La MUD avanza de alianza electoral a dirección política
En 451% crecieron importaciones de alimentos en período de Chávez
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La confesión de pudreval
Teodoro Petkoff
Tal Cual
Hace dos semanas publicamos en TalCual un conjunto de reportajes agrupados bajo el título “las confesiones de Pudreval”, en los que plasmamos el colosal fracaso que ha constituido, desde su nacimiento, la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (Pdval). La serie, que ahora ha sido continuada por otros medios de comunicación, se sustenta en un informe de gestión elaborado por la propia empresa a comienzos de junio, tras el hallazgo de los primeros lotes de contenedores con comida dañada.
Lo expuesto allí no es otra cosa que la versión de los hechos contada por la misma empresa a través de un documento que es la mejor prueba de la ineficiencia que corroe a la compañía estatal y constituye, de hecho, una confesión de su responsabilidad en la pérdida de al menos 100 mil toneladas de alimentos.
Parte del rosario de culpas que reconoce Pdval incluye retrasos en la emisión de cartas de crédito, deficiencias de la infraestructura portuaria no previstas; demoras en las emisión de los permisos de importación por entes oficiales, insuficiente capacidad de transporte para extraer los contenedores del puerto; así como limitaciones de almacenamiento y distribución.
En el maloliente fracaso de Pdval no faltaron los muchachos de Fidel. Según se lee en el informe, en octubre de 2007 la Vicepresidencia de la República asignó “un equipo de asesores cubanos que se encargarían de dictar los lineamientos” concernientes a “cantidades a comprar, cronogramas de entrega, permisología necesaria, especificaciones técnicas, panel de proveedores, logísticas de envío, entre otros”.
Las estimaciones, sin embargo, se efectuaron de una manera tan faraónica que al final se desbordó la capacidad de los puertos para manejar la carga, en especial la refrigerada, lo cual obligó a las líneas navieras a mantener “un número significativo de contenedores en varios puertos del Caribe” y a Pdval, a pagar por su almacenamiento.
Por si fuera poco, la empresa chocó de frente con los trámites de nacionalización.Las demoras en el otorgamiento de los permisos por parte del Seniat y los ministerios de Salud y Alimentación, impactaron “negativamente a la extracción de los alimentos” y generaron “cuellos de botella en los puertos, con riegos sanitarios, almacenes colapsados y afectados en la logística de extracción y deudas inmensas por demoras en la devolución de contenedores”, asegura el informe de la empresa.
Como guindas de la torta figuraron la falta de transporte para sacar los contenedores del puerto y la limitada capacidad de almacenamiento y distribución de Pdval.
Al final, en medio del desespero por la acumulación de contenedores en La Guaira y Puerto La Cruz, los responsables de Pdval pidieron auxilio al Seniat para que declarara en abandono legal la comida almacenada. Por este atajo, sólo en abril pasado se agilizó la extracción de “alrededor de 2.000 contenedores”. Casi la mitad de los que hallaron con comida podrida.
¿De quién es la culpa de este fracaso? Más allá de sus componentes económico, judicial y moral (que dejan muy mal parado al gobierno), el de Pdval, es ante todo un problema político. Es una prueba más de la mala gestión del chavismo en la conducción del país, cuyos ejemplos abundan: el descontrol inflacionario, el alto costo de la vida, las devaluaciones sucesivas del bolívar, el racionamiento eléctrico, el fracaso en la construcción de viviendas, la inseguridad galopante, el desempleo, la impunidad.
El caso Pdval es una muestra más del voluntarismo del actual gobierno, su improvisación y chambonería en la planificación de políticas públicas. Hablar de Pdval, en definitiva, es hablar de Chávez.
