domingo, 25 de marzo de 2018

LA PUERTA DE SALIDA

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                             Fernando Rodriguez

Hay un diagnóstico de la situación venezolana que es casi unánime en los opositores, rotunda mayoría: este desastre al que hemos llegado no tiene parangón en nuestra historia contemporánea, posiblemente tampoco en nuestra región y ocupa lugar muy destacado entre las catástrofes no bélicas ni naturales del planeta. Lo que varía es la formulación retórica del diagnóstico, la escogencia de adjetivos apocalípticos, tales o cuales fenómenos y cifras de la devastación. Lo que poco cambia el terrible fondo de la cuestión.


A esas premisas hay que agregar una conclusión, también compartida: la única salida posible a tan desastroso panorama, además del lamento o la huida, es cambiar el régimen político, sacar a Nicolás Maduro y su pavoroso séquito. Porque no solo es la causa de tanta desdicha, sino porque no tienen ni deseos ni posibilidades de cambiar de ruta, sobre todo económica, faltos de ideas y capacidad, de credibilidad para cualquier actor económico funcional, de acceso al financiamiento exterior indispensable para poner en marcha la estancada nave nacional. A ello hay que agregar el manifiesto y obsesivo empeño de mantenerse en el poder, por terror a un futuro que de alguna manera piensan que podría ser similar al de Noriega o Fujimori y un largo etcétera, recubierto de una ideología hipócritamente revolucionaria. Por eso el aullido de Delcy Rodríguez de que nadie los sacará nunca del poder (ni los militares respondones). Repudiado, entonces, por un país masacrado, no queda otro remedio que acabar paulatinamente con instituciones, derechos humanos y libertades públicas y dejar que los venezolanos que van quedando se mueran de hambre, de falta de medicina, de represión, total, de algo hay que morir y ya otros nacerán, lógica belicista y criminal.
Tal es la manera de plantear el problema por todo el que piense en lo que nos toca vivir. Pero todos terminamos en una pregunta sin respuesta o con muy conjeturales esbozos de esta: ¿cómo o por dónde salir de los bárbaros que destruyen aceleradamente la nación, antes de que terminen de sepultarla? Siempre hay que ser muy circunspectos cuando del futuro histórico se trata (los futurólogos más entrenados no previeron la implosión del Imperio soviético, nada menos) sobre todo un escenario inmediato y concreto. Me limito aquí solo a apuntar una topografía de esas decisivas puertas del futuro.
La primera, y la más proclamada, es la democrática y constitucional, en definitiva el voto cantado por Tibisay desde el púlpito electoral a eso de las 10:30 de la noche de un domingo muy agitado. La segunda es el golpe de Estado en que un general lee un comunicado imprevisto y que se oye en medio de un oceánico silencio nacional: Venezolanos, las fuerzas armadas nacionales se han visto obligadas… La tercera podría sintetizarse en la palabra renuncia y puede tener varias causas, una de ellas la anterior no químicamente pura, sino acompañando situaciones de alta conflictividad social; una sampablera nacional de grandes dimensiones regida por el hambre y la desesperación; la asfixia por sanciones internacionales; una decisión de Maduro, negociada o no, producto de la convicción de que es mejor, como le sugirió el jerarca gringo, tener una amable propiedad cerca de Varadero que seguir masacrando vidas inocentes y asegurarse el infierno en vida, y hasta pensar en volver… como ese fantasma de opereta que es Perón o hasta el estrambótico pirata de Ortega, con todo y mujer. Por último, hay las soluciones bélicas, o bien internacionales o guerras civiles, sin duda terribles. Todas han sido invocadas, con sus matices y posibilidades.
Esa difícil geografía tenemos que recorrerla, no perderla nunca de vista, tanto en nuestra reflexión como en nuestra acción, la impone la dosis de pragmatismo inherente a la razón política, aquí para encontrar el camino de la salvación. Es, por otro lado, lo que nos divide, no el diagnóstico ni siquiera la república del futuro, sobre la cual creo que hay suficientes consensos, sino esa salida última sin la cual, según una de las premisas, no hay vida vivible, verdadera, para esta tierra.

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