que se pudieran alcanzar acuerdos. Todo ha sido en vano. Recientemente algunos de ellos publicaron un documento donde denuncian la tramoya, y donde se afirma con claridad que quienes usan el nombre de COPEI para participar en la truculenta  votación del próximo abril desdicen de la historia del partido frente a la opresión y la tiranía”. (…) “En nombre de los socialcristianos de toda Venezuela nos rebelamos ante el fraude, y rechazamos el deshonor que significa prestar nuestras banderas en el intento de consolidar la dictadura comunista”.
La llegada de Falcón a la MUD, luego de años de fiel servidumbre a Hugo Chávez, fue bienvenida por muchos bajo la argumentación de que era un político distinto, de que para tener éxito a la hora de “conectar” con millones de compatriotas había que tener en el ADN político rasgos similares a los que supuestamente acercaban a Chávez a las masas. O sea, una especie de “chavista light” –algo que por cierto Falcón afirmaba ser-. Se olvidaba que no puede haber “chavismo light” porque desde sus inicios la estructura rocosamente autoritaria y anti-intelectual del chavismo impedía la aparición de matices.
Dicho en cristiano: según algunos, para ser dirigente político de éxito en los tiempos del chavismo, hablar un buen castellano, tener un intelecto cosmopolita, tratar a la gente con respeto y decencia, no vendía, no conectaba (la llegada de Jesús Chúo Torrealba a la SSGG de la MUD se justificó con razones parecidas). Toda una superchería a partes iguales ingenua y anti-política.
O sea que la Venezuela analfabeta postgomecista, o la Venezuela de la dictadura perezjimenista de hace más de medio siglo, sí podían tener políticos como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Andrés Eloy Blanco, Lorenzo Fernández, Jóvito Villalba, Gustavo Machado o Arturo Uslar Pietri. La Venezuela del siglo XXI no. Hugo Chávez no solo vendió una idea de revancha y de odio; también un estilo y una apariencia, supuestamente “popular”, pero en realidad “populachera” y “populista”.
Aparece entonces Falcón y demuestra que no solo posee los rasgos externos más o menos útiles para tal engañoso empeño, sino también los internos. No creo que nadie, después de años de compartir casa opositora, podrá acusar al ex-militar nacido en el estado Yaracuy de poseer un intelecto de alto vuelo y cultura sofisticada. Dicen que siempre se ha sentido más a gusto en ambientes donde los debates se dan más por ambiciones que por ideas.
Falcón ha probado que entre él – junto al resto de los desertores- y los verdaderos opositores las diferencias no son de grado, sino de naturaleza. Más de fondo que de forma, de sustancia que de apariencia.
Las razones que aducen para lanzarse a la arena presidencial son incorrectas y falsas. Por lo visto, de las encuestas solo leen lo que les conviene y cuando les conviene. No es cierto que la mayoría ciudadana desee votar como sea, y tampoco que “las condiciones son las mismas que en el 2015”, “que es el mismo CNE”, etc. Totalmente falso. Es suficiente recordar las acciones ilegales del organismo electoral chavista contra la petición del revocatorio en 2016 o durante las diversas elecciones fraudulentas realizadas en 2017; del Tribunal Supremo atacando a mansalva y sin descanso a la Asamblea Nacional, y más recientemente de la llamada Asamblea Prostituyente, para que hasta el menos avisado se dé cuenta de la realidad: Maduro y su CNE permitirán votar, no elegir.
Cómo se elige, cuándo y a quién, con cuáles resultados numéricos y porcentuales, es algo que se ha estado cocinando en los antros de la dictadura y no dirimiendo en las mesas electorales, sobre todo desde que el CNE, el TSJ y la Prostituyente cubana trabajan en acuerdo. La idea hoy es asegurarse de que la desagradable sorpresa de las parlamentarias de 2015 no se repita jamás.
Como ha señalado en una nota muy recomendable Georg Eickhoff, “de una máquina electoral el chavismo se ha transformado en una fábrica de violencia”.
¿Qué le depara el futuro al neo-candidato? Henri Falcón, a quien le falta entusiasmo y le sobra cinismo, de mantener su candidatura, sacará los votos y obtendrá los cargos para él y sus partidarios que el régimen les permita y asigne. Quizá los suficientes para que intenten defender la legitimidad del resultado, y buscar la consagración de Falcón y sus huestes como “leal oposición al régimen”. Incluso más; ya nada sorprende del chavismo. Pero cambios, solo gatopardianos. Falcón se ha convertido en instrumento supuestamente útil para Maduro en su aspiración de decirle al mundo que el fraude previsto –en mayo, por ahora- será una elección democrática.
Su conducta de estos últimos días, donde cómodamente se pliega al papel de comparsa en la farsa electoral de la tiranía, indica su  desprecio a todo fundamento ético-político, hundido él y sus seguidores en el pantano del oportunismo más primario.
Algo positivo sale de todo esto: siguiendo el viejo dicho castellano, más vale solos que mal acompañados. La MUD lo ha indicado tajantemente: Falcón y sus sicofantes, con sus acciones, han quedado fuera de la Unidad Democrática.
Henri Falcón, con su proceder, decidió irse a la guerra: contra la democracia, contra los muertos en las luchas de los últimos años, contra los presos políticos, los exiliados, los millones de emigrantes, contra el futuro de nuestra juventud, contra los principios republicanos, contra toda apariencia de decencia.

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