El oficio, si así puede llamársele, de algunos opinadores en los medios de comunicaciones nacionales, consiste en quejarse de la presunta inacción de la Mesa de la Unidad Democrática. ¿Será eso cierto? ¿O no será más bien que cada cosa va a su tiempo? ¿De qué sirve entrar en un debate político circunstancial cuando lo que debe hacerse es organizar la campaña para ganar las parlamentarias del 26S? Declaraciones de los principales dirigentes políticos sobre "Pudreval" han sido copiosas y si la memoria no nos falla, fueron diputados de oposición en la Asamblea Legislativa del estado Carabobo quienes dieron la voz de alerta sobre los contenedores con alimentos podridos en Puerto Cabello.
Columnistas insatisfechos pretenden que la MUD actúe como un partido político en el que un líder lleve la voz cantante, ataque y contraataque al gobierno. Pero la MUD no es un partido político, sino una coalición de partidos y organizaciones civiles que tiene por meta lograr, con la unidad de candidatos opositores, ganar las elecciones del 26S. Para hacerlo debe coordinar, en todos los estados del país, las organizaciones locales que aseguren la vigilancia y el conteo de los votos en todas las mesas electorales.
Definir políticas de largo alcance es más una función de la campaña electoral presidencial que la de una elección parlamentaria en la que, por lo general, lo local priva sobre lo nacional. Esto no quiere decir que la MUD no oriente el debate que se desarrollará en todos los estados y municipios de Venezuela, pero esa responsabilidad recaerá en los candidatos de la oposición en cada circunscripción correspondiente. Recordamos, además, que oficialmente la campaña electoral no ha comenzado.
La labor de la MUD ha sido, hasta ahora encomiable; pero no le sigamos exigiendo que actúe como una organización político partidista, porque esa no es su función. Esa tarea le compete a los partidos políticos y así es en toda democracia funcional. Criticar sin fundamento a la MUD no es inteligente por parte de aquellos que se autocalifican opositores, porque una cosa es lo que se puede escribir en el papel y otra lo que se dice y se hace en las calles del país.
La MUD es uno de los grandes logros de la oposición. No le hagamos, por impaciencia, el juego al gobierno al descalificarla o exigirle más de lo que puede y debe hacer en esta difícil etapa de la democracia venezolana.
Ramón Guillermo Aveledo presentó ayer a los once integrantes del equipo de campaña de la Mesa de la Unidad (Gustavo Bandres)
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) constituyó ayer su equipo de campaña -que no "comando" por aquello de que en la oposición prevalece lo civil a diferencia de la tendencia militar del Gobierno- que se encargará de coordinar con las instancias regionales y circuitales las líneas tácticas y estratégicas del mensaje para las elecciones legislativas del 26 de septiembre.
Elvia Gómez
EL UNIVERSAL
LA TOMADURA DE PELO DEL YUAN
PAUL KRUGMAN
La semana pasada, China anunció un cambio en su política monetaria, una jugada claramente destinada a quitarse de encima la presión de Estados Unidos y otros países en la cumbre del G-20 de este fin de semana. Desafortunadamente, la nueva política no hace frente al problema real, que es que China ha estado fomentando sus exportaciones a costa del resto del mundo.
De hecho, lejos de suponer un paso en la dirección correcta, el comunicado chino fue un acto de mala fe, un intento de aprovecharse de la moderación de EE UU. Para rebajar el tono de las discusiones, la Administración de Obama ha empleado un lenguaje diplomático en sus esfuerzos por persuadir al Gobierno chino de que ponga fin a su mal comportamiento. Los chinos han captado el estilo del lenguaje de EE UU y se han aferrado a él para evitar llegar hasta el fondo de las quejas estadounidenses. En resumen, están jugando.
Para comprender lo que está pasando, hay que remontarse a los orígenes de la situación. La política china sobre los tipos de cambio no es complicada o algo sin precedentes, excepto por su tremenda escala. Es un ejemplo típico de un Gobierno que mantiene artificialmente bajo el valor en moneda extranjera de su dinero vendiendo su propia moneda y comprando divisas extranjeras. Esta política es especialmente efectiva en el caso de China porque hay restricciones legales al movimiento de fondos tanto de entrada como de salida del país, lo que permite que la intervención gubernamental domine el mercado monetario.
Y la prueba de que China está efectivamente manteniendo el valor de su moneda, el yuan, artificialmente bajo es precisamente el hecho de que el banco central esté acumulando tantos dólares, euros y otros activos extranjeros (más de dos billones hasta ahora). Ha habido todo tipo de cálculos que pretenden demostrar que el yuan no está realmente infravalorado, o al menos no demasiado. Pero si el yuan no está tremendamente subvalorado, ¿por qué ha tenido China que comprar diariamente alrededor de 1.000 millones de dólares en moneda extranjera para impedir que el yuan subiera?
El efecto de esta devaluación monetaria es doble: hace que los productos chinos resulten artificialmente baratos para los extranjeros, a la vez que hace que los productos extranjeros sean artificialmente caros para los chinos. Es decir, es como si China estuviese simultáneamente subvencionando sus exportaciones e imponiendo un arancel proteccionista a sus importaciones.
Esta política es muy perjudicial en un momento en que gran parte de la economía mundial sigue profundamente deprimida. En tiempos normales, se podría argumentar que la compra de bonos estadounidenses por parte de China, aunque distorsiona los intercambios comerciales, al menos nos está proporcionando crédito barato, y se podría alegar que China no tiene la culpa de que usemos ese crédito para hinchar una gigantesca y destructiva burbuja inmobiliaria. Pero ahora mismo estamos anegados en crédito barato; lo que nos falta es una demanda suficiente de bienes y servicios que genere los puestos de trabajo que necesitamos. Y China, al mantener un superávit comercial artificial, está agravando ese problema. Esto, por cierto, no significa que China se esté beneficiando de su política monetaria. Un yuan devaluado es bueno para las empresas exportadoras políticamente influyentes. Pero estas empresas acumulan dinero en lugar de hacer que los beneficios reviertan en sus trabajadores, y de ahí la reciente oleada de huelgas. Mientras tanto, la debilidad del yuan genera presiones inflacionistas y desvía una parte enorme de los ingresos nacionales de China hacia la compra de activos extranjeros con una rentabilidad muy baja.
¿Y cómo encaja en todo esto el comunicado de la semana pasada sobre la política monetaria? Pues bien, China ha permitido que el yuan suba (pero muy poco). El jueves, la moneda solo estaba medio punto porcentual por encima de su nivel habitual antes del comunicado. Y todo indica que observar los futuros movimientos del yuan será algo parecido a mirar cómo se seca la pintura: las autoridades chinas siguen haciendo declaraciones en las que niegan que una subida de su moneda pueda contribuir en algo a reducir los desequilibrios comerciales, y los precios en el mercado a plazo, en el que los agentes acuerdan intercambiar moneda en diversos momentos futuros, indican una subida del yuan cercana al 2% para finales de este año. Esto es, en esencia, una broma.
Lo que los chinos afirman que han hecho para aumentar la "flexibilidad" de su tipo de cambio es hacer que fluctúe más de un día para otro que en el pasado, unas veces hacia arriba y otras, hacia abajo. Ni que decir tiene que los responsables políticos chinos saben perfectamente que, aunque es cierto que las autoridades estadounidenses han pedido una mayor flexibilidad monetaria, esto solo era un eufemismo diplomático para referirse a lo que Estados Unidos, y el mundo, quieren (y tienen derecho a exigir): un yuan mucho más fuerte. Hacer que la moneda oscile ligeramente hacia arriba o hacia abajo no representa ninguna diferencia en cuanto a los fundamentos económicos. Entonces, ¿qué va a pasar ahora? Está claro que el Gobierno chino trata de tomarnos el pelo a todos los demás, y está aplazando su intervención hasta que surja algo (es difícil decir qué). Eso no es aceptable. China tiene que dejar de darnos largas e imponer un cambio de verdad. Y si se niega a hacerlo, habrá llegado la hora de hablar de sanciones comerciales.
Cambios ministeriales y desastre gubernamental
Cada cierto breve tiempo, el presidente cambia (o rota) ministros, crea nuevos ministerios o elimina alguno de los existentes, los divide en varios o los reagrupa en uno solo, les cambia de nombre y de logo, les quita o les pone funciones o se las agrega a otro ministerio o cambia la adscripción del organismo y todo esto, repito, en muy breve tiempo. En fin, todas las combinaciones son posibles en este proceso inintelegible de permanente cambio organizativo del gobierno. Los funcionarios y la ciudadanía no terminan de aprenderse los nombres cuando ya suceden otros cambios. En otros casos, a los ministros se les asignan responsabilidades simultáneas en dos o más ministerios o instituciones publicas Con esos –continuos- cambios el presidente busca distintos objetivos. En el más reciente, se busca sustituir a algunos ministros para que se dediquen a la campaña como candidatos a diputados a la AN. Pero, la mayoría de las veces se cambian ministros para buscar, suponemos, mejorar la gestión de esos despachos buscando hombres (y mujeres) más activos, que garanticen logros, o se busca refrescar al gabinete, o premiar (o castigar) a determinadas personas por su desempeño, lealtad o capacidad política; o cualquier otra razón política y/o anímica que a bien tenga el presidente de la república.
Frente a un ministro que el presidente considera que no da la talla o mete la pata o cae en desgracia, la solución más rápida y efectiva es cambiarlo y se espera que a partir de ese momento las cosas comiencen a mejorar. Si el nuevo ministro a los tres o cuatro meses, o antes, es percibido como incapaz o existe un mejor candidato que más se adapta al ritmo trepidante de trabajo del presidente, se procede a cambiarlo; o bien se envía a otro ministerio o destino (incluso una embajada), o simplemente se le despide, sin aviso y sin protesto.
Cuando un cambio de ministro se anuncia o se realiza, a la velocidad y con las modalidades que estos ocurren en este gobierno, toda la estructura organizativa de los ministerios tiembla; los directores subordinados se preparan para ser despedidos o ser cambiados y los subordinados de estos se ponen en ascuas esperando el despido o el cambio o la ratificación y así a través de toda la estructura del organismo se propaga la terrible ola que genera el cambio súbito. Con el temblor del cambio de ministro, se paralizan o se enlentecen las actividades del ministerio y por supuesto los resultados se reducen, o se postergan o se paralizan indefinidamente a la espera de las nuevas prioridades y de los nuevos directores del recién nombrado ministro, que usualmente llega cambiando a todo el tren directivo como si se tratara de un nuevo gobierno. ¿Alguien ha calculado cuanto nos cuesta esta cambiadera?
No estamos seguros de que el presidente gaste un minuto en evaluar, antes de proceder a hacer los cambios, los posibles trastornos organizativos, financieros y personales que ellos causan en los Ministerios, en los objetivos y funciones que ellos tienen desempeñar, en los ministros, directores y personal de esos organismos, en los programas, presupuestos y proyectos que ellos adelantan o deberían adelantar y en los resultados que se esperan este o el próximo año. ¿Es importante esto o es simplemente una exquisitez prerevolucionaria?
Hay que recordar que el cargo de presidente es el primero que Hugo Chávez ocupa en su ya larga vida, durante la cual no tuvo, lamentablemente para nosotros los venezolanos, aparte de dirigir una cantina militar, la oportunidad de aprender el oficio y el difícil arte de la gerencia, disciplina considerada por nuestros, por ahora, dirigentes burguesa, neoliberal e imperialista.
Si a la dinámica permanente de cambio ministerial y organizativo que caracteriza al presidente se suma que los ministros tienen que asistir al programa Aló Presidente, a los Consejos de Ministros, a las cadenas presidenciales, a los actos en el Teresa Carreño, giras nacionales e internacionales, reuniones con el Psuv y actividades comunitarias y de solidaridad social y, por último, las funciones de su cargo, comprendemos que el resultado de los pobres ministros, ministerios y gobierno bolivariano tiene que ser un soberano, endógeno y revolucionario desastre.
M. GUEVARA
CHAVEZ: ENTRE LO PEORCITO
En un trabajo titulado “Lo peor de lo Peor” de la revista Foreign Policy (“The Worst of the Worst”, july-august 2010), George B N Ayittey, Presidente de
Allí desfilan, por supuesto, los de Bielorrusia, Zimbabwe, Etiopía, Cuba, Uganda, Guinea Ecuatorial, Camerún, Corea del Norte, Sudán y Venezuela, entre otros.
En este “Hall de la fama” bochornoso y repugnante, se encuentra el señor Hugo Chávez en el puesto 17º. En el texto que se refiere a éste se lee: “el líder charlatán de la revolución bolivariana que promueve una doctrina de democracia participativa en la cual él es único que participa, ha encarcelado a líderes de oposición, extendido su mandato indefinidamente, y clausurado medios independientes.”
Salir reseñado en esta importante publicación con tal calificación no es poca cosa. Es la exteriorización de lo que en casi todo el mundo ya es una opinión extendida. Chávez es un tirano, un déspota, un dictador, para lo cual no hacen falta muchas pruebas.
Obviamente, muestra unas características formales, adjetivas, que lo diferencian de otros fenómenos autoritarios tradicionales, pero en el fondo, sin lugar a dudas, es lo que es.
Para algunos, incluso partidarios de él de la primera hora, hasta hace poco no lo catalogaban de tirano. Le daban el beneficio de la duda. Es un poco alocado, atrabiliario, sin modales políticos; es militar, tenemos que llevarlo a pulso, canalizar sus ímpetus, pero no es un déspota que quiera acabar con la democracia y la libertades, decían estas buenas almas.
Pero para los que lo combatimos desde aquella mañana de febrero en que salió por vez primera en tv, el desastre al que hemos llegado no nos resulta una gran sorpresa.
Ya se le veía entonces por donde quería llevarnos. Su discurso nos resultaba demasiado familiar al de la izquierda anacrónica y fracasada, para no percatarnos de sus fines solapados.
Sin ser pitonisos, el devenir de los acontecimientos, desgraciadamente, ha confirmado nuestras reservas y temores.
Así las cosas, el otro elemento que corrobora todas nuestras aprensiones son las amistades internacionales que se ha buscado el líder de la revolución, a saber: Sadam Hussein, Qadaffi, Mugabe, Ahmadinejad, Fidel Castro y Lukashenko, todos incluidos en la lista de Foreign Policy.
Pero hay uno que vale la pena mencionar de manera especial porque pesa sobre él un mandato de arresto por
Al gobierno de Venezuela no le ha importado nada que esté acusado de los más horrendos crímenes de guerra y de lesa humanidad, y ha permitido la apertura de una Embajada de aquel país en el nuestro y ha abierto una venezolana en Darfur.
Cualquier lector se preguntará ¿cuales son los negocios comerciales que ha tenido o tiene Venezuela con Sudán? ¿Se justifica, pragmáticamente hablando, abrir una embajada nuestra allá? ¿Que razones de interés nacional pueden apoyar tal decisión?
¿Un gobernante serio ligaría su ejecutoria diplomática a un movimiento como éste, que lo vincula a un gobernante impresentable y perseguido por la justicia internacional?
¿Que explicación podemos dar a esto, sino la de otra aberración motivada por una ideología demencial que supone que con ello se golpea al imperialismo?
¿Cómo es posible que nos prestemos a darle aire a un gobierno de asesinos permitiendo que abran operaciones diplomáticas desde nuestro país, cuando lo que deberíamos hacer es contribuir a su aislamiento?
No nos extraña entonces que a Chávez lo pongan en el mismo saco de lo peorcito de este mundo. Ha ganado “credenciales” para ello.
EMILIO NOUEL V.